Alguna vez se había sentido tan cómoda como si hubiera estado en una cama de nubes?
¿Alguna vez había sentido una tal plenitud de felicidad y ser amada?
Nunca, hasta el momento que decidió dejar libre sus sentimientos.
Anónimo.
Ophelia, antes de despertarse, tenía una sonrisa feliz en sus labios sin darse cuenta que alguien, o mejor dicho, el culpable de ese sentimiento de plena y dulce dicha estaba observando como un voyeur de su despertar remolón. Darian contuvo en no esbozar otra sonrisa, no iba ser que su princesa de hielo malinterpretara su gesto. Podría arañarle como un gato arisco.
Pero viendo que su esposa seguía queriendo estar más en la cama, aunque no quería hacerlo porque disfrutaba verla dormida (tan tranquila que parecía un angelito), se obligó a despertarla ya que no quería que se pensara que la había abandonado.
—Mmmm — sentía los besos de su marido por el rostro, por el hombro...
Su corazón dio mil vuelcos y su estómago se contrajo cuando sus ojos se abrieron y lo vieron depositando un último beso en la piel desnuda en su seno.
—Buenos días, querida —su mirada era tan risueña que Ophelia no supo qué decir.
La verdad que se sentía tan tímida que no sabía cómo actuar delante de él. Un avalancha de imágenes de ella y de él impactaron en su mente, recordándole lo que hizo con él... Un rubor pintó su piel blanca. Darian se dio cuenta de ello y del mutismo de su esposa.
— Buenos días — se irguió como pudo cogiendo la sábana sobre su pecho —, Darian... yo
—¿Se arrepiente? — Ophelia por unos segundos, aún con los vestigios del sueño, no supo a lo que se estaba refiriendo hasta que cayó. Se fijó que su marido se había vestido con su traje elegante para ir al trabajo y... ¡Estaba en su cama!
No se había ido, en vez de sentirse molesta sintió una sensación de calidez.
No se había ido, respiró más tranquila.
— Le mentiría — no fue consciente que estaba hablando en voz baja — si le dijera que me arrepiento. No, Darian, no me arrepiento.
Él asintió y parecía que la tensión que había ocupado en él, en ese instante, había desaparecido. La respuesta de ella lo había aliviado.
—No quería haberme ido haciéndola pensar que la había abandonado.
— Darian — le tenía que decir la verdad, sin embargo, aún no tenía ese valor —, ¿usted?, ¿se arrepiente?
—¿Lo quiere saber? — se acercó y ella asintió, sintiendo en sus carnes un agradable cosquilleo.
Cerró los ojos esperando ese beso de su esposo que no tardó en hacerla esperar. Fue un beso provocativo, tentador y cálido. Rozó por encima sus labios sin llegar a tocarlos.
—Me pregunto cuándo volverá a ser la princesa de hielo —lo dijo cuando se apartó y la miró con esa intensidad, que parecía un impacto de ola contra la orilla y la abordaba dejándola sin defensa.
— ¿Cuándo me mirará con desdén? —preguntó poniendo a prueba a Ophelia.
— No lo sé — respondió con sinceridad —. No puedo ser de otra forma, Darian. Anoche — volvió a bajar la voz como si se avergonzara de sí misma —cuando le vi borracho, me enfadé demasiado y más cuando llegaste de ver a esa mujer... Nunca imaginé sentir... y atreverme a ello.
— ¿Hacer el amor? — la pregunta fue inesperada para la joven.
—¡Sí! No debería ser tan directo — le regañó y Darian no pudo evitar sonreír.
Esa era Ophelia que conocía.
— Es normal hablar de eso, querida —dijo con una sonrisa pícara.
Ella bufó e intentó mantener una postura digna pero poco lo conseguía estando sentada en la cama con una sábana que tapaba su desnudo y su marido estando a su lado.
— Claro que es normal, pero ese tema no es apropiado —le susurró y acordarse de nuevo de lo que hicieron, no la ayudó mucho —. Por favor, ¿no tiene trabajo que atender en el banco?
Él se rio provocando que Ophelia lo mirase con una ceja enarcada.
— ¡Qué pase una buena mañana! —la mujer se mordió el labio al verlo marchar. No solamente había dejado huella en la cama; sino también en su cuerpo.
Se tendió en la cama con un suspiro. Pensando que estaba en un momento de soledad, la sorprendió su marido regresando:
—¿No me echará de menos?
Ophelia reprimió una sonrisa y le contestó con cierta arrogancia:
— No, mi señor. En cambio, creo que usted me echará de menos a mí.
Él se recostó en la puerta como un gato perezoso y la miró desnudándola con la mirada. Ella no pudo evitar apretar las piernas debajo de las śabanas.
—Eso, querida, lo comprobaremos esta noche.