Unos minutos antes...
— ¿Qué me va a hacer? — le desafió provocando a la bestia dormida de Darian — ¿Me va a devolver el golpe?
Él se guardó una sonrisa y un ágil gesto, le cogió de los cabellos con la mano, sin hacerle daño.
— Mucho peor, princesa — sin darle tiempo a proceder lo que había dicho, Ophelia sintió un empuje hacia su pecho.
Darian la atrajo hacia él, sin perder más segundos, asaltó a la boca de su mujer, que sintió como si un rayo la fulminara por dentro. Para sorpresa de él, su esposa le respondió con la misma intensidad y brutalidad con que él la estaba besando, provocando en él más necesidad, más deseo y hambre de hacerla suya.
Él nunca se había imaginado la respuesta pasional de su mujer. Estaba cautivado y era preso de ella. Sin embargo, no le daría el poder de saberlo el efecto que podía causar en él. La abrazó más, atrayéndola a su pecho, sintió cada cuerva rozando deliciosamente su cuerpo enardecido. Ella no era consciente que su trasero, cubierto por el camisón, rozaba y quemaba directamente su miembro, aumentando más su tamaño si podía ser posible.
Ophelia gimoteó sintiendo un ardor en sus partes íntimas. Nunca había sentido ese deseo acuciante en su cuerpo. Nunca, ni siquiera cuando fue su primera vez que fue horrible y doloroso. Nada placentero. En cambio, los labios sensuales de Darian moviéndose contra los suyos, intentándola dominar, provocaban un dulce y caliente cosquilleo por todo su cuerpo. Quería más de él. Por eso, su cuerpo dominado por el ardiente deseo se rozó y se retorció contra la parte inferior del cuerpo de su marido buscando alivio. Pero tal alivio le era esquivo que pronto se tornó en frustración.
Su marido se dio cuenta de sus movimientos bruscos en su regazo, a regañadientes se apartó de ella. Su mirada no se apartó de ella. Tenía los labios enrojecidos y más voluminosos. Los tocó por unos segundos. Estaba sin aliento al igual que él.
Sonrió maliciosamente y le ordenó:
— Rodéame con las piernas — su mujer no era alta como él, pero sí pequeña que la podía llevar como un monito.
— Si no lo hago — su voz era igual de ronca que la suya.
— Tiene esa opción o seguir estando frustrada — escuchó un bufido por parte de su mujer —. Bien fuerte.
Como pudo se levantó y menos mal que no hizo el ridículo de caerse. Sujetó con sus grandes manos los muslos de su mujer. La llevó hacia el lecho donde las sábanas aún estaban desordenadas.
— Darian — se percató que la mirada de su mujer se había tornado muy seria —. Yo...
Mientras ella intentaba decirle una verdad que la carcomía, él se centró en acariciarla desde abajo hacia arriba. Los dedos de él hacían magia en su piel y producían más sensaciones punzantes que iban hacia abajo. No pudo evitar arquearse ante su íntimo tacto.
— ¿Qué querías decirme? — sus manos acariciaban sus piernas, sus muslos... y sus dientes, sus perversos dientecitos mordisqueaban el lóbulo de su oreja.
— ¡No puedo pensar! — jadeó, tensándose como una cuerda cuando él la atrevió a tocar allí.
Se llevó una mano a la boca para no gemir con fuerza pero Darian viendo su intención la atrapó con la que tenía libre.
— No, quiero oír sus gemidos.
Ophelia aunque intentó no darle el gusto, su cuerpo actuó por sí solo, y más, cuando él puso empeño a hacerla enardecer más y más hasta que su cuerpo explotó en mis esquirlas, desatándose en ella una explosión de placer.
No supo que había cerrado los ojos hasta que los abrió aletargada, sintiendo cada beso en su piel desnuda. Aún llevaba el camisón puesto, pero su marido le había bajado los tirantes desnudando sus senos para ser degustados por la juguetona boca de Darian. Se arqueó y se vio otra vez dominada por tensión placentera. Él la complació con la boca, con sus dedos que no paraban de acariciarla... ¡Estaba a punto de romperse! No lo creía posible, pero así fue cuando explotó en pequeñas réplicas de placer. Se cogió de su cuello mientras abajo se sentía más mojada.
— Está preparada para mí — le susurró en su oído.
Fue como una brisa o un latigazo a su piel sensible. Cerró los ojos cuando notó las manos subiendo el bajo de su camisón hasta dejarlo alrededor de su cadera. Tembló sabiendo lo que iba a venir después. No pudo evitar tensarse cuando él intentó meter su miembro en ella.
— No tenga miedo de mí — si él supiera, se mordió el labio e intentó relajarse porque el hombre que tenía sobre ella no era Hawker.