Tony me ha prometido que volverá después de visitar a su hija que tuvo una crisis de la enfermedad que la aqueja y que fue ingresada al hospital para estabilizarla. Mi madre ha despertado y la observo que se encuentra mucho mejor y más alegre. -Haydee, me pareció escuchar la voz de Tony-. -Si madre, estuvo aquí-. -Que alegría mi amor, ¿pudieron solucionar sus diferencias?- -Madre, el tema no es tan sencillo, su hija está enferma y debe atenderla, además enterarse de mi enfermedad también fue dificil para él, no considero justo que tenga que cargar tanto peso en sus hombros-. -Tonterías, él debe estar dispuesto a ayudarte, porque te ama, ¿porqué no permites que esté a tu lado en estos momentos?-. -Madre, debo pensar que haré, ahora estoy muy confundida-.
La decisión fue muy dificil, durante toda la noche no pude pensar en otra cosa; volver a dejar a Tony es como sembrar una daga en mi corazón, que estará clavada y que producirá dolor en cada segundo de mi vida; sin embargo sigo creyendo que no merece este sufrimiento, además, ahora ha surgido un nuevo miedo en mi ser y es no obtener el resultado que espero de las quimioterapias; no puedo ver sufrir a más personas a causa de mi enfermedad; alejarme de mis hijos y no cuidar a mi madre en este momento que necesita de mi ayuda, son algunos de los efectos de encontrarme enferma y no puedo seguir arrastrando a mas personas en este torbellino.
Hemos abordado el avión y como la primera vez que me fuí a Estados Unidos, voy cargando una enorme pena que me dificulta hasta respirar; que me hace desfallecer, que me hace temer por el futuro.
Durante el siguiente día que estuve en Guatemala, perdí comunicación con Tony, fue en mi búsqueda al apartamento y pedí que le dijeran que ya había regresado a Estados Unidos, lloré como una niña en mi habitación, sabía el sufrimiento que ésto le provocaría y sabía que me odiaría por ello.
Los días transcurren y para mí son como tiempos de tempestad, sombríos, frios y tristes. El médico me ha pedido que aumente mis visitas al psicólogo, pero creo que éso ya no está funcionando; cada vez me siento más débil y aunque deseo vivir por todos los que amo, hay algo que me impide luchar con la misma fuerza de los primeros días.
Mario me ha reiterado su preocupación por mi salud, insiste en que realicemos diferentes actividades que podrían mejorar mi estado de ánimo, sin embargo mis fuerzas físicas me impiden cada vez más realizar actividades que al principio realizaba, como ir a la iglesia, visitar parques, hacer algún tipo de trabajo social o simplemente salir a caminar.
El díario que Waleska me ha regalado ha sido mi fiel compañero en estos días, escribo todo lo que surge en mi cabeza y eso mantiene activo mi cerebro. -Mario-. -Díme-. Mario y yo estamos sentados en la sala con una taza de té en las manos. -¿Puedes ayudarme con algo importante?-. -Claro, solo díme que necesitas-. -Quiero elaborar mi testamento y necesito un testigo-. Mario abre sus ojos como platos pero evita pronunciar lo que en ese momento surge en su cabeza, se toma su tiempo y luego añade. - ¿estás segura que quieres hacerlo?-. -Sí, lo estoy-. Continúa en silencio y toma mi mano. -Por favor Mario, es importante para mí, ayúdame-. Me observa con mirada dulce. -Esta bíen, prometí ayudarte en lo que necesitaras y eso haré-.
Hemos elaborado el testamento y he añadido algunos detalles importantes; además he decidido realizar en privado unas cartas que me gustaría que fueran entregadas a algunas personas si no logro superar la enfermedad. -Por favor Mario, tú eres mi amigo, tú prometiste ayudarme-. Le muestro la caja cerrada y luego la llave que tengo en mis manos, -Si yo llegare a faltar, en esta caja están algunos documentos que me gustaría que tu entregaras, tú sabes ahora como obtenerlos-. Mario se acerca hacia mí y como núnca lo había hecho me abraza fuertemente; me dejo abrazar, siento que él lo necesita y después de todo lo bueno que se ha portado conmigo, no podría rechazarlo. -Perdóname Haydee, por favor-. -No te disculpes Mario, todo está bien-. -No te imaginas todo lo que quisíera hacer por tí-. Su voz es casi un sollozo. -Lo sé, me lo has demostrado, además tu has hecho mucho, tú has sido mi más grande ayuda-. Lo tomo de los hombros y lo obligo a mirarme a los ojos -Gracias Mario, gracias por todo-. El me regala una tímida sonrisa. -Ahora vamos a descansar, mañana debo ir al hospital-. Se aleja lentamente y cierra la puerta; ahora estoy segura que si yo llegara a morir, mis hijos tendrán a un buen padre a su lado.