No te esperaba

Capitulo 93

Ver la cabeza de su perro en la entrada de su casa fue la realización de su pesadilla, las imágenes no mentían, los bomberos lograron apagar las llamas, pero no habían querido hablar de nada hasta que llegara Claus.

 

—Hermano!! —Gabrielle se acercó a Claus viendo como este no quitaba la vista de la casa.

 

—¿dónde… donde esta? —Gabrielle lo miro con dolor, cuando vio cómo su amigo, lucia peor que antes, un despojo humano aferrándose a la vida. —¡¿DÓNDE ESTA!? —Gabrielle lo abrazo y el hombre volvió a quebrarse de nuevo.

 

—no han encontrado su cuerpo afuera… —murmuro Gabrielle. —están sacando los restos del interior poco a poco, hay que tener paciencia. —Gabrielle hablaba tan bajo en su oído que quería aferrarse a la idea de que ella siguiera con vida.

 

—¡encontré el cuerpo de Lewis! —grito Mateo apenas se acercó, Claus y Gabrielle rompieron el abrazo para mirar al hombre.

 

—¿eso que tiene que ver? —pregunto Gabrielle confundido.

 

—le dije a Layla que estuviera sacando un par de cosas de la casa sin que los chicos supieran —el rubio siguió sin entender. —síganme. —ambos hombres siguieron a Mateo hasta la zona del sendero donde la huella de zapatos seguía. Los tres hombres se mantuvieron con la mirada en el suelo hasta que se toparon con el restante del cuerpo de Hades, y un charco de sangre junto a trozos de piel y huesos.

 

—sí estuvo aquí… —Claus se acercó sin importarle el olor de tierra y sangre pudriéndose. —si murió aquí, fue protegiéndola a ella —su corazón se llenó de esperanza.

 

—¿no encontraron más cuerpos cerca? —pregunto Gabrielle viendo la zona, la casa apenas se podía ver desde allí y todo es mucho más silencioso.

 

—no, señor —los tres compartieron una mirada.

 

—llévame al final de camino —Mateo solo asintió y siguió guiando a Claus entre la maleza hasta que un punto azul en la tierra le llamo la atención, se inclinó recogiendo el objeto detallando que era el collar de Layla, el que él le había comprado.

 

—los zafiros

 

—aquí paso más de un auto —dijo Gabrielle al ver el desastre de tierra de neumáticos en el camino.

 

—has que sigan el sendero… si Dominico está vivo debe tener a Layla. —Mateo asintió un poco inseguro. —¿Qué pasa?

 

—estuve pensándolo de camino aquí, pero… ¿y si también hicieron lo mismo con él? —ambos hombres miraron al asistente confundidos. —él no tenía familia, pero si una mujer con un niño.

 

—mierda…

 

—Clarissa tuvo que haber dado con ellos. —dijo con preocupación, entonces no era del todo su culpa, el hombre no tenía opción.

 

—¿se puede? —pregunto Gabrielle con duda, sabiendo cómo es Claus con su seguridad.

 

—parcialmente no, pero con solo la idea de que su familia estuviera en peligro —comento Mateo haciendo que Gabrielle soltara un suspiro.

 

—busca a esa mujer y a ese niño, averigua donde están —Mateo asintió, él ya lo había hecho, pero no tenía respuesta, debía ir a esa casa por su cuenta.

 

Claus se aferró a tomar el collar entre sus manos esperando que ella estaba estuviera con vida.

 

 

—¿no despierta? —pregunto un hombre alto detrás del cristal de la sala de cuidados intensivos.

 

—no, tiene… heridas previas —el hombre presto atención al historial y las placas que el doctor a su lado le mostraba en la tableta.

 

—¿Qué tan graves? —pregunto en tono serio viendo el expediente de la mujer.

 

—varias fracturas en las costillas ya sanas, el hombro dislocado y un pulmón perforado, también una herida de rozadura de bala. —explico con calma el doctor para luego deslizar el dedo en la pantalla y mostrarle otra imagen, esta vez del cerebro. —lo que no le permite despertar es la inflamación aquí —señalo en la pantalla. —tenemos que esperar que los medicamentos hagan efecto para saber qué tan grave fue el daño.

 

—Gracias doctor. —el doctor se marchó dejando al hombre solo unos segundos hasta que del otro lado del pasillo se acercó un hombre de gafas oscuras.

 

—Layla Coromoto Ortiz Rivera, veintinueve años, extranjera, no tiene un trabajo, pero paga todos sus impuestos, su cuenta de ahorros tiene una cantidad nada despreciable, pero nada que indique un robo —hablo el hombre, pero el otro no apartaba la vista de la mujer entubada en la habitación.




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