no te enamores de mi

Capítulo 3 — Parte IV Título: “La sorpresa inesperada”

Narrado por Eliot

La quietud en el aula era casi tangible. Cyra seguía allí, dormida o quizá solo descansando, pero para mí parecía como si estuviera atrapada en un mundo invisible, lejos de todo.

De repente, un parpadeo. Sus ojos se abren de golpe, como si el aire frío la hubiera despertado de un sueño profundo.

Cuando sus ojos se encuentran con los míos, su expresión cambia instantáneamente. El miedo y la sorpresa la paralizan un segundo, y sin poder reaccionar a tiempo, pierde el equilibrio y cae de la silla.

—¡Cyra! —exclamo, dando un paso rápido para ayudarla a levantarse.

Ella se queda quieta, con la respiración entrecortada, los ojos grandes, llenos de confusión y algo de vergüenza.

—No esperaba que alguien estuviera aquí —dice con voz temblorosa mientras se incorpora, tomando mi mano para ponerse de pie.

Puedo ver en su mirada que no es solo sorpresa; hay un destello de vulnerabilidad que no había visto antes.

—¿Estás bien? —pregunto, sin apartar la vista de ella.

Asiente, aunque sus manos tiemblan un poco. —Sí, solo me dolía la cabeza... y necesitaba un momento para mí.

El silencio que sigue entre nosotros es denso, pero no incómodo. Por primera vez, no hay palabras vacías ni máscaras. Solo dos personas, en un aula casi vacía, conectando en esa inesperada pausa del tiempo.

—No suelo dormirme así —dice ella, mirando al suelo como si le avergonzara haber bajado la guardia.

—Tampoco suelo irrumpir en aulas vacías —respondo, con un intento de sonrisa que no sé si le molesta o la relaja. —Pero pensé que… te habías desmayado.

—¿Y qué ibas a hacer si sí? ¿Llamar a una ambulancia? —pregunta, con una ceja levantada.

—Iba a cargar con el cadáver, por supuesto —bromeo con ligereza, esperando que algo en su gesto se ablande.

Y lo hace. No exactamente una risa, pero su expresión se suaviza. Un poco. Como si por un momento, todo lo demás dejara de importar.

—Solo necesitaba alejarme —admite—. Hoy... fue uno de esos días.

No necesito preguntarle a qué se refiere. Conozco bien ese tipo de días. En los que el mundo se siente como una sala demasiado ruidosa, aunque todos guarden silencio. Días en los que hasta respirar cansa.

—¿Valeria? —pregunto, sabiendo que casi siempre están juntas.

—Se fue con otras chicas. Me dijo que me alcanzaba luego. Y la verdad... no quería seguirla.

—A veces es mejor estar sola —digo, bajando la voz—. Al menos no tienes que fingir.

Ella me observa. No como se mira a un compañero de clase. Hay algo más en sus ojos. Una pregunta muda. Un reconocimiento.

—¿Y tú? ¿Qué haces aquí? ¿Buscabas este exacto salón o... te atrajo mi aura depresiva?

—Un poco de ambas —respondo, sincero.

Nos quedamos en silencio unos segundos. Pero no es incómodo. Es ese tipo de silencio que se siente como un respiro compartido.

—Eliot... —dice, y esta vez su voz no tiembla—. No tienes que quedarte si no quieres.

La miro, y por primera vez desde que llegué, lo tengo claro.

—Sí quiero.




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