Cerré la pesada puerta con sumo cuidado para no despertar a Arthur y se dé cuenta de que salí a hurtadillas de su cama, acaricié la madera pulida y sonreí, habíamos pasado toda la noche descubriéndonos, entre palabras de amor y promesas para el futuro.
La sonrisa de felicidad duró poco, ya que cuando al fin giré en puntas de pie para volver corriendo a mi habitación, me asusté al ver qué en el pasillo no estaba sola.
—¡Me decepcionas, Sarah! —Mi madre tenía los ojos anegados en llanto por la decepción que le había causado.
Me tomó fuerte del brazo y me llevó a rastras por los largos pasillos rocosos a la cocina.
—¡Me lastimas, madre! —Me quejé.
—Debería enviarte al campo con tus tías por desvergonzada. —Negó con la cabeza mientras abría la puerta de nuestro cuarto y me lanzaba dentro.
—Pusiste raíz de regaliz en mi té para que me duerma cada noche y así poder venir a la cama del señor. Eres peor que esas prostitutas que trae a la casa. —una punzada de dolor me dio al recordar atender a sus amantes nocturnas.
—Él me ama, mamá, me lo dijo. —Ella suspiró agotada y se dirigió a la estufa que tenía los leños encendidos.
—No te ama, Sarah, hoy en el pueblo oí que se va a casar con la condesa de Countigton en un mes. —Abrí los ojos grandes.
—¿Qué? —Negué con la cabeza—. Me estás mintiendo. No puede ser, él me dijo que me ama.
—Lo siento Sarah, deberías haberme oído cuando te dije que él era un mal hombre. —La vi mezclar hierbas en la tetera, sirvió una taza y me la tendió—. Toma esto, es para evitar que prenda su semilla.
Las lágrimas caían dentro de la taza de té mientras lloraba mi decepción.
Los hombres importantes no se casan con la criada.
***
Zoey
—¿Kira me estás oyendo? —Le estaba contando mi sueño repetitivo de cada noche y ella me ignoraba.
Estaba sentada en un banco poniendo en la vidriera de la librería una pila en exhibición de los nuevos libros de edición especial de Magalí Weavert, Acuerdo Privado, que habían llegado hoy.
Kira supuestamente tenía que poner los banners, pero en su lugar tenía el libro abierto en una mano y una banana en la otra.
—Si, te estoy oyendo, cuéntame otra vez de Aquiles, ¿a qué hora se fue de tu habitación? —Me hablaba sin verme.
—¡Qué mierda! ¿Me estás tomando el pelo? ¿Quién es Aquiles? —Me llevé una mano a la frente.
—Aquiles D’amico. —Respondió muy campante.
—¿Estás saliendo con él? —Soy una amiga horrible, una semana entera hablándole de Cameron y mis pesadillas tortuosas sin preguntarle nada de su vida.
—No, pero me gustaría.
—¡Dile que te gusta! —La incentivé con una sonrisa.
—No creo que a Arianna le guste la idea de que me guste su jefe. —Le dio un mordisco a su banana.
—¿Arianna es su amante?
—¡Es complicado! —Ay odiaba ese terminó cuando una quería tener una relación con un hombre.
—¿Cómo?
—No sé si decirte. —Se mordió el labio superior mostrando los dientes.
—Somos amigas, confía en mí.
—Aquiles es… —Apretó los labios. Moví la mano para que se anime a decirlo—, es el prota de Acuerdo Privado.
La miré con la boca abierta.
—¡Te mato! —Me puse de pie y la saqué corriendo. Era temprano un jueves por la mañana así que estábamos solas.
—¡No! —Me tiró con la banana que me dio de lleno en la frente.
La alcancé, le hice un tackle y caímos al suelo juntas, ella con tal de no soltar el libro se golpeó el hombro contra el suelo.
Y allí quedamos en un lío de extremidades respirando agitadas.
—¡Cuéntame algo de Aquiles!
—Está celoso de Johnny.
Solté una carcajada, seguida de un llanto.
—Pasaron cinco días, Kira, ¿por qué no me ha llamado ni escrito? —Era horrible vivir esta incertidumbre—. Tengo miedo de que le haya pasado algo o bien que no le haya gustado estar conmigo.
—¿A ti te gusto? —No creía que pudiera olvidar nunca el domingo por la noche.
—Fue alucinante. —Me estremecí—. Fueron horas de mucha pasión contenida.
—Entonces no dudes que es algo malo. —Mi amiga me limpió las lágrimas—. Por algo se fue de tu habitación mientras dormías, sus motivos tendrá.
—No me cierra que aún no me llame para darme explicaciones o bien para querer verme o hablar de que hace días dejó de nevar. —Me senté y sollocé.
—Lo siento, Zoey, quizás es uno de esos hombres. —Ella se sentó y acarició mi espalda, en su otra mano seguía firme el libro en la página que leía.
Lo entendía, la referencia de mi amiga, tal vez Cameron era de esos que toman lo que desean y se alejan.