Cuando llegó Cristine a la casa, subió tan rápido como pudo las escaleras. Nada más abrir la puerta se apoyó en ella porque quería respirar un poco.
— Chistine, menos mal que ha llegado. Necesitaba su opinión — estaba mirándose en el espejo cuando se dio cuenta de su presencia, al verla agotada, le preguntó: — ¿Ha corrido? Parece ser que se va a caer y no quiero que recaiga — le tomó del brazo y la sentó encima de la cama.
— Ay, señora. He venido corriendo porque tenía que contarle algo muy importante — Ophelia la miró extrañada —. Sé dónde está lord Darian.
—¿De verdad? — tragó con dificultad mientras se sentaba también en la cama; no sentía las piernas —. ¿Quién se lo ha contado?
La doncella comenzó a relatar a su señora como había se había enterado, desde que se encontró con el secretario de lord Darian, mejor dicho, de lord Gates hasta que le confesó el lugar donde estaba.
— Mansfield — le sonaba mucho el lugar, ¿por qué le sonaba tanto?, un pensamiento fugaz le vino a la mente —. Sí, Mansfield es donde procedía la correspondencia de lord Darian. Creo que daremos con la dirección exacta si encontramos alguna carta. Reza para que haya alguna.
Con un objetivo en mente, se dispusieron las dos bajar y buscar en la biblioteca alguna carta que mencionara tal sitio. Ophelia fue directa hacia el escritorio, fue buscando cajón por cajón intentando encontrar alguna. Cuando creyó que no había alguna, se topó con una que estaba mal doblada. Con el corazón latiendo a mil, volteó la carta entre sus dedos, efectivamente ahí ponía la dirección de Mansfield, esperaba no equivocarse.
— Christine, encárgate de avisar a los sirvientes. Necesito preparar las maletas hoy mismo.
— ¿Hoy? No es demasiado repentino.
— No, nos llevará Samuel. Es el hombre que confío y nos puede proteger de algún salteador de caminos o problema que pudiésemos tener. Él nos ayudará a llegar a Mansfield. Voy a dar el aviso que nos vamos de viaje. Christine, también prepare sus maletas. Me imagino que nos tendremos que parar en una posada a pasar la noche.
Así fue, Mansfield estaba lejos de Londres, no tanto si se iba en carruaje. Dependiendo de la ruta, podía haber entre 141 y 171 millas. Pero tuvieron que parar cuando anocheció. Samuel se encargó que el carruaje fuera llevado a los establos, donde los caballos reposarían, beberían y comerían mientras lady Darian pedía dos habitaciones, una para Samuel y otra para ellas dos. No iba a permitir que ninguno de ellos tuviera que dormir en un sitio incómodo como los establos o en el propio vehículo. El cochero se lo agradeció como Chrisitne, que sentía los huesos crujir porque nunca había viajado como antes. Fueron hacia sus respectivas habitaciones.
Una hora después, ya habían cenado y se habían cambiado de ropa por la de dormir.
— Christine, no puedo evitar sentir que esto puede ser un error — confesó Ophelia sintiendo un mal presentimiento en las carnes. Era eso o el frío que había en la habitación. Cogió una manta que había encima de la cama y se la echó encima, refugiándose en la tela de la manta.
La otra joven guardó bien los vestidos de cada una para que no se arrugaran antes de girarse y hablar con su señora. No era la primera vez que la veía así, tan vulnerable. Muy pocos conocían ese lado de lady Darian. Era una cara que mostraba cuando los sentimientos estaban a flor de piel y necesitaba consejo y apoyo.
— Señora, por intentarlo no pierde nada. En todo caso volveríamos a casa como hemos llegado.
Ophelia esbozó una sonrisa triste e intentó no llorar delante de su doncella.
— Eso suena casi a derrota, Christine. No quiero irme derrotada.
— ¿Por qué, señora? Lo dice por él, ¿verdad?
Ella asintió y se abrigó más con la manta hasta encoger las rodillas debajo del camisón.
— Sí — su voz salió trémula por la intensidad de las emociones que la agolpaban —. Lord Darian no confía en mí y, aunque ha pasado tiempo, la prensa ha malmetido en contra de mi persona y puede ser que haya leído esos prejuicios sobre mí. O sigue enfadado.
— No, no piense eso de usted. Mira lord Darian estará menos enojado y herido, será capaz de escucharla y perdonarla.
—¡Qué Dios la oiga! Porque no sé qué hacer, ni cómo actuar para que llegue a perdonarme.
Su doncella intentó que su señora fuera más optimista pero una nube negra, llena de pensamientos negativos, volaba por la mente de Ophelia provocando que esa noche se sintiera mal. Tanto que no pudo dormir.
A la mañana siguiente, Ophelia se despertó con un par de ojeras que alcanzaban hasta sus mejillas. No había dormido bien y eso se reflejaba en su rostro. Así que le pidió a su doncella que la retocara con polvos la palidez de su rostro. No quería que le viese como una muerta. Tenía que mostrar fuerza y vitalidad, dos cosas que brillaban por su ausencia.