No te mentiré #3

Capítulo 22

La doncella personal de lady Darian la trató de animar durante el regreso a casa.

  — Señora, puede ser que se haya confundido. Lord Darian se desvive por usted. Seguramente, esa joven no es su prometida sino un pariente cercano.

Ophelia que tenía los ojos enrojecidos por aguantas las lágrimas negó con la cabeza.

—   ¡Ay, Christine! Si fuera así... Ojalá lo fuera pero la mujer esa, tan bella, refinada y educada — no pudo evitar que su voz sonara con un poco de retintín — era Ingrid, una prometida, bueno lo fue, de mi marido. ¿Crees que el pasado se olvida sin más? No creo. Además, Darian se veía tan cómodo con ella. Nunca lo había visto así conmigo.

Su doncella no pudo rebatir ese punto porque el tiempo que había estado en la casa nunca había visto muestra de amor entre ellos. Eran peleas continuas. 

  — Pero si piensa a lord Darian que se lo voy a permitir. ¡Está muy equivocado!

La  mirada de Ophelia refulgió con determinación.

—  ¡Así, se habla, mi señora!

***

Sin embargo, dicha determinación, y podría decirse que era también  valentía, se fue esfumando con el paso de las horas. Esperó a su marido en sus aposentos. Con la intención de pillarlo desprevenido y lo consiguió. 

La cara de su marido fue un poema cuando la vio allí en su habitación pero luego se recuperó de la sorpresa para luego mirarla con cierto... ¿Aburrimiento? El corazón de la princesa de hielo se encogió.

  — ¿A qué debo su inesperada visita a mis aposentos, lady Darian? — justo en ese instante entró la ayuda de cámara de su marido para ayudarlo a desvestirse pero él le pidió que saliera, sabiendo que la charla que tendría con su mujer iba ser tensa. Se lo imaginó, viéndola con los ojos echando chispas y con la mandíbula apretada.

— Llega tarde —se levantó del sillón, que tenía su marido en la habitación enfrente de la cama—. ¿Has estado con ella?

La acusación y la pregunta hicieron que su marido frunciera el ceño y la mirase con recelo. 

  — ¿Esa pregunta sin sentido a qué viene? — entrecerró la mirada y su mujer alzó la barbilla como si fuera la ofendida —. Vengo del trabajo como cada noche.

Ophelia no lo evitó y se acercó a él. Un leve aroma a mujer olía en la chaqueta de su marido.

— ¡Huele a ella! ¡Maldito seas! — de pronto, sin previo aviso, le empezó a golpear con las manos — ¿Cómo has podido? No te ha valido almorzar con ella, sino que has retozado.

El hombre maldijo su torpeza. Seguramente el abrazo que le había dado a Ingrid había impregnado algo en su chaqueta. Pero no hubo nada más que ese abrazo en su despacho del banco.

— Espera un momento. ¿Cómo sabes que he almorzado con ella?, ¿me has estado espiando?

— Lady Darian — paró sus golpes cogiendo sus manos con las suyas —. No he retozado con nadie. Contéstame.

— No le creo — se quiso soltar, dolida y herida —. ¿Cómo le voy a creerle? Si ella le escribió una carta diciendo que lo quería ver. 

Darian entrecerró la mirada y soltó las manos de ella para agarrarla de los hombros.

— ¿Has leído la carta? Esa carta no era para ti — Ophelia se dio cuenta que había metido la pata hasta el fondo pero se sentía tan traicionada que no se disculpó.

— ¿Y qué importa si la leí? El caso que te he visto al mediodía con ella. No se os veía nada incómodo.  

Él suspiró y se alejó de ella.

  — Esa mujer con quien me viste, ya sabes quién es. Es mi antigua prometida — ella apartó la mirada y se abrazó a sí misma —. No iba ser un maleducado y un patán con ella después de haber roto el compromiso. 

  — Sin duda, la sigue queriendo — Ophelia hizo un esfuerzo para reprimir las lágrimas.

— Claro que la quiero pero como amiga — suspiró cansado de esa discusión, de su desconfianza hacia él —. Al menos con ella no discuto.

Su último comentario fue una estocada para Ophelia que se sintió como un gusano. Sí, un feo gusano. Sin embargo, su orgullo la salvó de no mostrarle lo herida y afectada que estaba con sus palabras.

— ¡Pues le doy permiso por si quiere acostarse con ella! —  le gritó y caminó a zancadas hacia la puerta para irse de allí.

— No lo dirá en serio — su marido tuvo el detalle de agarrarla de la mano y ella lo sintió como un hierro candente en su piel.

— Con ella no discute, ¿verdad? — Darian no sabía qué decir porque veía que su esposa lo miraba con odio y decepción, su corazón enamorado se resintió un poco más —. No me importa, lord Darian. Todo esposo tiene una amante, quizás ella le puede complacer cosa que yo nunca haré, ni me molestaré en hacerlo.




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