Una buena esposa era ser obediente, sumisa, dócil y ama de casa.
Ophelia no cumplía con ninguna de esas características. No era sumisa, ni dócil. Por lo siguiente, no era obediente. Ser ama de casa estaba por verse.
No era la primera vez que se enfrentaba ella sola la organización de una casa. Lo había hecho desde que su padre fue a prisión y su madre cayera en una profunda depresión. La única diferencia era que en ese momento tuvo que despedir la mitad de la servidumbre para poder pagar a una enfermera y sus cuidados. También, tenía que añadir las grandes deudas que su padre fue acumulando con el paso de los años, a escondidas de su familia.
Sin embargo, ahora tenía un tropel de sirvientes a su encargo. Era un detalle por parte de su "marido" dejarla a ella al mando. Aunque no quiso pensarlo mucho en ello, sentía que quería hacer bien su papel. Como era ella, no debería pensar si era una buena señora de su hogar. Poco debería importarle, pero sí lo hacía. Quería hacerlo bien para que lord Darian no siguiera pensando que era una niña mimada incapaz de hacer bien una tarea.
Desde que se fue su marido al banco, lo primero que hizo fue encargarse que las (pocas) pertenencias que tenía fueran hacia sus aposentos. A los suyos. Aún no estaba loca por querer dejar sus propias cosas en los aposentos de su marido. Más tarde, habló con la ama de llaves para reorganizar a las sirvientas a la limpieza de la casa. De paso, eligió a una de ellas como su doncella. Una que se llamaba Christine, una joven de dieciséis años, que parecía entusiasmada por su nueva labor.
— Christine al ser mi doncella se compromete a serme leal, ¿entiende lo que quiero decir?
— Sí —aunque por su mirada llena de confusión diría que no.
Se alejó unos pasos de los demás sirvientes porque sabía que podrían ir con el cuento a su señor. Era quién les pagaba su salario. No era tan tonta para saber que su lealtad se debía a él a pesar que él les había dicho que podía confiar en ella. ¿En ella? Londres sabía de su reputación antes de casarse con el banquero. Había sido una paria social. No iba a ser fácil que la gente olvidara ese tan detalle importante. Ella precisamente no lo hacía y quería contar aliados. Uno de ellos sería su doncella. Esperaba que haberle dado ese papel, que otras se matarían por ser la doncella de su señora, le garantizaba su lealtad.
Le hizo una seña para que se acercara.
—Christine. Lo que te quería decir antes sobre serme leal... Lo que quiero es que seas mi cómplice y amiga.
— ¿De verdad? —gritó alegre de serlo.
— Shhhh —chistó y ella pidió lo siento —. No pasa nada. Debes ser prudente. No te voy a pedir solamente que dispongas mis vestidos, por ejemplo. Sino también, que seas mis ojos y mis oídos.
—Ah, entiendo — se puso seria de repente, bueno, eso intentó aparentar porque aún tenía un brillo de curiosidad en los ojos —. Quiere que le cuente todo.
— Sí, ¿lo podrás hacer? Me tendría que contar todo hasta lo que hace mi marido.
— Por supuesto que sí. No debe preocuparse, lo haré como lo usted lo mande - se dio una palmada en el pecho.
— Perfecto —dijo aunque no estaba muy convencida —. Ah, esto no se lo cuentes a nadie.
—Prometido.
Teniendo ya su doncella personal, estaba más tranquila. Ahora le quedaba por hablar con la cocinera que era una mujer tosca, que por suerte, pudo aceptar una sugerencia del menú de aquel día. Se imaginó que para el almuerzo estaría sola, y pensó en lo que podría gustarle a lord Darian para la cena.
¿Sopa de verduras?, ¿pastel de carne?, ¿pato asado con alguna salsa en especial?, ¿puré de patatas? ¡Qué complicado podría ser diseñar un menú.
Al darse cuenta que estaba molestándose en preparar el menú para esa noche, solamente para deleitar a su marido, le irritó mucho. E intentó no tomárselo muy en serio. Definitvamente, se le estaba yendo la cabeza.
Acabó contenta a pesar que la cocinera había estado poca participativa pero acabó accediendo.
¿De dónde habría contratado su marido el personal?
Acabar el día, quiso tomar una siesta para descansar pero antes quería hacer algo que había postergando todo el día. Como si no había tenido el valor suficiente para hacerlo. Subió los escalones que le dirigía hacia la segunda planta. Ahí, en la última habitación, había estado su madre durante la enfermedad. Insufló aire para sus pulmones y giró el picaporte. ¿Esperaba que hubiera estado cerrada?
No se dio cuenta que estaba conteniendo la respiración hasta que se escuchó suspirar. Delante de sus ojos, estaba la cama grande, el armario antes lleno de vestidos ahora vacío, la cómoda, el tocador ausente de perfumes y del joyero de su madre.
Verlo todo tan vacío le creó un nudo en la garganta y no pudo evitar que la pena y la nostalgia la golpearan. Se acercó a la cama que estaba hecha con nuevas sábanas, edredón y cojines. Las cortinas eran diferentes. Eran de color turquesa, azul... Colores alegres. Tragó saliva y se sentó sobre la cama. Ahí no estaba su madre. La última vez que la vio fue allí, tan frágil y... fría.