Desde que mi madre se fue de casa los días pasaron rápido, aunque tampoco tuve mucho tiempo para pensar en su ausencia. Me centré en los exámenes y conseguí aprobarlos todos con buenos resultados.
El último día de clase, antes de las vacaciones de navidad, me despedí de mis amigos y de Madison, ya que no los volvería a ver hasta dentro de unas semanas, y les prometí mantener el contacto el tiempo que estuviera fuera.
Mi madre me recogió en la puerta del instituto y me llevó a casa para que preparara la maleta. Cumpliendo con lo acordado, me iba a ir varios días con ella y el resto de las vacaciones las pasaría con mi padre.
Con la maleta ya preparada, salí de casa y subí de nuevo al asiento del copiloto. Desde mi sitio, dejé la maleta en el asiento de atrás y mi madre arrancó el motor del coche.
No me quiso decir a dónde íbamos, pero cuando metió la dirección en el GPS, en la pantalla apareció el nombre de Clyde Hill, una pequeña ciudad que se encontraba al otro lado del lago Washington.
No entendía porqué mi madre había decidido mudarse a otra ciudad, cuando Seattle era lo suficiente grande como para que ella y mi padre no se encontraran, y de dónde había sacado el dinero para pagarla.
—Puedes poner la radio si quieres.
Estaba tan absorto en mis pensamientos que no me había dado cuenta de que la radio llevaba apagada desde que habíamos salido de casa. La encendí y comenzó a sonar Roar de Katy Perry.
—Me encanta esta canción. —Extendió la mano para subir el volumen.
No pude evitarlo y comencé a cantar, a pleno pulmón, junto a mi madre. Verla tan contenta me hacía tan feliz, había dejado atrás las lágrimas y por fin había comenzado a vivir.
Había poco tráfico en la carretera, así que, no tardamos más de quince minutos en llegar a nuestro destino.
Mientras recorríamos las calles de Clyde Hill me fijé en que las casas eran grandes y estaban rodeadas de árboles altos, que se movían ligeramente por el aire, y de rejas de madera.
—Ya hemos llegado —dijo deteniendo el coche enfrente del garaje. Apagó el motor y se quitó el cinturón.
La casa que tenía delante de mis ojos era muy diferente a las que había visto en el camino. Era más modesta y pequeña que las demás, aunque tenía un jardín trasero bastante grande.
—¿Vienes? —preguntó antes de salir del coche.
Asentí con la cabeza y me desabroché el cinturón.
Bajamos a la vez, cogimos nuestras cosas de la parte trasera del coche y caminamos hacia la puerta. Mi madre buscó las llaves en el bolso y abrió la puerta, dejándome pasar a mí primero.
Al observar detenidamente la entrada de la casa, tuve la misma sensación que cuando fui por primera vez a la casa de Madison. El ambiente parecía tan familiar, tan acogedor, que al instante sentí que ese podría ser mi nuevo hogar.
—Acompáñame. Voy a enseñarte cuál es tu habitación para que puedas instalarte y después te enseñaré el resto de la casa.
La seguí por el pasillo y me enseñó donde estaba el baño y también su habitación. Por último, entramos en la que iba a ser mi nueva habitación.
Mi madre había pintado las paredes de negro y había intentado distribuir los muebles de la misma forma que en mi otra habitación. Era sencilla, pero me gustaba porque mi madre estaba haciendo un gran esfuerzo para que me sintiera a gusto.
Dejé la maleta sobre la cama y observé detenidamente la habitación. En la esquina, más cercana a la ventana, había un escritorio y un armario, que ocupaban casi todo el espacio. En el centro, había dos mesillas de noche negras, a ambos lados de la cama.
—¿Qué te parece? —preguntó juntando las manos—. He intentado que se pareciera lo más posible a tu habitación en Seattle.
—Gracias. —Me acerqué a ella y la abracé con fuerza, agradeciéndole todo el esfuerzo que estaba haciendo por mí.
—¿Quieres ver el resto de la casa?
Asentí rápidamente con la cabeza y dejamos atrás la habitación.
Primero me enseñó la cocina y el patio trasero antes de detenernos en el salón. Me senté en el sofá y encendí la televisión para distraerme.
—Ya ha llegado —dijo mi madre fijando su mirada en la ventana, que se encontraba detrás del sofá y de mí.
Asomé la cabeza por encima del sofá y, desde la ventana, vi a un hombre salir de su coche y coger dos bolsas llenas de comida del asiento del copiloto.
Lo perdí de vista cuando comenzó a caminar hacia la puerta. Escuché el sonido de unas llaves y poco después, la puerta principal se abrió.
—¿Gemma? —preguntó una voz en la entrada. Mamá se levantó del sofá y salió del salón para darle la bienvenida.
¿Por qué tenía llaves de esta casa?
—Te presento a mi hijo, Dylan. —Mi madre entró al salón acompañada de aquel hombre. Tenían las manos unidas, con los dedos entrelazados. Al verlos, no pude evitar abrir los ojos sorprendido.
—Encantado, Dylan. Yo soy John, un amigo de tu madre. —Se separó de ella, extendió su mano enfrente de mí y la estreché un poco confundido.
—John ha sido muy amable y nos va a dejar quedarnos con él hasta que pueda conseguir un trabajo y dinero para irnos de aquí.
Volvieron a unir sus manos y esperaron mi reacción. Sabía que no eran amigos, era evidente que eran algo más, pero mi madre nunca me había hablado de él.
Todas las preguntas que me había hecho antes de venir fueron respondidas.