Al comprobar con mis propios ojos cómo aquella chica se acercó a Dylan y besó sus labios, se me revolvió el estómago y la ira se apoderó de mí.
Seguramente me veía ridícula observando fijamente cómo se besaban, pero eso no me importó porque me encontraba en estado de shock, paralizada, sin saber qué hacer.
Si Dylan quería hacerme daño, lo consiguió.
Me estaba debatiendo si salir corriendo o acercarme a Dylan y gritarle lo imbécil que era por continuarle el beso y no apartase de ella. Al final decidí irme de la fiesta y estuve a punto de hacerlo, pero Alex me hizo reflexionar.
—Si te marchas ahora, él conseguirá lo que quiere. —Posó sus manos en mis hombros y ese gesto consiguió tranquilizarme un poco—. Vamos a hacer una cosa. Nos quedamos, bailamos y si no estás cómoda nos vamos. ¿De acuerdo?
—Sí, nos quedamos —dije agotada.
Alex logró que me quedara en la fiesta. Canción tras canción, me olvidé de todo durante un momento y puedo decir que, gracias a él, la noche no terminó siendo un desastre.
En cuanto llegué a casa, me encerré en mi habitación y me escondí debajo de las sábanas para poder desahogarme sin que nadie me molestara.
El despertador sonó muy temprano a la mañana siguiente. Saqué la mano para apagarlo y continué escondida debajo de las sábanas un poquito más. Me había pasado toda la noche llorando y me dolía el estómago, así que no bajé a desayunar.
No me sorprendió cuando mi madre abrió la puerta de mi habitación, porque sabía que tarde o temprano iba a subir a comprobar si había dormido en casa.
—¿Madison, estás bien? —me preguntó bastante preocupada.
Mi madre fue un gran apoyo cuando Dylan se marchó. Siempre estaba ahí cuando la necesitaba. Por eso me fue difícil no responder. Necesitaba estar sola y la conocía demasiado como para saber que iba insistir hasta que descubriera qué me pasaba.
Se acercó a la cama y se sentó a mi lado dejando un poco de distancia entre nosotras.
—¿Quieres que te suba algo de comer?
Negué con la cabeza sin darme cuenta de que no podía verme.
Como no le respondía, estiró su mano y tiró de las sábanas destapando todo mi cuerpo. Rápidamente me tapé la cara con las manos, no quería que viera las ojeras que habían aparecido debajo de mis ojos y las lágrimas que recorrían mis mejillas.
—Cariño, ¿por qué lloras?
—No me encuentro bien mamá.
Nada más decirlo acercó su mano a mi frente para comprobar mi temperatura.
—No tienes fiebre. ¿Qué te duele?
—El corazón, mamá. —Me incorporé en la cama para poder verla mejor—. Me duele el corazón.
—¿El corazón? —Me miró asustada y su respiración comenzó a acelerarse. Lo primero que se le pasó a mi madre por la cabeza, aunque no fuera muy común a mi edad, fue que podía ser un infarto como le ocurrió a mi padre. Tal vez no usé las palabras adecuadas para expresar el dolor que sentía por dentro.
—Dylan ha vuelto a Seattle —dije para tranquilizarla y aclarar sus dudas.
Suspiró aliviada al comprobar que no me dolía el corazón, al menos, como ella pensaba.
—Ya entiendo. —Cogió mis manos entre las suyas—. ¿Cómo te sientes?
—Muy mal. No pensaba que iba a volver a ver a Dylan después de tanto tiempo.
—¿Habéis hablado? —preguntó con curiosidad.
—No creo que vayamos a hacerlo.
—¿Por qué no?
—Mamá, ¿tengo que volver a contarte todo desde el principio?
—Cariño, me refería a que podrías hablar con él ahora que ha vuelto a Seattle. Así resolverás todas tus dudas y lograrás liberarte de aquello que te oprime.
Analicé lo que dijo mi madre y en parte tenía razón, pero no estaba dispuesta a seguir sufriendo por él. Lo único que conseguía, dándole más vueltas al tema, era torturarme a mí misma.
—Esta noche tengo una cita. —Sus ojos se iluminaron al decírmelo.
—¿Una cita?
—Rebeca me ha creado un perfil en una aplicación de citas a ciegas y se han puesto en contacto conmigo algunos perfiles bastante interesantes.
—¿Citas a ciegas? ¿De verdad quieres quedar con un hombre al que no vas a conocer hasta el último momento? —dije con incredulidad—. ¿Al menos tiene alguna foto en su perfil? —Mi madre negó con la cabeza.
Encendió su teléfono y buscó el perfil del afortunado que la acompañaría en una cita esa misma noche. Me dejó leer la descripción y a pesar de ser bastante corta, el hombre sabía qué palabras utilizar para hacer su perfil llamativo y atrayente para las mujeres. —Por favor, entiéndeme. Hace mucho tiempo que no salgo de casa. —La miré y negué con la cabeza. Podía llegar a ser exagerada a veces—. El supermercado no cuenta.
Me tapé la boca para no reírme, pero fue inevitable. Mi risa resonó por toda la habitación y mi madre me acompañó con sus carcajadas.
—Está bien, pero prométeme algo.
—Adelante. Soy toda oídos.
—Si algo va mal o si al encontrarte con él no te convence, me llamas rápidamente. ¿De acuerdo?
Abrió los brazos invitándome a abrazarla, lo hice y asintió con la cabeza rozándome ligeramente el cabello con la barbilla.
—¿Qué haría yo sin ti?
—No quiero volver a llorar otra vez. —Le di un ligero empujón para animarla a levantarse—. Estoy bien, no te preocupes.
—De acuerdo, entonces te dejo descansar.
El silencio volvió a reinar en el interior de la habitación cuando mi madre salió y cerró la puerta tras de sí.