No te vi venir

III

III

Sus manos fuertes me envuelven cuando reacciono. Me sorprende verme abrazada a sus hombros, me sorprende la calma que me llena el hueco donde antes tenía el corazón.

No dice nada, pero su respiración agitada, sus dedos temblorosos sujetándome y el calor de su rostro maldicen mi estúpida decisión.

Veintiún pisos hubieran sido más que suficientes para acabar con la tortura de su prisión. Haría cualquier cosa con tal de liberarme. Pero él no puede dejarme ir de nuevo. Haría cualquier cosa para salvarme. Para salvar a Eva.

Me suelta y se sienta en el borde de la cama intentando retener su corazón. Está nervioso, asustado. No hace falta que lo diga.

Me tiemblan las piernas y sé que no podría intentar saltar de nuevo, pero las alas me incitan a hacerlo, las ganas de volver a volar, de vivir de nuevo, de ser yo y no el fantasma de un amor carbonizado.

—Lo siento —murmuro. Un poco por mis pensamientos, un poco por intentar la muerte.

Sus ojos se clavan aún más en el piso y dice que va a atarme, pero la idea le causa pavor. Se acerca, besa mis muñecas, donde las cuerdas han dejado rastro muchos días. Tiene nostalgia, el alma llena de remordimientos, se le va la vida en lamentos, en culpa.

No, no va a atarme, pero me obliga a quedarme entre sus brazos sobre la cama. Tiesa, sumergida en intentos de inexistencia.

Los latidos en su pecho me obligan a contar los segundos, el paso de las agujas del reloj lapidan mi respiración. Sus manos aferradas a mi cuerpo me tienen presa, no tengo cuerdas pero tengo sus dedos entrelazados obligándome a quedar sobre él. El aliento a wiski me asfixia y el calor de los días en su cuerpo pesa en el mío mientras su barba se clava entre mis cabellos.

Me revuelvo un poco para zafarme de su fuerza, pero en el intento la presión aumenta y entonces me quedo quieta.

Las horas caminan, se han olvidado la prisa en la arena. Él delira, sueña con la que ha sido suya, dice su nombre inconsciente. Me besa la cabeza, se acomoda y vuelve a ajustar sus brazos a mí alrededor. Miro el techo blanco, la ventana e imagino qué cosas pueden estar pasando allá. Ha pasado un mes desde que estoy con él. Pienso en lo poco que he dejado fuera, no es una gran pérdida, sin embargo duele. Duele verme presa de un nombre atrapado en mi cuerpo.

Pasa horas trayéndola a cuento hasta que al fin olvida su nombre y comienza a cantar, pero cuando canta vuelve a contarme su historia. Ebrio y aturdido por el calor de su cuerpo le da vida de nuevo en las canciones que sin querer la vuelven a matar. Le ha quitado todo con su partida.

Tiene fiebre. Ha delirado toda la mañana. He considerado tantas veces aprovecharme de su vulnerabilidad, escapar, tantas como las que lo he escuchado decir el nombre de Eva. Sus ojos todavía tienen vivo el amor que le tuvo, brillan aún, podría salvarse a sí mismo si quisiera.



#11179 en Joven Adulto

En el texto hay: crimen, pasion, amor

Editado: 04.05.2019

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