Su plan de huir de la casa de lord Darian podría ser perfecto si no fuera por una serie de inconvenientes. El primer de ellos, no llevaba puesta la vestimenta adecuada para salir. Ni siquiera tenía un vestido decente con el cual vestirse. Se imaginó que en el armario de lord Darian no habría ninguna prenda femenina. Segundo, no podía salir y encontrarse con alguien conocido. Si alguien la viera, sería nuevamente la burla pero esta vez por su culpa e imprudencia. Todos esos inconvenientes la hacían desanimarla.
Aun así, intentó al menos vestirse con decencia. Se quitó la colcha de su cuerpo y caminó hacia lo que sería el vestidor del banquero. Estaba en una habitación adyacente del dormitorio. Su boca se abrió como la de un pez al ver el espacio amplio que ocupaba el vestidor.
Directa fue a coger una camisa y unos pantalones que estaban colocados y guardados en unos cajones de la cómoda. Pero antes de cogerlos, se vio a sí misma tocando cada prenda. Estaban confeccionadas por las mejores telas. Tenía que reconocer que el amigo de su padre no se vestía de forma sencilla o vulgar. Tenía estilo.
Viendo que se estaba entreteniendo más de la cuenta acariciando las camisas, se regañó y se dispuso a cambiarse. Le era extraño sentirse inexplicablemente cómoda con su ropa. No quería pensar mucho en ello, si lo hacía, descubriría cosas que no estaba dispuesta a reconocer.
Aunque estaba agradecida porque la había salvado de esa situación, tenía demasiado orgullo para dar su brazo a torcer y hacer lo que él ordenaba. Era algo que le impulsaba a rebelarse. No sabía porqué.
Recordó la primera vez que lo vio. Su padre lo había invitado a una comida familiar. No era ignorante de las intenciones del patriarca. Él dejó caer en más de una ocasión cuando estaban reunidos que lord Darian, un banquero importante londinense, que sería un buen partido para ella, cosa que ignoró desde el primer momento que su padre abrió la boca sobre él. Le molestaba que su padre idealizara en Darian como el perfecto caballero cuando sabía que no existía. Sí, sólo había uno en ese momento. Ese hombre era Julian cuando estaba aún enamorada por él. La verdad, lo que le molestó más era que su padre tuviera admiración, orgullo y respeto hacía él y no por sus hijos. Ni por Peter, su hermano mellizo, ni por ella.
Fue ese instante cuando comenzó a sentir un rencor hacia esa persona tan perfecta. Nadie podía ser perfecto. No lo sería. Estaba segura que si fuera el hijo de su padre sería su hijo favorito. El predilecto. Lo odiaba sin conocerlo.
Cuando fue el primer encuentro, Ophelia sintió como una especie de retortijón en su estómago. No le gustó sentir aquello. Ni tampoco como si estuviera caminando por arenas movedizas. Decidió que el protegido de su padre sería una persona no grata para ella, ni sería jamás su esposo. Así se lo hizo saber cuando tuvo la oportunidad de hablarlo con él.
— No espere, lord Darian, que caeré a sus pies — le dijo cuando la invitó a dar un paseo con el permiso de la madre y teniendo de carabina a la doncella de la señora.
— ¿Cómo?
— Lord Darian, no creo que sea sordo. Aunque no le guste la idea, yo no seré su esposa — se rio con la intención de burlarse de él, pero no se ofendió— . Seré la esposa del hijo del duque.
— Efectivamente, la he escuchado muy bien — le dijo acercándose a ella. Dejó de reírse cuando vio en sus ojos una intensidad que la abrumó y la puso nerviosa. Fingió indiferencia ante su aproximación hacia ella—. Le deseo mucha suerte para ello pero creo que será un esfuerzo en vano. Sueña con un imposible.
Se enfadó con él y por su estúpido comentario.
— Le odio — ahora le tocó reírse él, lo que provocó más el enfado de la muchacha —. Mi padre piensa que es un gran caballero pero no lo es. Es un...
— ¿Un qué? — la picó más.
— Un hombre malvado sin corazón — el hombre se puso serio de repente.
Sin permiso de ella, le cogió de la mano. Ophelia jadeó ante su atrevimiento e intentó soltarse.
— Puedo mostrarle que no lo soy si me llega a aceptar como su esposo.
— Primero tendrá que helarse el infierno — le replicó soltándose por fin de su mano.
Sí, se helaría el infierno antes de casarse con él. Era una promesa que se había hecho a sí misma. Pensó que él se rendiría en su empeño pero no lo hizo. Ni cuando su padre le hizo saber su rechazo a su intención de cortejarla.
Cuando estaba preparada para marcharse de esa habitación, pasó por delante de un espejo grande y se quedó horrorizada con su imagen en el cristal. Estaba tan terrible que no se dio cuenta que había gritado. Lo que provocó que cierta persona la escuchara y fuera hacia su encuentro.
— ¿Ophelia, dónde estás? — oyó a lo lejos la voz de Darian.