Dos meses después...
La calma fue llegando lentamente después del abandono de lord Darian del hogar. Parecía ser que era así, sin embargo, para lady Darian seguía intentando en no arrastrarse por la congoja y desdicha aunque de cara al público mostraba una cara que no era la que verdad sentía. Delante de los sirvientes aparentaba estar bien y no estar desesperada por saber dónde podría estar su marido. También, aparentaba estar perfecta con las visitas de algunas damas que se habían interesado, de forma egoísta e impersonal, del abandono de su marido.
Esto era un hecho que la ciudad londinense se había enterado. La prensa sensacionalista se había hecho eco de la noticia. No había tardado en ser de nuevo la protagonista de una noticia, otra que la dejaba en mal lugar. En esa noticia, aparte de relatar que su marido se había marchado, especulaba sobre las posibles razones de su marcha. Una de ellas que la esposa del banquero le había sido infiel, lo que provocó, que más de uno quisiera saber hasta qué punto era verdad o no. La gente era demasiado curiosa y cruel. En vez de dejarla en paz, la visitaban para indagar y curiosear sobre su vida.
Lady Gates fue la única en mostrar su apoyo ante la delicada situación que estaba pasando. Ella sabía antes de leer la noticia en el periódico que lord Darian se había ido de la casa, y por siguiente, del banco de Londres. Su marido se lo hizo saber en una cena. Aun así dejó un tiempo prudencial para ir verla y visitarla.
El mayordomo la dejó entrar y le comunicó que lady Darian estaba en la salita privada de arriba. Gracias a él, que la acompañó hasta arriba, pudo dar con ella. Era la primera vez que la visitaba y la casa, para sorpresa de ella, era más grande de lo que había imaginado.
—Lady Darian, tiene visita: lady Gates —la dejó pasar para entrar en una habitación, donde la parte frontal estaba ocupada por grandes ventanales, lo que permitía que entraba la luz natural en casa sin necesitar de tener un candil o velas encendidas.
El papel de esa salita era de tono rosa pastel con dibujos de unos pájaros volando. Había un sofá y dos sillones, enfrente una mesa baja de madera. Ophelia estaba en el sofá bordando (eso intentaba porque había dejado de bordar hacía media hora perdiéndose en sus pensamientos). Se levantó cuando vio delante de ella, la mujer que conoció en la fiesta de los Sander, la esposa del lord Gates, quién le comunicó que su marido había dejado su puesto en el banco. Sintió un pellizco en el corazón, notando que esa oscuridad espesa la quería envolver con su manto.
— Lady Gates, por favor, siéntese. ¿Le apetece té?
— Llámame Charlotte —se sentó y no pudo evitar mirarla de la cuenta, estaba pálida y más delgada que antes—. No, gracias.
Ophelia se dirigió hacia el mayordomo y le hizo un movimiento de la cabeza, dándole entender que se podía marchar.
— Lo siento, amiga por no visitarla antes. Pensé que necesitaría tiempo para procesar todo esto — dijo haciendo una señal con la mano —. No es una situación que cualquiera pudiera desear. ¿Cómo se encuentra?
Ophelia esbozó una sonrisa que no le llegó a los ojos, dejó el bordado en un rincón donde no se podía ver el horror que había hecho con el hilo y la tela.
— No eres la primera que lo pregunta, ni la última — suspiró y apretó las manos contra el regazo—. ¿Cómo cree que estoy? Algunos piensan que soy una estatua de piedra sin sentimientos, así me tildaron en la prensa, al conocer la noticia. No veía en mí a una mujer destrozada. Era lo último que haría, ¿demostrarles lo triste y mal que estoy ante esa panda de buitres? Jamás, mi orgullo es superior a mi dolor. Perdóname por ser tan descuidada en mis palabras. Pero llevo unos días que las visitas no paran para saber cuál es mi estado. Esperan ver de mí, lágrimas y dolor, que llevo guardados en mi pecho, para luego ensañarse conmigo detrás de mis espaldas. ¿Ha leído lo que ha puesto la prensa hoy?
No se había fijado; en la mesa había una hoja de periódico.
Charlotte negó con la cabeza sobrecogida por las palabras de Ophelia.
— Cito lo que ha puesto hoy — no cogió el periódico porque había memorizado cada palabra—. Después de dos meses, lord Darian sigue sin aparecer en Londres. Aún desconocemos su paradero. Su mujer, al parece ser, sigue encerrada en su casa, como si estuviera guardando luto por una persona que no apreció desde un principio. Todos conocemos que el matrimonio se contrajo a las afueras de Londres, en el famoso Gretna Green. Una boda rápida cuyo desenlace ahora conocemos. Fuentes cercanas a ella dicen que se muestra impasible y parece ser que no le importa el hecho que su marido la haya abandonado. Es más, más de uno apuntaría que está hecha de hielo...
—No me imaginé que se cebaría con usted —se llevó una mano a la garganta angustiada —. Lo siento, Ophelia.
— No lo sientes. Lo que fueron mis enemigos, se regocijan de mi desdicha. Hasta podría decir que me lo merezco — suspiró y cerró los ojos con fuerza —. Pero aun así... ¡Duele! Intento aparentar que estoy bien cuando no lo estoy. No me conocen, solo me juzgan por lo que fui en el pasado cuando aún mi padre no estaba metido en la cárcel y mi madre no había muerto. No soy así como dicen. Pero ahora eso es lo de menos porque mi marido piensa lo peor de mí y no va a volver...