Narrado por Eliot
El sonido del cristal roto me saca de mis pensamientos.
La madrastra ha vuelto temprano. No debería sorprenderme; sus visitas a casa son siempre tan impredecibles como sus cambios de humor. Pero lo que sí me desconcierta es el silencio con que atraviesa el salón, como si tuviera miedo de que la casa misma la juzgue.
En el fondo, la casa se siente más fría que el viento que sopla afuera. Muebles caros, obras de arte que no entiendo, y yo aquí, sintiéndome como un intruso en mi propia vida.
Hace años que aprendí que la perfección no es un regalo, sino una prisión.
Desde que mamá murió, todo cambió. No solo ella, sino mi padre también. Se convirtió en un hombre distante, ausente. Y luego llegó ella.
La madrastra.
Una mujer que no reemplaza, que no consuela, que solo ordena. A veces siento que solo está aquí para recordarme lo que perdí y lo que nunca podré tener.
Dejo caer la chaqueta sobre una silla y camino hacia la ventana.
Observo la lluvia, el gris del cielo, y pienso en la chica del museo.
Cyra.
No sé por qué su nombre me quema en la garganta. Ni por qué su silencio me pesa más que las palabras de cualquiera.
Ella no necesita fingir. Ella no tiene que ser perfecta. Y eso, de alguna manera, me asusta.
Por primera vez en mucho tiempo, deseo que alguien vea lo que hay detrás del reflejo. Que no se conformen con las piezas que muestro.
Pero no sé si puedo permitirlo.
No sé si quiero.
Porque en esta vida, mostrar la verdad suele ser más peligroso que esconderla.
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amor amor adolecente heridas y maltrato, llegaste tarde, no te enamores
Editado: 26.09.2025