no te enamores de mi

Capítulo 3 — Parte II Título: “Así empezó todo” (continuación)

Narrado por Cyra

Después de lo que pasó con Valeria y las otras chicas, el pasillo parecía aún más frío, si eso era posible. El murmullo de las voces a mi alrededor se volvió un zumbido lejano, como si estuviera dentro de una burbuja que me separaba de todo lo demás. Valeria se levantó y, sin mirarme, se alejó con paso rápido hacia un grupo de amigas que la esperaban un poco más adelante. Se veía aliviada, aunque yo sabía que la tormenta no había pasado.

Yo, en cambio, me quedé allí, quieta, con un dolor sordo creciendo detrás de mis ojos. “Me duele la cabeza”, me dije a mí misma, usando esa excusa tan simple para justificar lo que en realidad era una necesidad urgente de escapar, de encontrar un refugio aunque fuera pequeño, aunque fuera solitario. Me aparté del grupo y caminé hacia las aulas vacías, sintiendo el eco de mis propios pasos en el pasillo desierto.

Abrí la puerta de uno de los salones que aún no había comenzado la clase. El aire estaba frío y el olor a madera vieja se mezclaba con el leve aroma de libros y tinta. Me acerqué a uno de los pupitres junto a la ventana, donde la luz del sol entraba a duras penas, y me recosté sobre él. Dejé que la cabeza cayera hacia un lado, apoyada en los brazos cruzados. Cerré los ojos por un momento, tratando de que el ruido en mi mente se apaciguara.

El silencio me envolvía, un silencio que parecía más real que cualquier palabra que pudiera decir o escuchar. La lluvia afuera seguía cayendo, y las gotas golpeaban las ventanas con un ritmo constante, casi hipnótico. Por primera vez en el día, sentí que podía respirar sin miedo, que podía ser yo misma sin tener que fingir, sin tener que preocuparme por las miradas ni los juicios.

Pero esa tranquilidad hizo que sueño apareciera.

📖 Capítulo 3 — Parte III
Título: “Sombras en el aula”
Narrado por Eliot

El pasillo estaba desierto. Demasiado desierto para ser mediodía. Mis pasos resonaban en el suelo de mármol con un eco lento, como si la escuela respirara en silencio. No debería estar aquí. La clase terminó hace casi una hora, pero algo me llevó a recorrer estos pasillos vacíos. Algo que no sé si quiero admitir.

Empujo suavemente la puerta del aula al final del corredor. Está entreabierta. La luz gris que entra por las ventanas ilumina las filas de pupitres, los cuadernos olvidados, el aire pesado. Y entonces la veo.

Cyra.

Está recostada sobre uno de los pupitres, la cabeza apoyada en los brazos. No se mueve. No se escucha ni su respiración. Por un instante, mi corazón se detiene.

—Cyra… —susurro, apenas audible.

Camino hacia ella, despacio, como si cualquier ruido pudiera romper algo. El aula entera parece contener el aliento. Me acerco más. No responde. Ni un movimiento. Ni un sonido.

Mi garganta se cierra.
“¿Está bien? ¿Se desmayó? ¿Desde cuándo está aquí?”

—Cyra, ¿puedes oírme? —pregunto, esta vez un poco más fuerte.

No hay respuesta. Solo la lluvia golpeando los ventanales. Por un segundo, siento que estoy de nuevo frente a ese reloj detenido en el museo. El tiempo se detiene alrededor de ella, como si alguien hubiera apagado todo.

Doy un paso más y me inclino, el corazón latiendo con fuerza. Su rostro está tranquilo, demasiado tranquilo. Su piel, pálida bajo la luz gris. Mi mano tiembla antes de atreverse a tocarle el hombro.

—Por favor… —murmuro, casi para mí—. No me hagas esto.

Y entonces, justo cuando estoy a punto de inclinarme más, veo un leve movimiento en su respiración. Un gesto mínimo, pero suficiente para arrancarme un suspiro. Está viva. No está desmayada… solo está dormida. Pero tan quieta, tan frágil, que por un instante sentí que podía romperse.

Me quedo ahí, de pie, sin saber si despertarla o no. No debería estar aquí. No debería mirarla así. Pero algo en esa escena me atrapa. La forma en que incluso dormida parece luchar con algo invisible.

Y mientras la observo, me doy cuenta de algo que no quiero admitir en voz alta: yo también vine aquí buscándola.




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