A pesar de que las horas habían pasado desde que se fue la visita, el agujero de su estómago no había desaparecido. No podía achacar que fuera el hambre, cosa que brillaba por su ausencia. Se le había quitado el apetito y jugaba con la comida de su plato. La cocinera si la viera así con la comida, lo tomaría como una ofensa. Pero no era porque estuviera mala. No, era ella misma que sentía ese horrible agujero que no se le iba. Tampoco le ayudaba que su marido hubiera decidido esa noche a acudir a la cena.
Aunque la larga mesa los separase, él había observado su falta de apetito. Pensó que no le hablaría durante la velada ya que cuando llegó se mantuvo distante con ella, como lo había sido en la mañana antes de irse al banco. Nada más llegar, la había saludado como si fuera un caballero cortés ante una conocida pero no como un marido hacia su mujer. Se lo merecía porque ella no estaba siendo el claro ejemplo de ser una buena esposa dado su actitud poco "cariñosa". Así que le sorprendió que se dirigiese a ella después de un rato sin hablarse, cosa rara en ellos, porque antes volaban los cuchillos entre ellos.
Dejó la cuchara a lado del plato y, aunque por momento no quiso preguntar, lo hizo. El comportamiento de su esposa estaba siendo bastante inusual y preocupante. ¿Ophelia jugando con su plato, callada y taciturna? Jamás había conocido esa cara de su esposa hasta ahora.
— Después del sermón que me echaste anoche, pensé que estarías más contenta con mi llegada — la palabra contenta no definiría a su esposa. Sus sentimientos no habían cambiado y no estaría dichosa para recibirle y aguantar con su presencia.
—No me apetece hablar — replicó con voz lacónica.
—Ni tampoco comer— ignoró la mirada mirada asesina que le envió por su comentario.
—No es de buena educación resaltar la falta de apetito en una dama.
—Teniendo en cuenta que enfrente de mi no hay tal dama, no tengo que medir mis palabras.
Escuchó su jadeo indignante y la vio levantarse de la silla. Ocultó su sonrisa tras la servilleta. Ophelia había regresado.
¿Qué tendría en esa cabeza para que hubiera estado tan silenciosa unos minutos antes?
Era una cuestión que estaría interesado más tarde en investigar pero ahora estaba pendiente de la discusión.
—Ha sido una mala decisión de cenar con usted.
—Pues ayer pensaste de forma diferente. Deja el enfado y cena...
—Si no lo hago... —se cruzó los brazos como una niña pequeña.
—Si no lo hace, yo mismo le daré de comer que por lo visto la idea le desagrada.
—No será capaz...
—Ponme a prueba — le cortó.
Tras esas tres palabras, los dos se miraron sin apartar la mirada el uno del otro, enfrentándose y luchando en nueva batalla. El suspiró y se levantó de la silla, echando la servilleta en la mesa sin reparo. Se ajustó la chaqueta.
—Me has obligado a hacerlo, princesa.
Ella pensó que no lo iba a hacer y creyó que sería una falacia de su marido para ponerla a prueba. Contuvo las ganas de retroceder conforme veía como su esposo llegaba hasta ella con pasos lentos. Demasiado lentos. Lo hacía para ponerla nerviosa postergando el momento.
Estuvieron cara y cara, ella quiso sentarse porque tenía las piernas hechas de gelatina.
—Una última oportunidad. Me obedece o lo hago yo por usted.
—No lo hará.
—Me preocupa que no coma. Irse a la cama con el estomago vacío no es bueno para conciliar el sueño.
Sus palabras y su sonrisa de niño bueno no convencieron a Ophelia. Hasta podía decir que sus palabras podrían tener un doble sentido o era ella una mala pensada, que también podía serlo. Sin embargo, hubo algo en su tono que fue parecido al tacto de una caricia.
Era un disparate.
¿Ophelia es un disparate que tu marido te seduzca?, se preguntó haciendo que no estuviera tranquila consigo misma. Aunque no quiso darle más vueltas la idea, le provocó cierto cosquilleo y curiosidad de ver lo que su marido era capaz de hacerle para que obedeciera.
La sorprendió al dirigirse a los sirvientes, que estaban esperando a retirar los platos, para pedirles que los dejaran a solas. No se había dado cuenta de su presencia hasta ahora.
¿Habían estado presenciando su discusión sin decir palabra alguna?
Los sirvientes se fueron. Estaba sola con él. Es cuando Ophelia sintió que unas alarmas sonaban dentro de su cabeza. Podría haberse ido, dejándolo a él comiendo pero no quería que los sirvientes hablaran sobre ellos. Pero era una excusa bastante mala porque habían presenciado su têtê a têtê y no se fue en ese momento.
Reconoce que no has querido irte.
Su marido ajeno a sus pensamientos, fue a sentarse donde ella se había sentado. Ella lo observó con los ojos entrecerrados.
—No esperará que me siente — tragó saliva — encima de usted.