Pedirle salir a Madison fue una gran decisión. Antes estábamos muy unidos, pero después de mi cumpleaños lo estuvimos aún más.
Una noche, mientras cenábamos, mi madre me llamó y me preguntó por ella. Se me escapó delante de mi padre que estábamos saliendo juntos. No comentó nada al respecto, pero sabía que no le hacía mucha gracia que saliera con ella. Me acostumbré a salir por la puerta y no decirle a mi padre a donde iba.
Los días pasaban y las citas con Madison en la pista de patinaje se hacían más frecuentes. Lo habíamos convertido en nuestro sitio favorito. Sin duda, estaba pasando el mejor verano de mi vida y nada ni nadie podría fastidiarlo.
Aquella tarde hacía mucho calor, pero el aire veraniego que entraba por la ventana era agradable. Cerré la puerta de mi habitación con la funda de la guitarra todavía colgada del hombro.
—La he rescatado del desván —dije mientras la dejaba en el suelo.
Madison me miraba sorprendida desde la cama. Estaba tumbada, dejando el lado derecho totalmente libre para mí. Saqué la guitarra de su funda y me senté en la cama, a su lado.
Nunca había tocado la guitarra delante de nadie, pero Madison me transmitía la confianza que necesitaba para hacerlo.
—¿Qué canción quieres que toque?
—Stay with me, de Sam Smith. —Ni siquiera se tomó un tiempo para pensárselo.
—De acuerdo.
Estiré mi brazo para alcanzar el portátil del escritorio y busqué las notas de esa canción. Coloqué la base del instrumento sobre mi muslo derecho y afiné las cuerdas de la vieja guitarra de mi madre.
—Llevo mucho tiempo sin tocar nada, espero no estropearte la canción.
Madison negó con la cabeza y me animó a empezar. Analicé cada nota antes de comenzar a tocar la canción. El principio fue fácil, pero conforme avanzaba y con la mirada de Madison en cada movimiento de mis dedos, se me hacía más complicado tocar.
—Si me miras todo el rato no me puedo concentrar.
—Lo haces muy bien.
Aparté mis dedos de las cuerdas cuando la puerta de mi habitación se abrió.
—¿Se puede? —Mi madre asomó la cabeza por la puerta.
La cerró tras ella y permaneció allí quieta observándonos. Su mirada pasó de mí a Madison y parecía confundida, pero pronto apareció una sonrisa en sus labios.
—Mamá, te presento a Madison.
—Es un placer conocerte Madison. —Se acercó para darle dos besos—. Mi hijo me ha hablado mucho de ti.
—¿Sí?
Mi madre asintió con una sonrisa que se le borró al escuchar la puerta principal cerrarse.
—Necesito hablar contigo hijo, es urgente.
—Creo que debería irme ya. —Madison se levantó de la cama y cogió su bolso del suelo—. ¿Nos vemos mañana?
—Claro.
Se acercó a mí para darme un beso antes de irse y se despidió de mi madre.
—¿Y bien? —Me levanté de la cama y guardé la guitarra de nuevo en la funda.
—¿Te acuerdas que me dijiste que prepararías las maletas hace unos días? Pues bien, ya es hora de irnos.
—¿Irnos? ¿Ahora?
—Sí, voy a recoger algunas cosas que me dejé aquí. —Se dirigió hacia la puerta y giró su cuerpo para mirarme—. Salimos en diez minutos.
No me dejó preguntarle nada más, abrió la puerta sin hacer ruido y desapareció por el pasillo.
Saqué las maletas que estaban debajo de la cama y las cajas del armario. No sabía cómo íbamos a meter todo eso en el maletero sin que mi padre se enterara.
—¿Estás listo? —preguntó apoyada en el marco de la puerta.
—Sí.
—Déjame ayudarte.
Yo me encargué de las cajas y le dejé las maletas a ella. Mi madre fue la última en salir de mi habitación y cerró la puerta.
Aunque intentamos no hacer ruido, para no llamar la atención de mi padre, la puerta de su despacho se abrió sorprendiéndonos a los dos. Mi madre se quedó paralizada cuando vio acercarse a mi padre rápidamente por el pasillo.
—¿Qué te crees que estás haciendo?
Le agarró con fuerza y un profundo quejido se escapó de sus labios. Apreté los puños cabreado y le empujé para apartarlo de ella.
—¡Déjala en paz!
—¡No te vas a ir con ella! —Ahora era a mí a quien agarraba con fuerza—. No te lo voy a permitir.
Me solté de su agarre y me puse delante de mi madre para protegerla.
—Quiero que firmes los papeles del divorcio cuanto antes, no aguanto más.
Cogió de nuevo las maletas y salimos por la puerta, dejando atrás a mi padre.
Por suerte, el coche de mi madre nos esperaba en la puerta y no tardamos mucho en llegar a él. Abrí el maletero y dejamos las cajas y las maletas dentro.
—¿Por qué me haces esto, hijo?
—Lo siento papá, te lo has buscado tú solo.
Abrí la puerta del copiloto y la cerré sin mirarle. No quería que viera lo vulnerable que estaba en ese momento, no le daría nunca esa ventaja.
Mi madre arrancó el motor y pisó el acelerador con fuerza para salir rápidamente del vecindario.
—Mamá, tranquilízate, estás yendo muy rápido.
Abrió los ojos sorprendida y disminuyó la velocidad.
—Lo siento. —Apartó un instante la mirada de la carretera para mirarme.
Un segundo fue suficiente para que mi respiración se detuviera y mis músculos se paralizaran. Un segundo fue suficiente para cambiar mi vida por completo.
Todavía tengo grabada en mi memoria la expresión de terror en el rostro de mi madre cuando un coche golpeó con fuerza el lado izquierdo del nuestro.