No te mentiré #3

Capítulo 19

El beso le pilló por sorpresa. Tanto fue así que el hombre no reaccionó como le hubiera gustado a Ophelia, que empujó sus labios contra los de él, haciendo más presión y queriendo que él fuera partícipe de ello.

Una brizna de preocupación se instaló en su pecho provocando una leve angustia que no soportó sentir. Se apartó extrañada y decepcionada porque no se había esperado esa respuesta indiferente de su marido. Poco recíproca. No la había correspondido, no la había besado. No podía sentirse más desilusionada. Se alejó herida pero la mano de su marido la agarró de la muñeca manteniéndola a su lado.

¿Era tan tonta por pensar que su marido la deseaba?, ¿por qué había creído que él estaría anhelante por ese beso igual que ella?

 

— ¿Por qué me has besado? — la pregunta la sorprendió.

 

Si había pensado que no le había afectado en absoluto el beso, se había equivocado. Si no estuviera tan herida, habría notado que la voz de su marido era más grave de lo normal y su cuerpo estaba tenso.

 

—¿Por qué lo has hecho? — preguntó esta vez con la voz más acerada que antes.

 

Furiosa consigo misma y con él, se soltó de su agarre.

 

— Por simple curiosidad — sonrió con superficialidad e ironizó —. ¿Debería tener un motivo para besarlo.

 

 

Él entrecerró la mirada y preguntándose por el extraño comportamiento de su mujer. Claro, que le había excitado el beso pero era muy raro que su esposa fuera la que tomara la iniciativa y tuviera ese impulso de besarlo. Sus palabras superficiales le demostraron que para ella había tenido tan poca importancia. No sabía qué le molestaba más, si su actitud caprichosa o la razón de ese impulsivo beso.

 

—Claro, querida. ¿Sentía una enorme curiosidad por saber cómo eran mis besos? Lamento no poner mucho empeño en no satisfacerla.

Él estaba enfadado porque la situación se le escapaba de las manos. Algo había ocurrido en la fiesta después que su mujer se topara con su amigo Phil y no sabía lo que era, y le molestaba saber esa cosa desconocida para él. Ese desconocimiento de algo era lo que había impulsado a su mujer a besarlo.

No por deseo, ni por que lo quería. Por una maldita curiosidad que en vez de creerlo, le hacía desconfiar.

 

—¡No importa! — odiaba que su marido respondiera con ese tono burlón haciendo que se sintiera más estúpida por haberlo besado y quiso él sufriera un poco de su sufrimiento — ¿Cree que me interesa repetir la experiencia? No, querido, ha habido hombres en mi vida que han besado mejor que usted.

 

 

Le dio la espalda notando que su marido la estaba taladrando con la mirada y deseó que el trayecto terminara. ¿En qué momento de la noche se había vuelto un caos para ella haciéndola sentir mal? Entre ellos, volvió a instalarse un silencio pesado que fue interrumpido brevemente por la voz del cochero avisándoles que había llegado a la casa. No había luces encendidas y solamente el mayordomo les abrió la puerta cuando ella se apresuró a tocar, adelantándose a su marido que aún bajaba del carruaje con un rictus serio en el rostro.

Corrió en las escaleras en dirección a su dormitorio. No quería ver a su marido ni en pintura.

 

— Absténgase en hacer algún comentario — le cortó lord Darian al mayordomo que miró incrédulo como su señor subía los escalones con la misma rapidez que su señora.

 

El pobre mayordomo se quedó mirando la puerta como si le viniese por fuerza divina alguna inspiración que le explicara el comportamiento inusual de sus señores. Se fue a la cama echando un bostezo sin preocuparse lo que pasaría entre lord y lady Darian. Mañana los sirvientes se encargarían de chismorrear un día más sobre el matrimonio. Ya a esa altura le extrañaba que no se hubiera caído parte del techo o del mobiliario por los intensos piques de lord y lady Darian. Temblaba con solo pensar que todo se viniera abajo un día pero hasta que llegara dicho momento al menos descansaría en su cama.

Ophelia cerró la puerta con llave con toda la clara intención de dejar fuera a su marido. Vio con una sonrisa satisfecha que el picaporte se sacudía pero sin llegar abrirse del todo. ¡Qué aprendiera un poco de su medicina!, pensó con cierto regocijo ya que aún se sentía despreciada y herida en su orgullo.

El picaporte dejó de moverse y ella sintió algo de desilusión que intentó ignorar cuando fue hacia su tocador y empezó a quitarse la capa dejándola en el suelo, las horquillas igual. Su pelo, después de estar varias sujeto, se deslizó por su cara y su pecho en rizos desordenados. Su imagen en el espejo no le gustó para nada. Parecía una salvaje. Empezó a peinárselos con furia intentando desatar esos nudos que la mataban... Estaba tan concentrada en ello que sintió que el corazón le salía del pecho cuando, de pronto, la otra puerta de la habitación adyacente (que no se había asegurado cerrar) se abrió creando un estruendo.




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