No te enamores de Arthur Dark

Capítulo 15

Sarah toma el caldo, por favor. —Suplicó su madre.

Su hija estaba recostada en su catre mirando por la ventana.

El día estaba precioso, soleado, pero dentro de la habitación hacía frío y faltaba ventilación.

La mujer llevó la cuchara a la boca de la joven, pero esta no la abrió y el líquido se derramó por su mentón cayendo en la almohada.

Hija, por favor, hace cinco días que estás así. —Ella tenía los ojos abiertos sin parpadear—. Tienes que comer algo.

Los primeros tres días desde que supo que el Conde Darkow contraería matrimonio lloró desconsolada y siguió yendo a su habitación cada noche, hasta cinco días después cuando llegó la futura condesa con su séquito y su hija ya no pudo escabullirse a retozar entre los brazos del miserable hombre.

En el mismo momento en que la mujer pisó el castillo más bello de Bruselas, la joven amante dejó de comer y de beber.

Su madre desesperada intentó hablar con su amo, pero este la ignoró por completo.

De repente las campanadas del castillo comenzaron a repiquetear, anunciaban que la capilla abría sus puertas, la boda estaba a punto de comenzar.

La madre se levantó de la cama donde estaba sentada al lado de la joven y se asomó por la ventana.

Todos los invitados de la ciudad y otros reinos iban caminando por el jardín con sus vestimentas de gala, sus sombreros de copa ancha para cubrirse del sol y sus paraguas de paquetería.

La mujer negó con la cabeza, tanta opulencia ¿para qué?, si al final es un matrimonio arreglado entre dos personas crueles e insensibles, pobrecitos de esos niños cuando los tengan.

Pobrecita mi niña.

Se giró para ver a su hija, la joven tenía los ojos cerrados, se había dormido.

Su madre se acercó al catre y se arrodilló en el piso para besar su mejilla.

Cuando lo hizo notó un frío fantasmal al contacto de sus labios con la piel pálida de la joven.

—¡Sarah, no! —Lloró la mujer—. ¡Sarah, despierta!

Su hija se había ido.

—¡NO! —Gritó presa de la desesperación.

Tomó el cuerpo de su niña en brazos y lloró por horas, hasta que las campanadas anunciaron a la nueva condesa.

La mujer acostó a su hija, la cubrió con una sábana y luego de acariciar su precioso rostro, abrió la ventana para que su alma vuele a la libertad.

Salió de los aposentos de la servidumbre, cerró suavemente la puerta para no asustar a su niña.

Con los ojos anegados en llanto cruzó el comedor donde estaban preparando el cortejo nupcial; salió por las puertas de hierro forjado del castillo hacia la capilla donde se estaba celebrando la boda.

Con la imagen de la sonrisa de su hija caminó hacia el altar donde estaban los novios sonriendo.

Abrió los brazos en cruz, luego señaló al asesino de su hija y gritó:

—¡LO MALDIGO CONDE ARTHUR DARKOW! ¡A LA OSCURIDAD ETERNA! ¡AL FRÍO GÉLIDO Y LA SOLEDAD! ¡LO MALDIGO A ENAMORARSE DE MI HIJA POR TODA LA ETERNIDAD! ¡NUNCA SERÁ SUYA! ¡LE DESEO EL DOLOR DE MI CORAZÓN! ¡QUE SU CORAZÓN SE ROMPA CADA VEZ QUE MI HIJA MUERA EN SUS BRAZOS! ¡LO CONDENO A UNA VIDA ETERNA DE DOLOR Y DESAMOR!

El Conde soltó la mano de su flamante esposa y salió corriendo de la capilla.

No se detuvo hasta que llegó a los aposentos de su amante.

Ahí estaba ella, su hermosa Sarah, debajo de una sábana.

La destapó con delicadeza; se llevó el puño a los labios y lloró cuando la vio con los ojos cerrados, sin la vivacidad de sus ojos cuando él le demostraba su amor.

—Sarah. —Susurró y se llevó su cuerpo contra el pecho y la meció por una eternidad.

Fin

***

Zoey

Cerré el libro y como si fuera un frisbee lo tiré al otro lado de la librería.

Cayó en un ruido sordo y seco contra el suelo.

—¿Zoey?

Rompí a llorar.

—¡Ese libro es una puta mierda, Kira! —Lloré frustrada—. Ella murió.

Kira comenzó a reírse a carcajadas, se doblaba en dos y no paraba de reírse.

—¿Se puede saber de qué te ríes? —Me limpié las lágrimas de un manotazo.

—Zoey, ¿perdiste la memoria? —Negué confundida—. Todas las protas en los libros de Dark, mueren.

Lloré otra vez.

—Sí, lo sé, pero… —Me quedé en silencio mucho tiempo llorando.

Kira se acercó a mí y acarició mi mejilla.

—¿Pero qué? —preguntó poniendo un mechón de cabello detrás de mi oreja.

Continué llorando sin parar.




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