Me tropecé con mis pies intentando bajar las escaleras. Iba tarde a la escuela así que me apresuraba a la cocina. Papá estaba sentado al borde de su silla con una taza en la mano, había estado viendo esa escena durante dos meses seguidos.
―Buenos días ― le dije dándole un beso en la mejilla mientras me apresuraba a tomar mi vaso con jugo de naranja, lo bebí de un sorbo y él me miró con su sonrisa triste. Extrañaba a mi padre feliz.
Le sonreí de vuelta.
―Me voy a la escuela papá que tengas un buen día.
Uno de los beneficios de la vida que teníamos era que tenía mi propio carro, mi padre me lo había comprado por mi cumpleaños número dieciséis. Aceleré lo más que pude para poder llegar a clases y llegué con diez minutos de sobra.
Las cosas se veían diferentes pero era prácticamente lo mismo que en otro estado. La secretaria me miraba sobre sus anteojos, su cabello rojizo me recordaba a un nido de pájaros y su labial a los mercados que solía visitar con mi madre en México.
Suspiré.
Al parecer no era la única chica nueva o más bien no era la única chica que llegaba el segundo día de clases, era bueno que el instituto fuera un lugar grande, tanto como para que a los maestros les importara poco un nuevo alumno. Tomé mi horario y salí directo a mi primera clase; química. El mundo me odiaba si debía llevar química pero lo dejé pasar.
Me senté al final de la clase, era normal para mí sentarme al final del salón, con maestros poco estrictos me facilitaba no prestar atención y trabajar en mis escritos, amaba escribir.
Estaba empezando un relato corto cuando poco a poco el salón se empezó a llenar. El profesor entró haciendo que todos a mí alrededor se tranquilizaran. Debía ser del tipo estricto, el hombre era alto y vestía traje, su cabello parecía haber pasado por un baño de gel y luego ser peinado hacia atrás. Odiaba a ese tipo de maestros.
Comenzó a tomar lista y se detuvo donde suponía debía estar mi nombre. Pueden dispararme ahora, el hombre me tomara como su conejillo de indias de ahora en adelante pensé.
― Fox Ramírez ― dijo mi apellido como si fuera una burla.
― Presente ― contesté sin dejar que me importara, había pasado por esto antes, pasarían unos días y todo el mundo se olvidaría de mí. Para mi buena suerte el profesor dejó pasar mi nombre, no tenía ganas de defender mis raíces. Era sumamente molesto ir a todos lados con las personas diciéndome cosas acerca de mi país, aunque tuviera doble nacionalidad.
Mis padres se habían conocido en México. Precisamente en Acapulco, mi madre estaba por una visita de negocios y mi padre de vacaciones. Dos meses después aparecí yo o más bien mi madre se enteró de mí. Mis padres habían mantenido contacto por lo que cuando mamá se lo dijo a papá fue un caos, papá quería que se me dieran mis derechos estadounidenses por lo que decidieron que mamá se iría a Estados Unidos durante el embarazo.
Mis abuelos no lo tomaron muy bien, así que nací en Estados Unidos y después de 6 meses me fui a México con mi madre, papá nos siguió pero eventualmente tenía que regresar y la relación que tenían se volvió complicada. Ellos tenían una de esas relaciones donde no estaban juntos pero cada vez que se veían actuaban como pareja.
Las clases pasaron sin ningún inconveniente hasta el receso. Escuché algún que otro comentario ofensivo pero lo dejé pasar, últimamente no me importaba nada, lo único que deseaba era terminar el día y ver a mi padre. Papá me mantenía fuerte y era lo único que me importaba.
Me sorprendió encontrar una mesa vacía pero debido a la cantidad de estudiantes que hacían fila para el almuerzo dejé mi sorpresa de lado, prefería traer mi propio almuerzo a decir verdad. Odiaba la comida que preparaban en el instituto.
― ¿Puedo sentarme? ― Una chica de cabello rubio me miró, era alta probablemente me sacaba unos buenos diez centímetros. Asentí y ella se sentó a mi lado, tenía una gran sonrisa y parecía que el instituto la hacía feliz. A mí me hacía feliz una vez al año y ese era el primer día antes de conocer a mis maestros.
― Soy Gabriela, pero puedes llamarme Gabby ― dije presentándome. Ella me sonrió y miró mi almuerzo divertida, ella también llevaba el suyo.
― Me agradas Gabriela. Yo soy Kim, puedes llamarme Kim ya que mi nombre no tiene diminutivos― me reí de su comentario.
― También me agradas Kim.
― Así que mexicana ¿eh? ― levanté la vista de mi almuerzo y miré a Kim. Probablemente estuvo en alguna de mis clases.
― Así es ― dije sin querer revelar nada más. Me molestaba los prejuicios sociales que había tanto de los mexicanos hacia los estadunidenses y viceversa.
― ¡Eso es wow!― dijo ella haciendo grandes ademanes, me reí un poco y quizá me sonrojé. ― Es decir, nunca he salido de Florida; algo así como nunca en la vida. Estoy esperando impaciente el final del año para poderme ir a Nueva York a estudiar diseño― ella lucía muy entusiasmada con esa idea. Yo no sabía que haría al terminar el instituto, aún tenía tiempo para aplicar para alguna universidad pero no estaba cien por ciento segura de que estudiar.
― Bueno cuando quieras ir a México puedes sacar tu pasaporte y con gusto te llevo ― dije sonriéndole. Extrañaba tanto México como sabía extrañaría Florida cuando me fuera.