No te enamores de Jean

Capítulo 2

«Los ángeles lo llaman placer divino; los demonios, sufrimiento infernal; los hombres, amor.» Heinrich Heine.

Jean estaba detrás de mi, y Gabriel tenía mi cuaderno abierto justo en la página donde lo había dibujado, por si fuera poco, también me había escuchado cantar.

—Hola Kamil—Saludo el chico a mis espaldas—Hola a ti también, señorita panties de Bob esponja. —Mi cara perdió totalmente el color, esto era el colmo.

—Aless ¿Ese que dibujaste es Jean?. —Quería enterrar mi cara como un avestruz en la tierra.

—No—Intente quitarle mi cuaderno a Gabriel y también darle un zape por indiscreto. Pero unas manos fueron más rápidas que las mías.

—Me veo bastante guapo. — Jean se sento en el puesto vacío a mi lado mientras inspeccionaba el dibujo.

Su tatuaje era algo peculiar, estaba del lado izquierdo y desde donde yo estaba pude notar a la perfección porque resultaba tan raro; debajo de la tinta intentaba ocultarse una cicatriz.

—¿Cómo te hiciste la cicatriz?. —El chico a mi lado se tenso, quizá había preguntado algo muy personal.

—Tengo que irme —Murmuró y se levanto del asiento—Tengo mucha tarea. —Me sonaba a una escusa barata.

—Eh, mi cuaderno. —Pareció percatarse de lo que tenía en las manos y me lo devolvió, me sonrió y se fue.

Ese día llegue a casa y la vida parecía menos complicada, comenzaba a teñirse con pinceladas de otros colores nuevos.

Ese día mi padre le pego a mi madre y ella le pidió el divorcio, los gritos llegaban hasta la cochinchina y su llanto parecía lluvia salada.

Resultaba increíble como al principio puedes llegar a amar tanto ha alguien como para casarte y si te fijas, también puedes ir viendo como las cosas van torciendose lentamente.

Del odio al amor había un paso y del amor al odio; otro.

La casa parecía un campo de batalla, vidrios rotos, cuadros y sillas, como si un tornado hubiese entrado para destruirlo todo.

Mi hermana estaba sentada en las escaleras, observando. Nuestro perrito Manchas empezó a ladrar, tendría alrededor de un mes y medio de nacido.

Pase a haber roto ya muchas cosas en la casa, a mi padre todavía le quedaba ira acumulada, suficiente para no pensar en lo que hacía y meterle una patada a Manchas, quien tuvo una muerte lenta y dolorosa.

El día siguiente no tenía ánimos de nada más que solo dormir y dormir y dormir. Y por raro que parezca llegue temprano a clases, media hora exactamente, me senté y me quede dormida.

Me despertó el ruido de las personas entrando al salón y observandome raro ¿Porqué? Había entrado al salón que no era, al de los de último año.

Recogi mi bolso y me fui a buscar ahora si el aula correcta. Más tarde me encontré a Jean corriendo por los pasillos.

—Hey—me saludo respirando entrecortadamente —El deporte no es lo mío. —Se rio.

—¿Porque corres?. — La curiosidad innata del ser humano se hacía presente de nuevo.

Tenía el cabello revuelto, una sudadera gris claro y ninguna gota de sudor, la piel era tan blanca que parecía enfermizo. Fácilmente lo confundirian con un vampiro de alguna serie juvenil.

—¿Se necesita una razón para correr? —me observo, su mirada era como la de un niño pequeño. — Perdí algo y lo estoy buscando.—

—¿El qué?. —Seguramente era un cuaderno o algo por el estilo, su móvil no era pues lo llevaba colgando por un hilo de las manos y esperaba que en cualquier momento se cayera.

—Mi erizo ¿Me ayudas a buscarlo?— La respuesta era más que obvia, me encantaban los erizos

—Sí, pero ¿que clase de persona trae un erizo al colegio?— Comenzamos a caminar.

—Pues, quería que conociera mundo— Eso era una estupidez total que ojalá no acabará con resultados desastrosos; como por ejemplo ser diseccionado por la clase de Biología.

Una vez encontré un artículo sobre erizos, y lo mucho que les gustaba los árboles de manzana, no habían de esos en mi colegio, pero era más probable que estuviese en la naturaleza que en un salón, así que allí lo buscamos.

Nos tomó alrededor de hora y media encontrar a la pequeña mascota escondida en unos arbustos.

—¿Como se llamá?. — Le pregunté mientras el erizo se mantenía echo una bolita en mis manos.

—Wallie, es un travieso, le gustan tus manos porque son cálidas—¿Cómo sabía que eran cálidas?. En ese momento si, lo eran.

Nos sentamos en el césped y hablamos durante horas, que si intentara recordar no parecerían ni la mitad de un segundo.

Su fecha de cumpleaños, color favorito y demás cosas irrelevantes, pero sinceramente era como si lo conociese de antes y lo hubiese estado esperado toda la vida y ahora estuviésemos poniéndonos al corriente de todo lo sucedido en nuestra ausencia.

Sólo que con muchos secretos, no había la confianza suficiente para hablar de cosas verdaderamente importantes, aún no por lo menos.

Mientras yo no le preguntará por su cicatriz él no se iría, y mientras él no me preguntará sobre cosas personales yo tampoco me iría.

Mantenía al pequeño erizo en mis manos jugando con el distraidamente.

—Rayos, tengo un examen en unos minutos, luego nos vemos— tomo su bolso y se fue, dejándome con el pequeño Wallie, con razón se le había perdido la primera vez, era un pesimo padre.

Al día siguiente no ví a Jean, ni al siguiente y llevar Wallie todos los días al colegio comenzó a ser complicado, no quería que escapase y se perdiese por allí.

Así pues espere a que apareciera el chico para finalmente entregarle a su mascota, él cual apareció casi dos semanas luego.

—Heyy Jean, tengo a tú erizo, si quieres verlo de vuelta tendrás que pagar el rescate— El pelinegros se rio, lucía cansado pero feliz.

—Vale, ¿cuanto quieres?— Rodé los ojos.

—Nada en realidad, te lo devolveré mañana, así que no faltes— asintió y comenzó a sacar oreos de su bolso.

—¿Quieres?—me ofreció.

Había una pregunta que rondaba mi cabeza y que por alguna razón me preocupaba.




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