No te quiero amar...

Conociéndose

Lucio miró a su hijo. Luciano odiaba Chicago y no era nada tímido al expresarlo. No por el contrario, Luciano siempre era muy expresivo en cuanto a lo que amaba, odiaba o deseaba.

A Lucio le causaba gracia ver al perfecto de su hijo haciendo pucheros como si se tratara de un niño de cinco años. Aunque hablando con la verdad, Lucio mismo detestaba esa ciudad, por diferentes razones a las de su hijo, él porque era una prueba de su cobardía y Luciano porque sabía quien vivía ahí, no deseaba hacerlo desesperar obligándolo a viajar hasta ese lugar pero era necesario que Luciano tuviera la oportunidad de conocer a su madre.

—Repíteme por qué estamos aquí papá.

Luciano miraba por la ventana del auto rentado, Igino, su chofer sólo miró los ojos del mayor de los Mastroniani. No le gustaba lo que estaba a punto de suceder, estaba seguro que el joven no apreciaría no haber tenido la oportunidad de negarse a semejante reunión.

Al ver que su padre no contestaba Luciano se volvió a ver a Igino. Él tan solo desvió la mirada y con ese simple gesto supo que lo que habían ido hacer nada tenía que ver con sus negocios.

Era algo personal.

Personal.

Su padre odiaba todo lo que pudiera hacer que lo vieran como alguien débil, lo personal entraba en esa categoría. ¿Qué sería tan importante para viajar desde Italia a esas sucias calles?

Después de reflexionar unos instantes, la respuesta llegó a su conciencia y no era agradable. Al contrario era lo peor que su padre podría haber hecho, era una muy enorme traición. No sólo a él mismo sino también a su abuelo. Ambos odiaban a la misma mujer.

—¡NO! —gritó Luciano logrando que su padre volteara a verlo.

—Luciano, tranquilízate, sabes que es lo mejor…

—Igino detente en este momento, no quiero ir y no podrás obligarme —, Luciano esperó pacientemente a que Igino detuviera el auto, cosa que no pasó—. Igino, te lo pido…déjame ir.

Luciano detestaba suplicar pero sabía que era la única manera de que el chofer le hiciera caso. Si debía suplicar para que lo escucharan ambos y no lo forzaran a hacer algo que no quería, entonces lo haría.

Suplicaría como nunca.

Igino llevó su mirada a Lucio, éste sólo le hizo un gesto negativo casi imperceptible.

—Mi lascio fuori dalla macchina papá[1]

—No, ella pidió una oportunidad de conocerte, quiere verte Luciano.

—Tengo 35 años papá, ¿no crees que lo mejor, en este caso, habría sido preguntarme si deseaba verla?

Lucio tan solo dirigió su mirada a la ventanilla, sin volver a dirigirle la palabra en lo que restó del viaje. Así que Luciano tuvo que esperar totalmente en silencio. Planeando como sería ese primer encuentro con esa mujer.

***

Isabelle caminaba a lado de Paul, iban de la mano como era su costumbre. Amaba a Paul y él la amaba a ella. Debían llegar con su jefa en menos de diez minutos, pero, como siempre, Paul había tardado horrores bañándose y desde el primer día habían acordado irse juntos al trabajo.

—Vamos querida que la señora nos golpeará en…bueno, no le gusta que lleguemos tarde.

Isabelle volteó a verlo con los ojos entrecerrados y una mueca.

—¿Quién se tardó más de media hora tomando una ducha?

Paul tan sólo sonrió y la instó a caminar más rápido. Llegaron al mismo tiempo que un lujoso coche negro.

Paul no le prestó atención, sólo se acercó a la puerta y con la llave que le había proporcionado su jefa abrió el pesado cancel.

Isabelle en cambio se detuvo en la acera, con los ojos entrecerrados. Su rizado cabello fue agitado con el viento casi al mismo tiempo que las puertas del auto se abrían.

—Belle —la llamó Paul— la jefa te llama.

Isabelle sacudió la cabeza y giró su cuerpo hacia Paul sonriendo. En ese momento, Rose, la jefa de Isabelle, salía por la puerta.

Llevaba en la mirada una emoción que jamás le había visto. Era como cuando ves a alguien a quien amas. Isabelle pensó que era muy extraño ver ese aspecto de su jefa, pensó que se dirigía hasta ella pero después de escucharla todo tuvo más sentido.

—Luc…hijo.

Isabelle abrió desmesuradamente los ojos al ver a “Luc”. Era un hombre alto de más de 1.80, delgado pero con músculos definidos, de cabello corto y rubio, sus ojos eran azules y…miraba a su jefa como si la quisiera muerta. A Isabelle no le gustó esa mirada, no entendía, Rose jamás había hecho daño a nadie como para merecer una mirada así.



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En el texto hay: amigos, amor a primera vista

Editado: 16.02.2018

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