No te necesitamos

5

- Entonces, ¿cuándo nos vais a invitar a Diana y a mí a vuestra boda? - Marian probablemente estaba cansada de ver a los dos gatos de marzo frotándose el uno contra el otro, así que se dirigió a esta dulce pareja.

- Cuando pasa, pasa - Rebecca por fin dejó de mascar chicle un par de segundos y nos miró a los dos, que ahora estábamos aquí como quintas ruedas del carro, - ¿y estáis celosos?

- Por qué íbamos a tener celos, sois bienvenidos a quereros, aunque sólo sea en la boda, aunque sería un motivo para que Diana y yo nos divirtiéramos, bailáramos, y no nos mantuviéramos al margen de esta diversión. ¿Verdad, Diana?

- ¿Comemos para divertirnos? Me parece bien, - le seguí el juego, porque mi humor era mucho mejor que al principio de la velada. Además, en esta situación, el chico y yo estábamos en el mismo barco, y claro, es mucho más fácil remar en la misma dirección a dúo que en solitario.

- Ah, por cierto, ¿significa esto que vais a ser los padrinos de nuestro bebé? - dijo mi amiga con tanto entusiasmo y un brillo en los ojos que pensé que justo en ese momento iba a coger a mi futuro ahijado y preguntarle dónde estaba el regalo para él.

- ¿Estás embarazada? - de Rebecca me lo podía esperar todo, así que hice esta pregunta como de pasada, pero también comprendí que podía dar en el blanco.

- Todavía no, pero quién sabe lo que pasará después, ¿verdad, cariño? - Y la chica volvió a mirar a su novio como si fuera el postre más delicioso de todo el universo, y si no fuera por Marian y por mí, se habría abalanzado sobre Vavan en ese mismo instante y lo habría devorado hasta el último bocado.

- Podría irme al fin del mundo contigo, o a toda una guardería, pero es la primera vez que veo a un chico o a un hombre hablar tan alegremente de muchos hijos y del hecho de que todos serán suyos. Me resultó extraño que Rebecca se involucrara con un chico tan dulce, no era propio de ella. Normalmente se lía con algunos rebeldes y chicos con mala reputación, pero aquí tiene a un espécimen tan "dulce".

- Te adoro, mi cabecita de repollo, - y mientras Marian y yo estallábamos de nuevo en carcajadas, mi amiga se dirigió a mí, - ¿Tú, Diana, has pensado ya en tener hijos? Después de todo, ya no somos jóvenes, no deberíamos posponerlo hasta las nuevas escobas.

- Eh, no, la verdad es que no lo he pensado, - no sólo esta pregunta de mi amiga fue como un cubo de agua helada sobre mi cabeza, sino que en ese momento tres pares de ojos inquisitivos se volvieron hacia mi persona, como si de mi respuesta dependiera la vida de toda la humanidad.

- Es hora de pensarlo, amigo mío, y más aún de con quién organizar este proceso, - me guiñó un ojo Rebecca, y estas palabras me hicieron sentir aún peor, porque es como presionar una ampolla o echar sal en una herida. Duele de verdad.

- Definitivamente seguiré tu consejo, - fingí sonreír tanto que hasta la gelatina se habría vuelto agria, y Rebecca estornudó, todavía de buen humor, - perdona, tengo que irme un momento, volveré pronto.

Y sin esperar más comentarios de esta mesa, me levanté de un salto y corrí al baño, porque esta conversación sobre los niños y el embarazo no sólo me había arrinconado, sino que era un noble puñetazo en la cara. Tenía que calmar de alguna manera esas emociones que llevaba dentro, y creo que el agua fría del grifo y un par de minutos lejos de esta compañía me darían esa oportunidad. Pero me relajé demasiado pronto, demasiado pronto...

- ¿Hay algo que quieras decirme? - Estas palabras me pillaron por sorpresa, y por eso fue un ataque inesperado para el que no estaba preparada ni física ni mentalmente...

Al principio, pensé que tal vez alguien se había equivocado y me había confundido con otra persona, y que por eso gritaba como si su casa estuviera en llamas, pero en cuanto giré la cabeza hacia los gritos, todo encajó en su sitio. Nadie se había equivocado, todo estaba en el lugar correcto, porque Rebecca estaba de pie junto a la puerta del baño con las manos a los lados, mirándome con gesto contrariado. Era evidente que mi amiga estaba enfadada por algo, pero yo no podía precisarlo. ¿Estaba enfadada conmigo porque la había dejado sola con los tenistas? Lo dudo, no le gusta llamar la atención, y menos la atención de la mitad masculina de la humanidad.

- ¿Qué debo decirte exactamente? - Literalmente en los últimos cinco minutos, mi amiga me ha puesto en una situación tan incómoda que ya he maldecido el momento en que acepté esta aventura con su cita y el papel de psicólogo en su drama. ¿Qué demonios está haciendo y por qué intenta sacudir mi sano comportamiento? Sobre todo porque últimamente no es tan difícil hacerlo, un chasquido de dedos y me pongo en marcha como una moto de sesenta años sin el manejo adecuado.

- Vale, te doy un par de minutos, y te pido mucho: no nos distanciemos, - dijo Rebecca, y con estas extrañas palabras se fue tan rápido como había aparecido. Si no fuera por la dosis de adrenalina que me produjo la inesperada aparición de mi amiga, habría pensado que se trataba de un juego de la imaginación y que los nervios me estaban jugando una mala pasada.

Si antes de eso necesité un cubo de agua fría para calmarme y volver en mí, después de lo de la chica tuve que añadir hielo a la temperatura del líquido y utilizar casi toda la provisión de agua de este restaurante. ¿Qué quería decir con eso? ¿Por qué ella vino aquí por mi alma y no podía esperar en la mesa con los chicos? ¿De qué distancia estaba hablando?

Dios, ¿por qué es tan difícil?

Todas las sorpresas de la noche no acabaron ahí, porque en cuanto me calmé un poco y salí en un estado más o menos adecuado, recibí un nuevo golpe en el costado. Babylon y Marian ya no estaban en la mesa, sólo mi amiga estaba sentada en orgullosa soledad y me quemaba con la mirada a cada paso que daba hacia ella. En un momento dado, pensé en simplemente pasar de ella y no involucrarme en el conflicto que aparentemente estaba a punto de iniciar, pero la curiosidad también me crujía por dentro, así que pronto me encontré de pie frente a la chica.




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