— ¿Usted fue quién la compró? — el cansancio había desaparecido totalmente de ella dejando paso sentimientos contradictorios recorriendo por sus venas.
— Sí, fui yo, lady Darian — le cogió su mano y depositó un beso que ella sintió como una caricia ardiente.
Le quemó y le dolió.
— Bienvenida a su casa.
Su esposa apartó la mirada y la dirigió nuevamente a la casa.
"Ophelia, estás en deuda con él", le susurró esa voz familiar.
No le gustó aquello. No le gustó para nada.
No le gustaba que él tuviera ese gesto de amabilidad. No quería que fuera amable con ella y su corazón se ablandara.
Se soltó de su mano con brusquedad. El esposo enamorado esperó ver en sus ojos gratitud pero vio lo contrario, una frialdad que él mismo sintió en la carne. Él asintió y se puso la "máscara". Él también sabía aparentar. Podía igualar su frialdad.
Un cúmulo de emociones la golpeó nada más entrar en la que había sido su casa. Se esperó un olor a humedad de haber estado cerrado mucho tiempo pero no había dicho olor. Estaba amueblado, limpio y ordenado. Nada que ver con la última vez que estuvo. La única persona que se había encargado de todo ello había sido su marido.
Las deudas que tenía con él iban en aumento. Se le formó un nudo en la garganta al alzar la vista y ver las paredes, los muebles, los objetos que adornaban en cada rincón... Era su casa, y volver, era una sensación de comodidad, sin embargo, era agridulce porque los habitantes que habían estado en ella, no estaban. Ni siquiera estaban los mismos sirvientes. Era una sensación extraña porque lo que había conocido no estaba pero era su casa. ¡Era contradictorio!
— Milady, me gustaría presentarte a quienes van a servirnos a partir de ahora.
La ama de llaves era una mujer que rondaba los cuarenta. Vestía con ropas negras y tenía un aspecto severo. El mayordomo parecía un abuelo entrañable pero su expresión era inmutable. No sabía lo que uno podía pensar. Los demás sirvientes eran jóvenes al igual que los lacayos... ¿Harían bien su trabajo?
— Tanto lady Darian — continuó su marido después de las presentaciones — como yo estaremos dispuestos a escucharos. Cualquier sugerencia, petición o autorización, podéis dirigiros a mí o a su señora. Su palabra es válida como la mía.
Ophelia lo miró escéptica. Los hombres de su estatus no hacían esa concesión a sus mujeres que le daban menos valor que una moneda de un centavo. En cambio, lord Darian, le estaba demostrando ser diferente a ellos, diciéndole al servicio que su palabra valía igual que la de él. Poniéndola en su mismo nivel.
El nudo se le hizo más grande.
— Señora Cloak — se dirigió a la ama de llaves —, mi esposa le dirá el nuevo horario de las comidas, como también de la organización de la casa. Cualquier cosa, hagásela saber a través de ella. Cuenta con mi apoyo. ¿De acuerdo?
— Sí, señor.
El resto de sirvientes asintieron, conformes con lo que había dicho.
— Se pueden retirar para hacer sus respectivos quehaceres.
— Lady Darian — sus ojos oscuros chocaron con los suyos —, puede ir a su habitación y descansar...
— No quiero descansar — alzó la barbilla y dijo con rotundidad —. Quiero hablar con usted en privado.
No quería que hubiera algún sirviente merodeando por los pasillos para lo que tuviera que decirle a su marido.
Él alzó una ceja sabiendo que la inminente conversación no sería pacífica. Y más viendo el brillo de desafío en los ojos de ella.
— No tengo mucho tiempo — miró su reloj de bolsillo —. Tengo que volver al trabajo. Lo que me tenga que decir se pospone.
Lady Darian le disgustó que él se fuera a su trabajo, dejándola ahí con la última palabra en la boca. Pero ella no iba a dejarlo así. No, ella siempre daría el último paso.
— Está bien — dijo con sequedad —. No me moriré por esperar un poco. Pero que sepa esto no se va a quedar así. El hecho que haya comprado la casa no significa que cambie mis sentimientos.
Él se pellizcó el puente de la nariz. Nunca lo había dudado aunque había tenido una pequeña esperanza que ella se ablandara, aunque fuera un ápice. Sin embargo, ella seguía siendo tan fría e inalcanzable como orgullosa.
— Lo daba por echo, princesa — le replicó inclinándose sobre ella —. Me imagino que tiene en su repertorio una serie de odas hacia mi persona. Pero es más importante mi trabajo que el tener que escucharla.