Ese día su marido se marchó antes del trabajo para no coincidir con ella en el desayuno cosa que fue evidente para ella y para el resto de sirvientes.
Su malhumor empeoró y quiso salir para despejarse del ambiente que había en su casa, y poder así, desfogarse de su enfado. En su cabeza, maldecía una y otra vez a Hawker. Por culpa de él había actuado así en la noche anterior con miedo y desesperación. Con solo pensar en la posibilidad que su marido pudiera sospechar de ellos, la mataba por dentro. Por eso actuó de esa manera tan impulsiva. Se arrepentía de haberle dado el beso en esas circunstancias. Aun así... para su vergüenza había deseado que anoche hubiera acabado diferente. No sabía hasta qué punto le hubiera permitido llegar porque no quería que supiera que no era virgen hasta que ella pudiera ver la manera de confesárselo. O no. Tenía claro que necesitaba mucho valor para decírselo.
¡Quizás, Ophelia, se ha dado cuenta que no eres mujer suficiente para él!, repitió una vocecita importuna. Su ánimo decayó a pasos muy agigantados. Las tiendas no la animaron como lo habían hecho antaño. Regresó a casa con el mismo humor que antes o peor. Intentó ir a la biblioteca a ver si leyendo un libro se despejara.
Aunque muchos habrían pensado, teniendo cuenta el carácter de ella que no le gustaban los libros, se habrían equivocado. Sí le gustaban y más cuando cuando necesitaba desconectar y no pensar en los problemas personales que tenía. Uno de ellos, su matrimonio con lord Darian.
Se sorprendió al ver en su marido en el interior buscando unos documentos en el escritorio. No podía negar que el traje que llevaba se le quedaba muy bien. Estaba tan apuesto, lo observó un rato antes que se diera cuenta de lo afectada que le había producido verlo.
Su marido no se percató de su presencia hasta que cogió dichos documentos y los metió dentro de su maletín de cuero.
—Buenas tardes, lady Darian — ¡odiaba que utilizara su apellido de casada! — No voy a importunarla. He venido a recoger unos papeles para una gestión del banco y me marcho.
Pasó por delante de ella sin detenerse, ni siquiera para mirarla.
—Darian —él se dio la vuelta sin mostrarse sorprendido — . Yo... - no sabía lo que decir, lo quería que era se quedara y no la dejara sola pero si lo hacía, mostraría dependencia y vulnerabilidad—. Nada.
Él apretó los labios en una línea muy bien, se fue de allí hacia su trabajo.
Ophelia se dio cuenta que su actitud hacia él no estaba siendo la correcta desde que se casó con él, o mejor dicho, antes de casarse. Cerró los ojos más desanimada. Miró el escritorio donde su padre había estado trabajando años atrás, y ahora quién lo ocupaba era su marido.
¿Estaría bien su padre en la cárcel?, era la primera vez que se lo preguntaba ya que se había mantenido beligerante hacia lo que había hecho su padre.
Podría preguntárselo a Darian, seguramente él tendría noticias de él.
Sin embargo, después de tener esas palabras frías hacia ella, no tenía ánimo de preguntárselo.
En ese instante, el mayordomo entró dejando la correspondencia de su marido en el escritorio.
— ¿Todas son cartas para mi marido?
— Sí, señora – asintió el mayordomo.
Ella las cogió y le hizo un gesto para que saliera. Las ojeó por encima y se dio cuenta que la mayoría de ellas eran de hombres, se imaginó que eran socios del banco. Una carta le llamó la atención procedía de Mansfield, ¿qué tipo de conexión tendría esa persona de Mansfield con su marido? Sus ojos se abrieron al ver que ponía marqués de Mansfield. La hubiera abierto sino fuera porque una se cayó de sus manos y fue parar al suelo. Dejó las demás cartas en el escritorio.
Su corazón se le paró al ver una letra delicada y femenina en ese sobre. Antes que la voz de su conciencia le dijera que no lo hiciese, cogió el abrecartas de su padre que aún estaría guardado en el cajón y abrió esa carta. Sabía que estaba mal abrir la carta de otra persona que no era ella. Eso era un invasión a la privacidad.
Sin embargo, todo remordimiento se esfumó cuando leyó el contenido de la carta. Acabó por destrozarla en mil pedazos.
—Christine — salió de la puerta y llamó a su doncella.
—¿Qué desea, mi señora? — fue corriendo a su llamada.
— Quiero que limpie esa mesa y los trozos de la carta los eche a la basura. Si alguien le pregunta, dile que no sabe nada.
Su doncella le extrañó su rara petición, aun así hizo lo que le pidió sin dejar rastro de la carta.
Mientras tanto una nueva preocupación se agitaba en el estómago de Ophelia.
¿Por qué no le había dicho lord Darian que había tenido una prometida antes de conocerla?
Sin duda, hay más mujeres en la vida de mi marido que yo no sabía que existían. La autora de esa carta podría ser muy peligrosa.