Narrado por Cyra
Londres llora otra vez. La lluvia cae como si el cielo estuviera harto de cargar tanto silencio.
Me gusta más así. La gente camina rápido, se cubre, se queja. Pero a mí me gusta cuando el mundo se esconde bajo un paraguas.
Entro al museo sin apuro. Me saludan en la entrada, pero no devuelvo palabras, solo una leve inclinación de cabeza. Me reconocen; vengo cada fin de semana. Aquí nadie me hace preguntas. Nadie espera que sonría.
Camino por las salas que ya conozco de memoria. Mis pasos suenan huecos sobre el mármol. Las vitrinas están llenas de objetos que pertenecieron a muertos. Y sin embargo, me siento más cómoda entre ellos que entre los vivos.
Me siento frente a una máscara funeraria egipcia. La miro fijamente. Está tan quieta. Tan perfecta. Pienso en cómo tuve que aprender a tener esa misma expresión: ni feliz, ni triste. Solo… correcta. Porque si lloraba, me castigaban. Y si me reía, me decían que estaba perdiendo el tiempo. Aprendí a ser como esta máscara: intocable. Silenciosa.
Mis dedos se enredan en el borde de mi abrigo. Siempre lo hago cuando me empiezo a perder en mí misma. Lo descubrí cuando tenía ocho años. A los nueve ya vivía sola. Bueno, con el mayordomo. Pero eso no cuenta.
Hay turistas alrededor, pero me mantengo aparte. Observo a una pareja que se ríe entre susurros. Él le dice algo al oído, ella ríe como si no tuviera miedo de sonar fuerte. ¿Cómo se siente eso? ¿Reír sin miedo a romper algo?
No los envidio. No. Solo... no entiendo cómo lo logran.
Me levanto y camino hacia las esculturas. Una tiene los brazos rotos. La miro y siento algo parecido a ternura. Me digo a mí misma: al menos ella no lo esconde. Está rota, sí, pero no lo oculta. ¿Yo? No estoy segura de cuántas partes me quedan intactas. Pero finjo estar entera, y eso cansa más que doler.
Saco mi cuaderno. No dibujo. No escribo poemas. Solo palabras sueltas. Pensamientos rotos como yo.
“A veces, ser invisible es más seguro que ser vista.”
Cierro el cuaderno antes de que alguien mire. Me aseguro de que esté bien guardado en mi bolso. Mis pasos suenan igual que cuando entré. Nadie nota mi presencia, ni mi ausencia. Eso me gusta. Eso me asusta.
Salgo del museo. La lluvia sigue. Me mojo un poco, pero no me importa. Nadie me espera en casa. El mayordomo probablemente haya salido. Tal vez compre flores otra vez, como si el olor pudiera borrar el silencio.
Y yo... yo simplemente existo.
No me quejo. No pido. No lloro.
Porque llorar es mostrar que algo duele.
Y yo aprendí hace mucho a dejar de mostrar.
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amor amor adolecente heridas y maltrato, llegaste tarde, no te enamores
Editado: 26.09.2025