no te enamores de mi

Capítulo 1 — Parte II Título: "Silencio entre vitrinas" (continuación)

Narrado por Cyra

Me dirijo a la sala de arte clásico. Siempre dejo esa para el final. Tal vez por rutina. Tal vez porque ahí es donde menos gente habla. Las esculturas griegas, mármol puro, rostros sin emoción, cuerpos incompletos. Me recuerdan a mí. A todos los que fuimos moldeados por otros hasta rompernos.

Doblo hacia el pasillo del fondo.

Y entonces lo veo.

No me ve. Está de espaldas. Alto. Abrigo caro, postura perfecta. Pero hay algo extraño en cómo se sostiene. Como si estuviera hecho de cristal, a punto de quebrarse.

Está parado frente a una vitrina, inmóvil.
Observa un reloj antiguo. Uno de bolsillo, con la tapa abierta. No parece interesado en su valor, ni en su historia. Lo mira como si el tiempo se le hubiera olvidado adentro. Como si ese reloj supiera algo que él no.

Me detengo. No por interés. Por costumbre. Observar es mi reflejo.

Su cabello está un poco desordenado, como si hubiera pasado horas ahí sin moverse. Su expresión… no logro verla del todo, pero la tensión en sus hombros me resulta familiar. No como algo que comparto con otros. Como algo que he visto en el espejo.

Él no pertenece al museo. No como yo.
Su ropa es demasiado impecable. Sus zapatos, demasiado nuevos. Todo en él grita “privilegio”, excepto sus ojos. Aunque aún no los haya visto. Hay algo en la forma en que está… solo.

Me doy cuenta de que estoy analizándolo, como si fuera una escultura más.

Y entonces, se gira.

Nuestros ojos se encuentran.

Él parece sorprendido. No de verme a mí, sino de darse cuenta de que no estaba solo. Como si yo hubiera irrumpido en su burbuja. Lo entiendo. Me pasa todo el tiempo.

Sus ojos son grises. No el gris común. Uno que parece contener una tormenta que no ha estallado todavía. Parpadea una vez. Dos.

—¿Te interesa el reloj? —pregunta, sin apartar la vista del objeto.

No esperaba que hablara. La mayoría no lo hace. No conmigo.

—No. Tú sí.

Me arrepiento en cuanto lo digo. Sonó más frío de lo que imaginaba. Más real.

Él me observa de nuevo. Una ceja ligeramente levantada. No sonríe. No frunce el ceño. Solo... me escanea.

—Entonces somos iguales —responde, apenas moviendo los labios—. Yo tampoco vengo a ver las piezas.

Silencio.

No incómodo. Solo… silencio.
Y por primera vez, no me molesta compartirlo.




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