No te enamores de Jean

Capítulo 8

  «Piensas que nunca te va a pasar, imposible que te suceda a ti, que eres la única persona del mundo a quien jamás ocurrirán esas cosas, y entonces, una por una, empiezan a pasarte todas, igual que le suceden a cualquier otro.» Paul Auster
 

  Iri era una amiga de Jean, y según lo que ella me había contado, él había estado babeando por ella un tiempo, pero ella lo había rechazado porque le iban más las chicas.

Eso último lo dijo guiñandome un ojo, lo cual ocasionó que Jean se pusiese en medio fingiendo estar celoso, pero no sabía si estaba celoso por mi, o por Iri.

La verdad no tenía tanta importancia, aveces le damos más importancia a las cosas de lo que en realidad merecen, y nos llenamos de preocupaciones innecesarias, que terminan cegandonos he impidiendo que vivamos nuestras vidas de una forma feliz.

La última vez que ví a Jean fue exactamente 15 días antes de irme, hablamos poco rato porque él tenía que ir a presentar un examen, me abrazo como de costumbre antes de irse.

Lo recuerdo como cuando te comes la última galleta y no te das cuenta, sientes que no lo disfrutaste lo suficiente y quisieras volver atrás para poder disfrutarla bien.

La misma sensación me había quedado con el resto de personas que conocía, quizá pude haber pasado más tiempo con ellos, pero estaban ocupados o cuando podían yo estaba ocupada.

Pensaba en cuantas volvería a ver y en cuantas, por el contrario, no.

Por suerte el avión no tuvo turbulencias a pesar de ser un vuelo largo, seguramente mi madre se habría infartado.

Escocia era muy lejos, y no se me daba muy bien que digamos el escocés ni el ingles, pero a mí madre le habían dado un trabajo allí y con suerte lograríamos adaptarnos, aunque con el frío que hacía lo dudaba.

Lo que más me disgustaba de Escocia no era el país en sí, sino el fanatismo religioso que adquirió mi madre.

Hacia un rato que la casa olía a azufre por todas partes y mis ojos lagrimeaban.

—¿Má?— La llame para preguntarle si sabía de dónde provenía el olor.

—¿Dime? — Su voz se oía lejos. Seguramente desde su cuarto.

—¿Sabés de dónde proviene ese olor a azufre? — Mi madre se asomó por la puerta y señaló algo en las esquinas de mi cuarto en las que no había reparado antes.

—Coloque cebollas por toda la casa, para que te vayas acostumbrando al infierno al que irás porqué no me quieres acompañar a la iglesia— Rode los ojos, esperaba que por lo menos en el infiento tuviesen WiFi.

Aveces resultaba ser tan dramática cuando quería aceptación, si sus hijas no eran buenas cristianas las vecinas la iban a criticar hasta el fin de los tiempos, como si la opinión de personas que se pasaban el día sin nada más que hacer que criticar tuviese importancia.

Ya había pasado dos meses acá y aún no tenía amigos, por lo menos a mi hermana le iba mejor. Había hecho un amigo polaco de nombre impronunciable para mi, ya podía ser Łukasz o Apoloniusz que yo igual ni me acordaba.

Lo que sí era que a pesar del frío endemoniado que hacía andaba por ahí sin camisa y vaya cuerpaso que tenía el desteñido amigo de mi hermana.

Mi teléfono vibro y dejé de mordisquear mi barra de chocolate. “número desconocido” decía en la pantalla.

«Hey, soy Jean, ¿te acuerdas de mí?» Mi corazón pego un salto. ¿Cómo tenía mi teléfono? Al llegar aquí había cambiado de número y solo recordaba de memoria el de Kamil. 
«Kamil me dio tu número». Eso tenía más sentido. «Tengo algo que decirte».

Junto a ello llego adjuntada una foto de un billete de avión con destino a Escocia sujeto por una de sus manos, su nombre. «¡¡Sorpresa!!» «En tres horas me subo al avión»

Pegue un grito, no podía creerlo ¿Era real? Me pellisque para ver si era real y volví a gritar.

—Yo de grande voy a acabar en un asilo, mi hermana abrió la puerta de mi cuarto—Pero tu vas a acabar en un manicomio— Me saco la lengua y se fue.

«Tu grito se oyo hasta aquí» Jean había mandado un nuevo mensaje.

«¿Es broma verdad?» ¿Que razones tenía él para venir a Escocia?.

«¿Te parece eso broma?» Si, parecía broma, algo que le sucedería a otras personas, no a mí. Un sueño, una ilusión. Parecía todo menos la realidad.

«Sí.» Fue mi respuesta.

«Me mudare a Escocia, terminaré mis estudios allá, me han dado una beca, ya lo hablé con mis padres.» Estaba atónita, incrédula, puede que después de todo terminará por volverme cristiana, porque eso era un milagro, un capricho del destino.

«¿Porqué no me lo dijiste antes?» Me quejé, busque mi portátil rápidamente y teclee a lo desquiciado “Como bajar 15 kilos en un día”.

«¡¡Sorpresa!!» Por un lado estaba molesta y por el otro estaba saltando en un pié, mi bipolaridad no tenía límites ni derivadas.

—¡Alessia es tú turno de lavar los platos! —Grito mi mamá y bajo mi buen humor por completo, ¿porqué, habiendo lavavajillas se empeñaba en que los lavasemos a mano? no lo sé, supongo que de algún lugar tenía que haber heredado yo los problemas mentales.

«Ahora dime la verdadera razón por la que vienes» Quería que dijera “Tú, tu eres la razón”.

«Mi mamá quería conocerte» volví a gritar mientras corría en círculos. OMG, mi suegra digo su madre quería conocerme.

—Si existieran los mundos paralelos— mi mamá entró en mi cuarto sin llamar—¿Sería posible intercambiarte a ti por una Ale que no fuese un desastre y no estuviese tan loca? — Deje de correr en círculos y le saque la lengua.

Si existiesen los mundos paralelos, daba las gracias por estar en el lado bueno, en el que todo era posible y los límites sólo los ponias tú.

Jean iba a venir a Escocia y yo no podía estar más feliz.

«El vuelo en el que voy esta pasando cerca de un huracán.»
 




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