Zoey
El domingo siguiente llegué a la biblioteca una hora antes de mi cita de lectura con Cameron.
Durante toda la semana estuve chequeando mil veces el pestillo de la ventana y la cerradura de la puerta asegurándome de que esté todo bien cerrado.
Lo hablé cada día con Kira como una persona con problemas de paranoia, le repetía hasta el cansancio que yo lo sentí real y ella me respondía que era porque Cameron me gustaba y lo había soñado como si lo hubiese vivido.
La cuestión era que quería estar preparada para cuando volviera a verlo, así que en lugar de llegar cuando él ya estaba esperando, decidí sorprenderlo y esperarlo yo, además de traer mi libro favorito, me propuse releer mis anotaciones sobre el que me había tocado leer.
El extraño caso del doctor Jekyll y míster Hyde de Robert Stevenson me costó más que cualquier otro libro que haya leído, y que no se confunda con la obra, porque fue maravillosa, sino que mi mente estaba alerta de la ventana y de mi visita nocturna.
Supuestamente, la lectura alivia el estrés, pero cuando el motivo de tu estrés es quién te está dando dicha lectura, las líneas se tornan difusas.
Por eso, vine antes, y traje conmigo una copia de “Ojos tormentosos” de Arthur Dark, uno de los más románticos y con el final más cruel de todos.
Los protagonistas se conocen en un carnaval invernal en Hamburgo y tienen un romance idílico, esos donde es amor a primera vista y terminan las frases que empieza el otro. Ellos se casan y se van de luna de miel a Dinamarca, en pleno viaje tienen un accidente y quedan varados durante una gélida noche en el norte de Alemania. Ella sufrió heridas mortales, y él le sostuvo la mano hasta que sus ojos grises se apagaron.
—¡Zoey, llegaste antes! —Cameron me asustó cuando me despertó de mi ensoñación leyendo páginas al azar de uno de mis libros favoritos—. ¿Que lees está vez?
No necesitaba marcar la página así que lo cerré y se lo tendí, él lo tomó y comenzó a leer también una página al azar.
—¡Hola, Cameron! —Sonreí con timidez, esquivando su mirada—. Sí, está nevando muy intensamente y preferí salir con tiempo. —Miré por la ventana los copos nevados caer al asfalto.
Él se sentó y pasó de adelante hacia atrás las páginas del libro de Dark.
—¿Quieres que sea tu próxima lectura? —Lo señalé con el mentón.
—Me encantaría. —Apretó los labios y su voz sonó triste. Cerró el libro y lo dejó sobre la mesa entre ambos—. ¿Cómo has estado?
—Bien. —Solo respondí con timidez.
—Ok. —Asintió con los ojos entrecerrados—. ¿Te gustó la obra de Stevenson?
—Excelente, aunque confieso que me costó mucho llevar el hilo, tuve muchas pausas y algunos bloqueos. —Él suspiró.
—¿Por culpa de la prosa o la trama? —preguntó.
“Por tu culpa, en realidad”. —pensé.
—Solo yo, la trama y la prosa son de una excelencia exquisita. —Tomé de la mesa el libro en cuestión—. No me molestaría leer algo más de Stevenson.
—Entonces si tuvieras que elegir una sola frase del libro, ¿cuál sería?
—”Aprendí a reconocer la completa y primitiva dualidad del hombre; me di cuenta de que, de las dos naturalezas que luchaban en el campo de batalla de mi conciencia, aun cuando podía decirse con razón que yo era cualquiera de las dos, ello se debía únicamente a que era radicalmente ambas”. —Leí el pensamiento del protagonista del libro, había pegado un post-it para marcar lo significativo de ello.
—Increíble, ¿qué piensas sobre ello? —Me animé a mirarlo a los ojos, esos que había evitado.
—Creo que todos los hombres tienen una múltiple personalidad, he conocido hombres que en el trabajo son capaz de darle a su jefe su chaqueta nueva para que se limpie el ketchup del almuerzo, pero cuando llegan a casa le pasan el dedo índice a los muebles para chequear que su esposa haya hecho perfectamente el aseo. —Cameron apoyó su mentón en su puño cerrado—. Creo que solo conocemos al hombre en la separación o el divorcio, antes es solo una bella incógnita.
Él rio con los ojos si eso es posible. Miré por la ventana.
—¿Qué sucede, Zoey? —Me miró con rudeza—. Te noto tensa, parece que en cualquier momento vas a ponerte a gritar o salir corriendo.
Lo miré y me rasqué el dorso de los dedos con nerviosismo.
—Nada, no pasa nada. —Miré mis manos.
—Me dices ahora o me voy. —No respondí y él se puso de pie.
—No es fácil decirlo.
—Pruébame. —¡Eso quisiera!
¡ZOEY!
—Soñé que me decías que cuando lleguemos a los diez libros desaparecerás de mi vida. —Por supuesto que no le dije que eso fue acompañado de la mejor follada en seco que tuve nunca, y húmeda si hilamos finito.
—¿Y qué más? —preguntó.
—¿Qué más qué? —Me hice la inocente.
—Diez libros y desapareceré de tu vida, evitas mi mirada como si fuera algo más que solo eso. —Apoyó las manos en mi apoyabrazos y acercó su rostro al mío—. ¿Qué más te hice en ese sueño, Zoey?