No te enamores de Arthur Dark

Capítulo 9

Zoey

 

Cameron me llevó a casa a través de las calles nevadas de Nueva York hablando de su trabajo como profesor en la universidad, era tan hipnótico en su hablar tan fluido que cuando quise reaccionar el GPS del auto estaba anunciando que habíamos llegado.

—¿Entonces ahí vives? —preguntó anonadado.

—Sip. —Respondí resignada.

Ambos observamos desde el parabrisas de su coupé BMW negra hacia mi departamento minúsculo sobre el restaurante asiático.

La nieve caía copiosamente y no andaba mucha gente en la calle.

—¡Bienvenido al barrio chino! —Exclamé ante su silencio.

Él giró la cabeza y me observó como si fuera un alien.

Cómo seguía callado, volví a hablar.

—Gracias por traerme, Cameron. —Tomé la manija de la puerta para abrirla—. Te invitaría un café, pero arruinarías tu abrigo de diseño con el olor a frito que inevitablemente está impregnado en las paredes de mi casa. —dije con sarcasmo—. Nos vemos el domingo.

Me bajé del auto y él aún no había emitido ningún sonido. 

Me arrebujé en el abrigo y me puse el gorro para caminar debajo de la nieve hacia mi minúsculo departamento.

No miré hacia atrás, no quería ver cómo mi compañero de lecturas me miraba con lástima y se me desvanecían las ilusiones de que me diga que sí al café y se quede a pasar la noche.

Aunque pensándolo bien, tenía una cama de una plaza, a un hombre de esa altura le quedarían mínimo los pies en el aire.

Me reí de mi ocurrencia.

Atravesé la puerta del departamento y Tom se estiró en el sillón, bajó para acercarse a mí y recibirme con un simpático “miau”.

—Hola hermoso, ¿saliste a conquistar corazones esta noche? —Me acerqué a la ventana y cerré el pequeño espacio que le había dejado abierto para que entre y salga del departamento.

Mi visión se ajustó al final de la calle donde aún estaba el BMW estacionado. Me quedé un momento viendo hacia ese lugar aunque ya había cerrado la ventana. De repente las luces del vehículo se encendieron, comenzó a marchar y dobló en la esquina.

—Ahí va lo que podría haber sido una noche acompañada. —Caminé a la cocina con Tom detrás de mí.

Abrí la alacena y tomé una lata de alimento para gatos, la abrí y llené su plato de comida.

—Come tu cena, hermoso. —volví a la cocina y me preparé un té, con la taza en la mano saqué de mi cartera el libro que me había dado Cameron. —“El Dr. Jekyll y Mr. Hyde”. —leí el título de la portada.

Caminé al sofá que estaba contra la pared, pegado a la mesa, me senté, tomé un sorbo de té y abrí el libro.

“Historia de la puerta: Mr. Utterson, el abogado, era hombre de semblante adusto jamás iluminado por una sonrisa, frío, parco y reservado en la conversación, torpe en la expresión del sentimiento, enjuto, largo, seco y melancólico, y, sin embargo, despertaba afecto. En las reuniones de amigos y cuando el vino era de su agrado, sus ojos irradiaban…”

—Lamento no haber dicho que si a subir aquí contigo, Zoey. No podía irme a descansar sin probar el sabor a pecado de tus labios. No recordarás este beso por la mañana. —En mis sueños la voz de Cameron se filtraba conquistándome—. Solo recuerda que debes cerrar tu ventana por la noche, con la traba, hermosa Zoey. —Unos labios suaves se apoyaban sobre los míos y un calor intenso y duradero irradiaba por mi torrente sanguíneo.

Levanté los brazos y atraje su cuerpo hacia el mío, abrí las piernas y lo envolví por la cintura, el movimiento de nuestros dos cuerpos, aunque vestidos, estaban entregados a un beso tan pasional y entregado como si fuera una escena tan atrevida como estando desnudos.

—Diez libros Zoey y desapareceré de tu vida. —Iban dos, pero ¿por qué quería desaparecer?—. Tienes que evitar estar a solas conmigo, despierta, me escuchas bien, no me dejes entrar, no aceptes mis invitaciones, evita que hagamos esto sin ropa, porque no vas a poder liberarte de mí.

¿Y quién quería liberarse de un hombre que te follaba en seco de esta manera?

Podía sentir su hombría empujando sobre mi ropa en los lugares correctos, estimulándome, sus dientes raspando mi cuello y lo sentí desde mi centro hasta mi cerebro, aunque era un sueño.

“Buenos días, Nueva York, usted ha sintonizado la 99.8 Radio de Sara Moe…”

La alarma del lunes sonó despertándome de mi sueño lujurioso.

Pegué el manotazo y la voz de la conductora de radio salió con interferencia.

Me estiré en la cama, aún estaba vestida con la ropa que me había dormido en el sofá.

Me senté en la cama como un resorte, ¿qué hago aquí? No me dormí en este lugar anoche.

Me levanté y caminé con paso acelerado la mínima distancia que me separaba del sofá, ahí estaba mi té en la mesa del comedor y el libro que había empezado a leer sobre la manta del mobiliario.

Llevé mis dedos a la boca y acaricié mis labios, intenté recuperar el recuerdo de mi sueño en mi mente, incluso las palabras que había pronunciado mi “amante en la imaginación”, pero no pude lograrlo.




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