Thomas Gerard Grand en todos sus años, concretamente tres, que trabajaba de secretario para el lord Darian no se imaginó hacer el papel de enfermero o de niñero.
Había entrado en la casa de su señor, que estaba cerca del banco. Se notaba que era de soltero por los pocos muebles que decoraban en las habitaciones. Parecía austera e impersonal. No era cálido ni acogedor. No tuvo tiempo en fijarse en todos los detalles porque la joven musitó con apenas voz:
— Creo que voy a vomitar...
Se agachó con la intención de hacerlo.
— Aguante un poco — desesperadamente buscó un cuenco o algo parecido rápidamente. ¿Dónde podría encontrar algo en esa casa cuando no había casi prácticamente nada?
No le dio tiempo a pensar mucho y cogió un jarrón chino, que pensó más tarde, si Darian estaría contento por haberlo utilizado como palangana.
El olor del vómito le llegó a las fosas nasales haciéndole que frunciera la nariz. En ese momento no era para ponerse tiquismiquis. No cuando la joven estaba echando todo el contenido del estómago en ese precioso jarrón. Le sujetó el pelo a un lado para que no se lo manchara. Después que ella vomitara todo, le pasó un pañuelo para que se limpiara la boca.
—Gracias —la joven aún seguía con los temblores y la mirada dilatada —. ¿Y Darian?
¿Habría soñado que había estado con ella? Había creído que sí estaba o se había equivocado. Estaba tan desorientada, se pasó una mano por la cabeza. No tenía el control de su cuerpo y estar aún débil no le gustaba. Jamás se había puesto enferma salvo esta vez que había sido drogada. Odiaba estarlo.
Thomas la ayudó a que se apoyara en él para ir a los aposentos de su señor. No supo cuáles eran hasta que abrió todas las puertas y vio por fin el dormitorio. Al igual que el salón no había mucho mobiliario. Se podía decir que era práctico. La cama estaba en el centro de la habitación. Fueron hacia allí.
—Vendrá después. Me ha dejado su cuidado a mí. Si quiere puede descansar — la depositó con cuidado en la cama.
Ella asintió sintiendo malestar por todo el cuerpo. Cuando su cabeza se posó en la blanda almohada, sus ojos prácticamente se cerraron. Había vivido un infierno desde que su madre falleció. Pero ahora estaba a salvo. Aunque no quería reconocerlo, se sentía agradecida. Más tarde, analizaría sus propios sentimientos y pensamientos.
El secretario fue al salón justo cuando alguien tocó la puerta. Abrió y apareció lord Darian con una expresión adusta en la cara, que desapareció cuando lo vio.
— Gracias, Tommy — suspiró y entró en su casa —. ¿Cómo está lady Perrowl?
— Bueno, ha expurgado la droga y está en su dormitorio descansando.
Él asintió con gravedad y se pellizcó el puente de la nariz. Estaba cansado y tenso. La conversación que había tenido con Betty le había revuelto las entrañas. Aún recordaba sus palabras ponzoñosas. Y lo peor que podría ser verdad lo que le había dicho.
— Ha sido una noche muy movidita, ¿verdad? — el joven asintió —. Tommy, necesito su palabra que no dirá esto a nadie aunque me temo que lord Biker o lord Yale la han visto y pueden irse de la lengua.
>> Precisamente ellos estaban donde estábamos nosotros. No se caracterizan por ser discretos. También, quiero que prepare su equipaje. Nos vamos por la mañana a Gretna Green. Nos tomará como mucho un día y medio o dos de trayecto.
— Pero, señor, ¿está usted seguro de hacerlo?
Darian no sabía la respuesta que darle. Antes de hablar con madame Betty no habría dudado. Habría dicho que sí de momento. Pero ahora sabiendo que ella había estado con otro algo se removía en su interior. La sensación no era agradable. Sin embargo, no podía pensar en él mismo. No sabía tampoco las circunstancias ni el hombre o joven que podría haber estado con ella. ¿Podría haber sido el duque? Negó con la cabeza. Si siguiera en ese bucle, se volvería loco de celos. Aunque no pudiera evitarlo, no era el momento ni el lugar. Lo que hubiera ocurrido, si fuera verdad, había sido el pasado, ahora estaba en el presente. Ella estaba en su dormitorio.
Una sensación cálida se expandió por su pecho, dejando a un lado los celos.
— Sí. Ella necesita mi protección aunque me imagino que no le gustará la idea cuando se entere — una sonrisa se dibujó en sus labios al imaginarse dicha escena —. Por ello, mantendremos por ahora esto en secreto hasta que llegamos al lugar. No quiero arriesgarme que se fugue.
— ¿Por qué lo haría? Cualquier joven desearía ser su esposa.
— Gracias por el cumplido, Tommy — negó con la cabeza aún con la sonrisa en los labios. Ese era el efecto que tenía Ophelia en él. Incluso no estando físicamente en la habitación, lo hacía. Se convertía en un tonto sentimental sin poder controlarlo — . Pero ella no es cualquier joven. Mucho menos desea ser mi esposa.