No te esperaba

Capitulo 163

—¡Davida! No te vayas tan lejos —grito Layla buscando por el alrededor del pequeño parque encontrando a la niña de trenzas sollozando frente a un hombre de gran tamaño arrodillado —Dav… —se quedó callada cuando se acercó más y el olor de Claus le pego fuertemente en la nariz y el perfil ya fue inconfundible.

—Mami!! Me caiii —hablo la niña entre lágrimas mostrando sus palmas rojas con rasguños y toda la parte del frente de su overol, Layla la tomo en brazos soplando con cuidado las manos de la pequeña quien mantenía un puchero en sus labios conteniendo sus lágrimas.

Miro con saña a Claus quien se mantenía al margen limpiándose la tierra de las rodillas con los lentes oscuros que solía verle siempre.

—¿Cómo te caíste? —la niña solo se encogió de hombros, viendo que no solo el overol tenia tierra, sino que sus zapatillas.

Solo suspiro, llenando de besos las mejillas gorditas y rojas de la vergüenza de la pequeña.

—está bien… vamos a… limpiarte y comer helado ¿sí? —Davida por un momento olvido las lágrimas y comenzó a sonreír contenta.

—¿tambien vendrá él? —volteo su cuello rápidamente hacia el hombre alto lucia como un gran perro mojado.

—¿Qué te dijo? —hablo bajo esperando que Claus no se acercara, sus canas se veían acentuadas recordándole por qué se alejó de él en primero lugar.

Apenas recordó su cordura o lo poco que tenía luego de la muerte de Niccolo, no podía ni tener cerca al hombre a pesar de que se mantuvo allí callado y trayéndole lo que ella necesitara o a penas pensara.

Incluso estuvo allí cuando dio a luz y fue el primero en sostener a Davida en sus brazos, el parto natural fue descartado para evitarle cualquier complicación, Claus nunca soltó su mano, pero la culpa en sus ojos él mismo veía todos los días y cuando llego Stefan supo que no podía volver a entrometerse.

Agradecía que esta vez se hubiera despedido de él.

—es amable, me ayudo cuando me caí —la pequeña tenía esa mirada que Layla no podía negarle nada.

—bien… Señor… quiere venir a comer un helado? —Claus elevo sus cejas sobre las gafas oscuras y luego asintió.

Vio como la pequeña parecía tener sus ojos puestos en el hombre, ella lo entendía, le paso lo mismo cuando le vio la primera vez.

Cuando llegaron al puesto de helados Layla como buena madre regaño y aconsejo a la pequeña a no correr mientras limpiaba con toallas húmedas donde estuviera sucio y en las heridas un pequeño tónico.

—¿bien? —la niña asintió contenta pudiendo comer por si sola de su helado, pero su mirada no se apartó de Claus y esta a su vez no podía dejar de mirarla.

La pequeña era mini versión de su madre, pero tenía el color de ojos de su padre y su nariz, pero esos risos y hondas sabia de quien las había heredado, no pudo evitar sonreír y recibir una gran sonrisa con mejillas rojas por parte de la pequeña.

—¿Qué haces en la ciudad? —Claus la miro con atención, el tiempo solo había hecho que Layla más joven, aunque podía alegar estar alucinando.

—yo…—trago tan duro que el dulce del helado se sentía como arena.

—¿se conocen? —pregunto inocente la niña mirando a su madre y luego al hombre frente a ella en la mesa.

Ambos adultos se miraron sin saber que decir.

—bueno… es complicado…pero te he dicho que no te acerques a extraños —la niña bajo la cabeza mirando su helado, Layla solo le acaricio los cabellos enredando uno de los rulos de la pequeña en sus dedos.

—tu madre tiene razón, no debes acercarte a extraños o gritar si uno intenta acercarse —la pequeña miro atenta al hombre, tenía voz profunda, el regaño viniendo de él fue incluso peor ¿su padre la reprendería igual?

—lo siento… —dijo aún más arrepentida.

—bueno, ahora. No respondiste a mi pregunta —Layla se cruzó de brazos, recargando la espalda sobre el espaldar de la silla.

—solo… quería venir a verte —Davida miro a ambos adultos, su madre apenas tenía interacción con su tío Stefan o con su abuelo.

Entendía porque su madre lloraba ciertas noches, pero quería ver a su madre feliz como en los videos de la boda con su padre.

Su abuelo siempre contaba historias sobre ello, pero su padre, así como había dicho su madre muchas veces: todos los que suben al cielo no bajan de allí y si lo hacen solo sería por un momento.

Davida era precavida, lo que su madre no sabía era que no había confiado en un extraño al azar, se sorprendió verlo allí, pues su rostro era el mismo que en el video de su nacimiento, este hombre la había cargado cuando recién nació y si su pequeño cerebro en crecimiento estaba en lo cierto, ese hombre y su madre se conocían lo suficiente como para estar en su nacimiento.

¿Qué era para su mamá?




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