Ophelia se despedía de su marido con un beso en el vestíbulo.
Los dos intentaban mantener una decente apariencia delante de los sirvientes, sin embargo, como en ese instante que él iba hacia el trabajo, le había pedido en un susurro un beso. Ella pensó en un principio en no dárselo porque tenía el mayordomo enfrente de ellos, esperando a darle a su marido el abrigo y el sombrero. Pero finalmente, se puso sobre puntillas para besarle en la mejilla que acabó en otro rumbo porque lord Darian había girado la cabeza. Sus labios se unieron en unos breves segundos.
— ¡Darian! — se apartó con cierto sofoco —. Tenemos testigos — murmuró por lo bajo y echando un vistazo al mayordomo, que parecía ver algo interesante en el techo.
— Christopher — le pidió aunque no fue la primera vez que se lo decía, anoche se lo había vuelt a pedir —. No hay de qué preocuparse, tenemos unos empleados ejemplares y prudentes.
— Por suerte los tenemos y deberíamos seguir su ejemplo — le limpió las solapas de pelusillas imaginarias—. ¿Hoy vendrá pronto?
— ¿Tiene algún plan? — le preguntó mirándola con picardía.
Ella sonrojó y le dio un leve golpe en su hombro.
— No, ¿cree que pienso todo el día en eso? — puso los ojos en blanco y acabó sonriéndole con los labios cerrados.
— Puede ser, puede ser — se acercó a sus labios pero se apartó antes de caer en la tentación—. Bueno, me tengo que ir. No tardaré en volver — le guiñó el ojo y recogió el sombrero y el abrigo de las manos del mayordomo —. Hasta esta noche.
Ella movió la mano y se contuvo en no suspirar. Tenía un miedo desde anoche y había que añadir que no había dormido, no por las dos sesiones amorosas, sino por la pesadilla horrible que tuvo. Subió los escalones en dirección a su habitación.
— Mi señora, ¿le apetecería descansar ? Se le ve agotada.
Le dijo su doncella en cuanto entró a su dormitorio. Parecía que su rostro reflejaba realmente el cansancio que sentía dentro. Asintió y se tendió en la cama.
— Tuve una pesadilla, Christine — le confesó a su doncella desde la cama —. Soñé con Hawker. Fue espantoso.
— Oh, mi señora. Le dije que no era de fiar.
— Lo sé — se echó una mano sobre la cabeza e intentó que su mente se vaciara de cualquier pensamiento relacionado con él, pero no pudo —. Y me temo que él volverá a aparecer.
— ¿Cómo? No la entiendo.
Ella negó con la cabeza y se giró hacia un lado de la cama. No se le había olvidado del chantaje de Hawker, le había pedido dinero a cambio de su silencio. Faltaba que le dijera el precio. Pero el hecho que no hubiera contactado con ella durante esos días, le alarmaba mucho.
¿Qué tendría planeado? Cualquier acción mala, era seguro.
Rezaba equivocarse sin embargo ella nunca había gozado de la buena suerte.
— Solo éstate atenta de cualquier nota o carta que llegue, vendrá firmada por un anónimo — dijo antes de volver a suspirar y cerrar los ojos.
Tenía mucho sueño, tanto que no le importó arrugar el vestido que llevaba puesto.
***
Ophelia tuvo razón pero no le llegó la carta hasta esa tarde.
Unas horas antes. En el banco, Christopher miraba unas cuentas de sus clientes, gestionando las últimas operaciones, ingresos y pagos que debían por pagar. Antes que Tommy le avisara, entró su amigo Hawker que esbozó una sonrisa al verlo.
— ¡Amigo! — Chris se levantó y le saludó con una palmada en la espalda —. Si no te encuentro por aquí, diría que estás desaparecido.
— ¿Quieres algo de tomar? — le ofreció antes de sentarse.
— Sí, un vaso de coñac.
Abrió la puerta y le dijo a Tommy que le trajeran dos vasos de coñac.
— ¿Va yendo bien las cosas en tu casa? — preguntó Hawker cuando se sentó ya con la copa que le había dado Tommy.
— Gracias, Tommy. Puedes retirarte — dijo antes de dirigirse a su amigo Phil, que esperaba que le contestara.
— Sí, ahora mejor que nunca — no pudo evitar decir con una sonrisa bobalicona en sus labios, dándose cuenta se llevó la copa a los labios.
Phil en cambio frunció el ceño.
— ¿Y la joven pelirroja?
— ¿Ingrid? — ¿cómo la conocía? No se acordaba habérsela presentado.
Leyéndole el pensamiento, le respondió:
— Os vi en el restaurante un día — encogió de hombros —. Pensé que era tu amante, después que me confesaste que no iba bien tu matrimonio.
— Nunca le podría ser infiel a mi esposa — dijo con voz acerada e intentó controlar la tensión de sus manos, abriéndolas sobre el regazo.