— ¿Me puede decir cómo se puede prestar a algo tan ruin, lady Howard?
La aludida le echó una mirada de puro veneno y se encogió de hombros, no sin dejar de apuntarles con el arma.
—Ojalá estuviera en mis zapatos, lady Darian — dijo su apellido con desdén —. Su vida es de color de rosa comparada con la mía.
Ophelia se acercó sin temer a la amenaza de la pistola.
—Aún sigue resentida. No hubiera cambiado su situación, si la hubiese ayudado. Werrington hubiera conseguido el divorcio con o sin mi ayuda.
— Callase — la mujer rubia pudo fijarse que los ojos de la mujer estaban sin brillo y había desesperación en ellos.
Sintió la mano de Christine en su brazo, intentando que se mantuviera en calma y no le hablara. ¡Cómo podía estarlo! Hawker era un perturbado. Tenía que ganar tiempo y "convencer" a lady Howard que no se prestara a ella. ¿Cómo lo haría?
—¿Con qué le ha amenazado Hawker?
Se rio por su pregunta. Ophelia escuchó un deje de histeria.
—A mí, nadie me amenaza.
— Pero sí la controla — se le cortó el aire cuando la mujer le apuntó en la sien.
La joven jadeó y le apretó más el brazo. No sintió el aire de sus pulmones mientras se echaba para atrás en el respaldo. No apartó la mirada de ella.
— Retrocede, lady Darian y mantén el pico cerrado. No quiero meterle una bala en su hermosa cabeza.
Si pensaba que lady Howard podría ayudarlas, se había equivocado. Sin embargo, presentía que esa mujer tenía su propio dolor guardado dentro. No lo sabía con certeza, pero esa mirada no era de una mujer feliz y segura. Era de un alma rota; como estuvo ella antes.
Cuando el carruaje se detuvo definitivamente; su doncella y ella salieron del vehículo. El aire helado les cortó la respiración. Hacía frío y el sol, lentamente, se estaba poniendo para dar paso la noche. ¿Cuántas horas habían estado fuera? ¿y dónde estaban?, se preguntó al echar un vistazo a fuera. Enfrente de ellas había un edificio en ruinas. El letrero de lo que fue de la taberna estaba caído en el suelo astillado. No había iluminación que indicaba que podría haber alguien dentro. Sin embargo, sí había alguien.
Hawker.
— Gracias, Samuel — Ophelia incrédula se giró hacia la persona que había sido su cochero.
Las había traicionado. Tanto Christine como ella no se lo podía creer.
— ¿Es cómplice de ellos? —pero el hombre no dijo nada. No se mostraba arrepentido, ni avergonzado.
— Sí, lady Darian — contestó lady Howard por él —. Lo es; pero no se muestre sorprendida. ¿Qué podría esperarse de un hombre que sufrió por las mentiras de su padre?
— ¿Qué mentiras? — miró a Samuel y él negó con la cabeza.
— Lady Howard, me prometió que no lo diría — esta vez su mirada era afilada.
—Está bien. Mejor no perdamos el tiempo — nuevamente les apuntó —. Comienza el espectáculo. Camine y no haga raro, por ejemplo, escaparse. Será peor para vosotras.
Sin apartar la mirada de Samuel, entró con un nudo en el estómago. ¿Qué habría hecho su padre para que ese hombre, que había sido su empleado y alguien de confianza, fuera un traidor?
Abrieron la puerta que estaba medio fuera de los goznes y entraron en lo que se podía considerar un vestíbulo. El papel de la pared estaba manchado por la humedad y se caía a pedazos mientras que el suelo estaba sucio y lleno de polvo. No era lugar habitable, y mucho menos, agradable. A la vista estaba que ese edificio estaba abandonado en unas condiciones terriblemente penosas. Se podía oír de fondo el quejido del viento.
— ¿Qué es este lugar? —preguntó Christine en un susurro bajo, horrorizada por lo que veía.
Ella, también lo estaba. Ese lugar era el mismo infierno. Alzó la mirada hacia arriba viendo que había una escalera de madera. Había un silencio pesado y cargado de tensión en cada rincón.
—¿Dónde está Hawker? — le preguntó sin transmitir cobardía de su parte, aunque estaba hecha un flan.
—Está arriba. Bueno, me quedaré con su doncella mientras va yendo arriba. La está esperando – no hacía falta mencionarlo —. Si se escapa —levantó la mano y chasqueó los dedos —, su doncella muere.
Ophelia asintió y miró a su doncella, que estaba más pálida de lo normal. No podía dar un paso en falso. Las dos tenían que sobrevivir. La madera de la escalera crujió bajo sus pisadas. Sintió que podía derrumbarse en un santiamén y caer desde una altura considerable. Alzó la barbilla e irguió los hombros. Había un pasillo, en el cual estaban repartidas las habitaciones. Las puertas estaban destrozadas y otras humedecidas. El aire apestaba a humedad y agrio. Se tapó la nariz y llegó hasta el final donde había una puerta cerrada. No sabía lo que podía esperarle ahí dentro, pero iba a luchar hasta el final. Solo rezaba que pudiera salir con vida y su doncella, también. Antes de entrar, pensó en su marido.