La joven miró la puerta por donde se había ido su salvador o su carcelero.
Aunque le disgustaba la idea de hacer lo que él le había ordenado, cogió el vestido que había tirado al suelo por el pequeño arrebato que había sufrido. Tenía que reconocer que el amigo de su padre tenía buen gusto por la ropa. No quería pensar mucho si el vestido que se iba a poner podría haber sido de una de sus amantes. Encontraba casi molesto la idea de usarlo. Pero no tenía más remedio. Las ropas del banquero le quedaban grandes; por ejemplo, los pantalones se le caían de la cintura si no se los sujetaba con unos de sus tirantes. Pero no quedaría elegante para ella.
En su mente se coló la imagen de él con la camisa blanca impoluta y los tirantes. A él le quedaban de maravilla.
Fue consciente que no estaba pensando otra cosa que no fuera él, lo que provocó que sufriera otro arrebato. Se puso el vestido con rapidez y se dio cuenta que no tenía botones por la parte de atrás por lo que le fue fácil colocárselo.
Para sorpresa suya, el vestido le quedaba como un guante. Cosa que no supo si le molestaba más porque la anterior dueña tendría su talla.
Al salir de la habitación fue a buscar a Darian. No tenía a mano sus pertenencias porque todas habían acabado en subasta. Las joyas que quería vender para poder pagarse un alquiler habían sido robadas. Así que no tenía otra cosa que el vestido prestado. Era un golpe duro para su orgullo. Y más cuando sabía que dependía de él.
No sabía donde estaba las demás habitaciones. Era una casa grande para ser una casa de soltero y había poco mobiliario. No tardó en encontrarle con el joven que estuvo en el burdel. A pesar que estaba bajo los efectos de las drogas, recordó que fue quien la ayudó en su rescate. También, estuvo en su momento vergonzoso cuando vomitó.
Se sonrojó al rememorarlo y no fue consciente que la conversación que estaba manteniendo los hombres se había parado.
— Buenos días, lady Perrowl — la saludó con educación el joven pelirrojo.
— Buenos días, ya estoy preparada — lord Darian la miró con intensidad que ella intentó ignorar aunque no pudo evitar que un nudo se le creara en el estómago.
— ¿Solo tienes lo que llevas puesto?
Ophelia sintió que el nudo desaparecía para dejar una sensación de vergüenza.
— No importa — notando el mutismo de la joven —. Más adelante pensaré en algo. Tenemos que irnos.
— ¿Irnos? — poco le importó que estuviera otra persona delante de la conversación —. Lord Darian, antes de irme con usted quiero asegurarme el destino de nuestro viaje. No quiero saber si me llevará a un lugar apartado para tenerme escondida.
El secretario de Darian carraspeó nervioso.
— No me tiente en su idea de tenerla escondida porque podría hacerlo. Como le he dicho antes: es una sorpresa. Tampoco, soy tonto. Sé que si le digo donde iremos se fugará a la mínima oportunidad que se le ofrezca.
La joven se mordió la lengua. Había acertado de pleno.
— ¿O me equivoco? — le preguntó para provocarla.
Ella lo miró con odio mal disimulado y se apartó de él como una gata arisca.
— Iré con usted pero quiero que sepa que no me sentiré cómoda y se arrepentirá de haberme obligado irme con usted.
— Ya me lo imaginaba
— ¿Qué ha dicho? — se giró con la intención de comenzar una discusión.
Él hizo una señal a Tommy para que cogiera las maletas y le dijo a Ophelia cuando pasó por delante de ella:
— Le queda muy bien el vestido — sabiendo que no le había escuchado dijo lo que se le vino en la mente.
Pensando que el cumplido podría mansarla hizo que refunfuñara y se alejara de él.
— Lord...
— Antes que diga algo Tommy, le diré que seguiré con ello hasta el final.
— De acuerdo — asintió el joven sin estar muy convencido.
— Este viaje va a ser muy entretenido — dijo en tono alegre.
El joven no entendió porque su jefe estaba de buen humor cuando se notaba que lady Ophelia no estaba dispuesta de ponerle las cosas fáciles. Se notaba que el hombre no desistía en su intención de hacerla su esposa cuando otro hombre se habría tirado por la ventana.
— Espera, lady Perrowl — cogió una capa que había en el perchero de pie y se la entregó.
— Es mejor que nadie la reconozca aún — le respondió leyéndole el pensamiento —. A estas alturas, en la ciudad se habrá corrido el rumor que ha estado en un burdel — observó como el rostro de la joven palidecía al darse cuenta de su delicada situación —, es mejor actuar con precaución.
Ella asintió y tomó la capa de sus manos. Él tenía razón, seguramente medio Londres sabía que había estado en ese asqueroso lugar. Dado que su reputación se había debilitado a raíz del encarcelamiento de su padre, ahora estaba hecho añicos sin que tuviera algo para remediarlo. Debía de agradecer que él tomara todas esas consideraciones cuando no lo tenía que hacer. Podría haberse desatendido de ella rápidamente. No lo había hecho.