En cuanto había entrado en el carruaje, su doncella le dijo que había visto al lord Darian enfadado, acompañado por una mujer deslumbrante.
— Señora, he visto a lord Darian entrar en esa misma casa que usted y había salido unos minutos antes — cuando se dio cuenta y ató cabos, se llevó una mano a los labios horrorizada —. ¿No me diga que la ha descubierto?
Ophelia asintió apretando los labios en una línea fina y otra vez sintió el escozor de las lágrimas en sus ojos.
— Sí, Christine — dijo con voz trémula mientras cogía un pañuelo que amablemente le tendía su doncella —. Me ha descubierto de la peor manera posible. Lo he perdido. Sé que ahora, más que nunca, lo he perdido.
No pudo evitar sollozar y desahogarse ahí dentro. Sintió como su doncella, aunque era menuda, la intentó reconfortar con un abrazo.
— Señora, ¿ahora qué hará? — la pregunta de su doncella era una pregunta que no quería contestar aún.
— No lo sé — se enjuagó las lágrimas con el pañuelo —. Me ha dado dos opciones: abandone la casa o lo hará él. No quiero hacerlo, ni quiero que él se vaya.
— ¿Por qué no habla con él? Intente tener una última conversación... Lord Darian es bueno.
— Ha tenido mucha paciencia conmigo, Christine. No he sido buena esposa y lo peor que he hecho es mentirle sobre mi relación con Hawker.
Negó con la cabeza y suspiró con todo el dolor que sentía.
— Me merezco su odio —murmuró resignada —. No puedo hacer nada para recuperarlo.
— Ojalá, mi señora, se pudiera arreglar las cosas. Se os veía muy felices estos días...
Ophelia sintió como el corazón se le partía más al escuchar a su doncella sobre la felicidad de esos días.
— Lo he echado todo a la borda...
Cuando llegaron a la casa, Christine la ayudó a bajar del carruaje. Fue en ese entonces cuando vio que la puerta principal estaba abierta. Los lacayos entraban y salían de la casa llevando maletas. Su corazón se le paró.
¿Cómo?, ¿tan pronto? No podía ser. Había supuesto que había regresado al banco, no a la casa.
Aunque no sentía las piernas, fue corriendo como pudo hacia la entrada donde el mayordomo la miró con una expresión de tristeza.
— Lo siento, lady Darian.
— ¿Dónde está? — el mayordomo supo a quién se refería.
— En su habitación, la está esperando.
Ophelia no se entretuvo y le pidió a Christine que estuviera abajo. Fue subiendo los escalones sintiendo la desesperación y la ansiedad en cada esquina de su cuerpo. La puerta de los aposentos de su marido, estaba abierta.
¿Cómo podía pasar el tiempo tan vertiginosamente rápido?
Entró con una exhalación a la habitación y miró horrorizada como encima de la cama había una maleta, con la ropa... ¡De él! Él estaba mirando en la ventana donde daba la vista a la calle. La había visto entrar en la casa.
Fue hacia él pero se detuvo en sus pasos.
— ¡Por favor, Darian! No lo haga — se llevó una mano a la boca deteniendo el sollozo que nacía de su pecho —. He cometido el grave error de mentirle pero no ha sido mi intención...
— Intención o no, lo ha hecho — se dio la vuelta y ella se quedó paralizada al verlo con la caja fuerte abierta.
¡Dios, el dinero! Darian esbozó una sonrisa amarga cuando vio su rostro palidecer.
— Me he encontrado con este adorable regalo abierto— hizo una mueca y depositó la caja encima del secreter —. No tenía pensado marcharme, lady Darian hasta hacerlo esta noche. Pero me he visto adelantar dicho acontecimiento.
— Darian, lo siento— se apoyó en uno de los postes de la cama porque las piernas no la sostenían—. Hawker me chantajeaba con decirte que había sido infiel y que fue el que... — le costó decirlo —. No sabía hasta que punto podía manipular la información. Por esas razones cogí el dinero y dárselo hoy — soltó una risa amarga —. Es cuando usted entró y me ayudó a separarme de él. Lo que vaya a decir carece ya de importancia porque no me cree.
Miró la maleta llena, le faltaba cerrar las correas e irse y aguantó las lágrimas a raya.
— Este matrimonio fue un error, lady Darian — Ophelia no fue capaz de mirarlo y ver en sus ojos la decepción que había visto en la casa de Hawker —. El culpable soy únicamente yo por creer que podríamos... Ahora no tiene sentido y no puedo volver en confiar en usted cuando me viene imágenes de vosotros dos — lo escuchó inspirar fuertemente como si le costara hablar.