En las calles más oscuras de Londres, una joven deambulaba como si estuviera desorientada. Tenía hambre, miedo... Y asco. Si algún día se encontrara cara a cara con su padre le pegaría un tiro.
Por su culpa, o mejor dicho, de Cassandra estaba en la miseria e indigencia. No podía entrar en la casa de Londres porque la habían subastado. No tenía otro lugar que ir. Salvo mendigar como una mujer pobre por las calles.
Todos se burlaban de su suerte. ¿Quién iba imaginar que lady Ophelia, una dama de la clase alta pudiera haber caído tan bajo?, ¿Ella? Ni siquiera podría haberlo soñado en sus peores pesadillas.
Aún maldecía el día que su hermano mellizo se enamoró de la hija del fallecido duque. Por ello, había ocurrido en su familia desgracia tras otra desgracia.
Empezando por el escándalo que provocó su hermano. Puso los cuernos a la princesita de los Werrington. Eso fue un varapalo para su familia. Segundo, su padre fue amante de... ¡La antigua duquesa! No cabía duda de que los hombres Perrowl no podían mantener la bragueta cerrada. Tercero, su padre fue a parar a la cárcel por haber sido la causa principal de la muerte del duque... ¡Otro escándalo!
La misma sociedad le dio la espalda. Siendo la paria para ellos. El ostracismo social fue como una losa para sus vidas, la de su madre y la de ella. Quiso creer que eran fuertes, pero se equivocaron.
Ahora su madre estaba muerta para su mayor dolor y había perdido su hogar en tan poco tiempo. Incluso, los que creían que habían sido amigos de su propia familia, también le habían dado la espalda. Sin embargo, había uno que sí la quiso ayudar. Pero por orgullo y amor propio, lo rechazó.
¡Ojalá los Werrington pagaran por el sufrimiento que les habían causado!
Un chillido de un roedor le apartó de sus pensamientos. Tuvo cuidado de no pisar alguna... ¡Rata! Se apartó asqueada del pequeño animal que se le había cruzado. Sus pies le pedían a gritos que se detuviera. Aun así siguió caminando.
¿A dónde podría ir?
Vendería algunas joyas que llevaba consigo y poder pagar el alquiler de un piso modesto. Aunque no quería pensarlo, lo tenía que hacer. Sino dormiría en la intemperie y cerca de esos bichos que odiaba ver.
Sin embargo, su amigo tan querido, el destino, tenía una sorpresa para ella esa noche.
Lord Darian seguía trabajando en el banco. Aunque era el director, uno de los más importantes de Londres, se quedó hasta tarde para cuadrar las cuentas de varios clientes. No era una tarea aburrida, según él, no lo era. Porque le apasionaba las matemáticas, los logaritmos, las operaciones... En resumen, todo el mundo matemático. Los números podían ser verdaderos egnimas que él quería siempre desentrañar. Sin embargo, tenía otra pasión que no se le iba de las venas. Ni de la mente.
Ese era su peor maldición o una irritante distracción para su trabajo: su amor por lady Ophelia. Lo peor de todo era que no sabía dónde estaba. Había intentado ayudarla meses atrás cuando supo el empeoramiento de lady Perrowl. Quería haberla ayudado pero que se encontró con su rechazo. También, intentó tener un acercamiento o, al menos unas palabras, cuando lady Perrowl falleció. Pero Ophelia se mantuvo distante. No era un hombre que se retiraba a las primeras de perder. No.
La vida le había enseñado a ser constante, a seguir adelante, a conseguir lo que quería. Aunque podría aparentar ser un hombre frío, imperturbable, metódico e insensible, por dentro era un hombre que tenía sentimientos a pesar que su abuelo materno, el gran marqués de Mansfield, casi había intentado deshumanizarlo. Había pretendido que fuera su heredero pero se encontró con una piedra en el zapato. Él quería ser banquero para estar lejos de su familia y de su ponzoñosa presencia.
Muy pocos sabían que era medio escocés, por parte de padre. Su abuelo materno, hizo todo lo posible para que su hija se casara, embarazada de otro, con lord Darian. Él pretendía seguir con un linaje limpio, puro y de casta. Sin embargo, le salió el tiro por la culata cuando su hija tuvo un lío amoroso con un escocés. No supo que fue de su padre después. No sabía estaba muerto o vivo. El caso que ella, después de sobrevivir a los golpes que le sometió su abuelo, se casó a base de engaños con el que había sido su padre. Un hombre muy desapegado al amor.
Desde que tenía uso de razón, recordaba el infierno que vivió en Mansfield. No tenía buenos recuerdos que le hicieran añorar a su familia o su hogar. Para nada. De ahí sus pocos deseos de algún día casarse, establecer una familia. Eso lo que quería y ansiaba su abuelo. Seguir con el linaje familiar.
Tampoco creía el amor o algo semejante a ese sentimiento que más de un hombre se volvió loco. Quiso creer que era inmune a ello hasta que alguien se coló en su vida haciéndole replantear sus propios principios.
Ese alguien era lady Ophelia, la hija de su amigo, lord Perrowl, que aún seguía preso por sus malas decisiones.