Ese mismo día
Mansfield
Darian se levantó malhumorado y con un poco de resaca ese día pero no podía echar la culpa al tiempo porque no lo era. Ni al alcohol. Aparentemente no tenía un motivo para estarlo. Sin embargo, ayer su abuelo se puso pesado e irritante con cierto tema. Dicho tema no le dejó que durmiera tranquilo porque las palabras de su abuelo volvieron a rondar por su mente una y otra vez sin dejarle descansar.
— Christopher, ¿Cuándo pensará en divorciarse de esa ramera? — escupió su abuelo mientras su familia y cenaban.
Nadie respiró en ese momento. Ni él que tensó sus dedos alrededor del cubierto que tenía cogido.
— Le pediría por favor que no la llamara así.
El anciano se rio incrédulo a lo que había escuchado.
— No me dirá que tiene piedad hacia esa mujer cuando te ha humillado públicamente. Va a ser el próximo marqués cuando muera y no quiero que ella siga manchando el buen nombre de esta familia.
—¿Le importa el buen nombre de la familia? — su abuelo asintió y él negó con la cabeza. Con frialdad se limpió la boca con la servilleta y se levantó.
—Hijo — su madre le miró y le hizo con un gesto de la cabeza para que se volviera a sentar.
Su padrastro seguía comiendo como si no estuviera allí. Pero no hizo caso a su madre y se levantó.
— Mi mujer es mi asunto, abuelo. Yo diré cuando terminar o no mi relación con ella.
— ¡No sea un insensato! Debe pedir el divorcio aunque puede perjudicarnos pero la mancha de ella en esta familia es mayor y peor aún. Seguramente ella desea también divorciarse. Su comportamiento es el propio chisme de la prensa londinense. Tú, también siendo el hazmerreír.
¡Se acabó!
Darian se enfadó y dejó a su abuelo aberrando como un viejo cascarrabias que era. Él creía que podía hacerse dueño de su mente y tomar sus decisiones por él. El hecho que mencionara el tema de su mujer en una cena familiar había sido muy bajo. Su abuelo lo sabía pero no tuvo compasión haciendo que las heridas se abrieran. Cuando llegó a su dormitorio gritó y gritó sabiendo que nadie le escucharía. Cansado se echó al suelo y dejó caer su cabeza sobre la puerta. Había sido una mala idea venir a Mansfield. Creyendo que podía encontrar un poco de paz, se había encontrado con el mismo infierno. No podía seguir así, pero... ¿Qué haría? No podía regresar a casa porque ella estaba ahí. ¡Si volvía y la viera, no sabría lo que era capaz de hacer! Vio que sus manos temblaban descontroladas porque sus emociones estaban fueran de control. Su abuelo había conseguido en apuñarle en dónde más le dolía. Su esposa. Infiel y mentirosa.
— Ojalá la pudiera arrancar de mi pecho — se dijo y se levantó para tomar una copa, así olvidar que dicha mujer existía.
Sin embargo, no se iba de su sangre como el mal veneno que era.
Tragó el líquido ambarino que lo sintió ardiente en su garganta. Rápidamente, se llenó otro vaso.
Debe divorciarse de ella.
¿Lo debería hacer para así arrancarla de una vez por todas? Alzó la mano a sus ojos y vio la alianza. ¡La maldita alianza que le recordaba su estupidez y su amor idiota! Se la quitó de un tirón, deseó tiró tirarla hacia el otro lado, pero se vio que no podía. ¡No podía! La guardó en su puño hasta buscar el cofre que tenía sus otras joyas. Allí la guardó, pero se seguía sintiendo mal. Por culpa de su abuelo y de su mujer, que no se fue de sus pensamientos, no pudo dormir.
Ahí se encontraba con un humor de perros. Deseó no toparse con su madre, que seguro que tendría más de una palabra seria con él, o con su abuelo. Sin embargo, tuvo mala suerte. El anciano estaba abajo, esperándolo con su glacial mirada.
— ¿Ha pensado en lo que le dije? — Darian quiso gruñirle pero le envió otra mirada fría. Podría aprender perfectamente de su abuelo.
— No — contestó seco y pasó por su lado —. Espero que desista del tema.
— No lo haré — le cortó el paso con su bastón —. Aunque no quiera escucharme, lo hará.
— ¿No ha aprendido nada abuelo? No voy a escucharle. Si sigue así me verá desaparecer de nuevo y esta vez no regresaré. Ah, ve buscando otro hombre que pueda ser el marqués porque yo no lo seré.
No le miró ni siquiera cuando se le encendió la cara roja evidenciando su enfado con él. En vez de ir al desayuno. Era demasiado tarde para desayunar, tomó otro rumbo y fue a los establos. Necesitaba cabalgar y descargar su malhumor.
El marqués de Mansfield tembló de rabia pero no fue tras los pasos de su nieto, en cambio, fue hacia la biblioteca. Su hija que lo estaba buscando, lo encontró allí.