Dejar el dolor atrás era una tarea complicada, y más, cuando viene acompañada por la decepción y traición de tu propia familia. Lady Darian no soportó ver el rostro de su marido compungido. Al igual que ella estuvo, estaba llevando el luto de la pérdida por dentro. Conocía ese sentimiento y verlo en él, la angustiaba.
No sabía cuánto tiempo estuvieron así, abrazados. El dolor se había adormecido pero aún persistía en ellos. Estaba ahí, sordo y tranquilo. En medio de la estancia se escuchaba algún ruido, pero muy lejano, probablemente, de algún sirviente que continuaba con sus quehaceres. La vida de afuera transcurría con normalidad; sin embargo, para lord y lady Darian era un punto inflexión en sus vidas.
Sacando fuerzas de donde no las había; se levantaron dirigiéndose a los aposentos de ella. El silencio los rodeaba mientras sus pasos seguían adelante. Aún tenían las manos entrelazadas cuando entraron en su dormitorio. Solo se apartaron cuando él se sentó encima de la cama y hundió el rostro en sus manos.
Ophelia con un nudo en la garganta se acercó y puso sus manos, cada una en sus mejillas, que estaban húmedas.
Darian, suspiró su nombre y lo obligó a que la mirara, como él hizo con ella, antes en la biblioteca.
—Por favor, Christopher, no te castigues más.
— Aún imagino el sufrimiento que has padecido – intentó controlar el temblor de los labios, apretándolos -. Ojalá, en ese día que viniste a buscarme, no hubiera ido a pasear; hubiera estado en casa para recibirte. Mi familia contigo fue muy cruel. No se lo perdonaré.
Dijo las últimas palabras con fuerte resentimiento.
— No —negó con la cabeza sufriendo en carne viva su desolación —. No lo digas. Aunque obraron mal; finalmente, es tu familia. Ellos lo hicieron porque te quería y veía en mí, una mala influencia.
Él cogió sus manos y las besó, deteniéndose más tiempo en su piel.
— Si me quisieran, no haría daño a lo que más quiero. Te equivocas; no es mi familia. Ahora lo eres tú.
La intensidad de sus palabras como su mirada la emocionaron. No quiso llorar, nuevamente, pero lo hizo con una sonrisa.
—No quiero perderte, Ophelia. El sufrimiento que padeciste, aunque me hayas perdonado, me costará a mí olvidarlo. Sobre todo, porque esa angustia fue de la pérdida de nuestro bebé.
— Oh, Darian —lo acercó a ella envolviéndolo con sus brazos, él se apoyó tiernamente en su estómago -. Es hora que lo dejemos marchar; él dónde esté, no querrá vernos tristes. La vida sigue; nosotros, también.
— Dime, ¿de dónde sacas esas fuerzas? Ahora mismo me siento...
— Lo sé — le interrumpió poniéndole un dedo en sus labios —. Yo estuve ahí en ese lugar. Comprendo como te sientes. Pero no te hundas en el dolor. Es un sentimiento horrible y cuesta salir.
Tiró de su esposa y la sentó en su regazo.
—¿Lo llegaremos a superar? —le preguntó con la mirada perdida.
Ella misma se había hecho esa pregunta. Antes podría haber tenido sus dudas; ahora más que nunca, estando con él, sentía que podría hacerlo.
— Estando juntos; lo superaremos. Estás conmigo; yo, contigo. Lo demás no tiene importancia.
Él asintió, volvió a mirarla y le acarició la mejilla con su mano. Despacio, grabando con sus dedos el tacto de su piel de porcelana, sus sutiles pecas y sus labios, aterciopelados y suaves por la humedad de las lágrimas que había llorado. La tocó como si ella fuera de cristal. Sintió otro nudo formarse en el estómago. Su marido atrajo su rostro hacia él. Por unos segundos, sus labios bebieron sus respiraciones antes de tocar la carne de la boca. Era un beso diferente a los anteriores, este era cargado de mucho sentimiento e intensidad. También, sabía a lágrimas y consuelo, como una gotica de agua para sus almas secas.
— Tienes razón — pudo decir cuando se apartaron casi sin respiración —. Lo demás no tiene importancia. Solos tú y yo.
Ella asintió y volvió a estar envuelta por sus brazos; su hogar, su amor y su fuerza.
Esa noche no hicieron el amor; se desnudaron y se acostaron abrazados, él la rodeó con sus piernas y sus brazos, atrayendo su espalda a su pecho. En ese momento, tanto sus corazones como sus almas necesitaban ese respiro y esa calma.
Poco a poco, la esperanza de comenzar una vida nueva juntos empezaba a germinar en sus cuerpos.
A la mañana siguiente, Darian se encontró con pocas fuerzas para ir a trabajar. Sentía el alma como si le hubiera pasado un carruaje sobre él. Ophelia, a diferencia de él, lo animó a que fuera. Aunque le apetecía tenerlo en la cama; él necesitaba distraerse.
—¿Me estás echando? —preguntó con una ceja enarcada. Mientras reptaba por el cuerpo desnudo de su mujer.
— No, esposo mío — fue silenciada por la boca de él, que le daba besos cortos, pero igual de intensos.