La sensación del mareo volvió a azotarla o más su cuerpo empezó a sentir una extraña relajación. Como si se estaba desvaneciendo. No tenía sentido porque ningún cuerpo se desintegraba. Fue relajándose hasta tal punto que quería cerrar los ojos y quedarse para siempre ese sopor.
Se le desenfocó la mirada y no entendió lo que estaba ocurriendo. Salvo que la bebida contenía droga...
—Me habéis drogado — cada de uno de sus extremidades le pesaban y la razón escapaba de su mente.
Tuvo que apoyarse sobre los antebrazos en el colchón porque no podía por ella misma sostenerse.
—Lo siento. Pero era por su seguridad — quería reírse de su estúpido comentario— . No podemos arriesgarnos que se rebele.
—¿Rebelarme? — estaba entendiendo menos la situación — ¿Por qué me iba a rebelar? Es inaudito...
Si antes no le había gustado ciertos detalles, ahora mucho menos. Tenía todos sus sentidos que le decían que huyera de aquel lugar. Cuanto antes, mejor. Sin embargo, no pudo dar un paso. Era demasiado tarde para actuar y huir de allí. Sus ojos se cerraron y su cuerpo quedó como un peso muerto sobre la cama desordenada.
No fue consciente que era llevada hasta la bañera. Ni se percató que la desnudaron sin permiso suyo y la vistieron como una fulana... La estaba preparando para que fuera un objeto bonito que exponer en esa noche. Sería la nueva estrella de madame Betty, quien la estrenaría esa misma noche. No quería alargar más la espera.
Mientras la joven era inconsciente de la situación, en el burdel de madame Beatrice Roberta, o como la conocían sus empleados o amigos, Betty, seguía en su funcionamiento. Había más burdeles por las calles de Londres. Pero muchos hombres iban allí porque ofrecían confidencialidad de la intimidad, una variedad de juegos, instalaciones y había libertad con las muchachas. Eso sin rozar a la violencia.
— Andrew — Betty salió del escritorio— Quiero que hagas correr la voz que hay una nueva chica en mi burdel. A ver si los buitres vienen.
— Sí, señora — era un chico que trabajaba con ella como mensajero y recadero.
— No se te olvide, muchacho.
Antes de ir a tomarse una copa, entró uno de sus guardias. Tenía contratado a dos o tres guardias debido a los clientes imprudentes, maleducados o pesados. El que entró fue precisamente quién encontró a la chica. Roger.
—¿Has visto a alguien dónde la encontraste? — el hombre negó con la cabeza.
—No.
Era la respuesta que esperaba aunque le extrañaba que la hija del lord Perrowl merodeara por esas calles, acabara con un golpe en la cabeza y sin dinero. Sola. Pero no era tan difícil de hacerse una idea cuando su padre estaba en la cárcel. Había sido una gran pérdida para el burdel pero era lo que se merecía por ser un zorro ambicioso. Al principio no reconoció a la chica cuando Roger la trajo. ¿Cómo la iba a reconocer si iba vestida de negro, encima tenía la cara demacrada, delgada y sucia? Si la hija se hubiera enterado que su padre había pisado en su local como otros nobles hicieron no estaría muy contenta. Estaría gritando ahora mismo.
Si nadie la estaba buscando, podía seguir adelante con su plan. Muchos clientes querrían acostarse con la hija de Perrowl, una virgen de noble cuna. Había hecho bien Roger en traerla.
—¿Desea algo más? — preguntó el guardia.
— Por ahora no — hizo un gesto con la mano demandando que se fuera.
El hombre grandullón asintió y salió del despacho. La mujer fue hacia la licorera y sacó un vaso.
— Ay, mi amigo y querido Perrowl — comenzó a hablar a sí misma y empezó a llenar la copa de brandy —. Siento que tu hija tenga que pasar por este difícil trance. Seguro que te retorcerías en tu asquerosa celda si lo llegaras a saber. Pero en esta vida hay que aprovechar cualquier oportunidad. Y eso precisamente era lo que me dijiste una vez y te haré caso. Gracias por lanzar a tu propia hija a los lobos. Ella te lo agradece con todo su amor. Y yo también.
Quedaban pocas horas para que el burdel abriera sus puertas y esperaba que transcurriera con éxito. Sin duda, no todas las noches tenía el lujo de tener como una de sus chicas a una hija de un lord.
Lord Darian no tenían ningún plan previsto para esa noche. Por eso, cuando dijeron algunos compañeros de su profesión, más conocidos que amigos, de distraerse aceptó sin más. E invitó de paso a su secretario pasando de largo algunas miradas desdeñosas cuando se lo propuso. Le importaba un comino. Tommy, además de su secretario, era su amigo. No supo el porqué, quizás una intuición o una señal le dijo que lo hiciera.Parecía que lo iba a necesitar esa noche. No se equivocó.
— ¿Un burdel? — escuchó la pregunta de Tommy, los otros hombres entraron sin dubitamiento en sus pasos. Incluso, el guardia los saludó con familiaridad.
Darian se quedó rezagado. Unos pasos atrás de los otros hombres. A su lado, seguía Tommy que lo miraba con los ojos desorbitados.