Gabby
Observaba las estrellas, suponía que cada vez se volvería más difícil pero aún estaban allí. A veces las luces de la ciudad eran suficientes para esconderlas, agradecía que tenía ese pequeño regalo.
Diego estaba acostado a mi lado, cada uno sumido en sus propios pensamientos. Me gustaba el frío del otoño, la noche cayendo sobre nosotros mientras todo tipo de cosas pasaban por nuestras cabezas.
― ¿Recuerdas cuando nos conocimos? ― preguntó Diego y de inmediato trajo una sonrisa a mi rostro.
―Tenía catorce años…
―Y no sabías que estaba viviendo con tus abuelos.
Mirando atrás recordé el momento justo cuando lo vi. Siempre había sido una chica de apreciar al género masculino, me fijaba en el físico pero cuando alguien abría la boca y salían puras tonterías perdía todo el atractivo para mí. Claro que yo no me fijaba en el atractivo completo más bien en pequeños detalles como sus ojos, su cabello, alguna expresión. Con Diego había sido todo sobre sus tatuajes.
Lo conocí en un verano, cuando entré a casa de mis abuelos y lo vi allí. Simplemente me encanto, él tenía ese magnetismo y me atrapó rápidamente. Él tenía diecisiete pero eso no nos impidió empezar una relación, recuerdo que después de mi shock inicial lo había acusado de entrar a robar a casa de mis abuelos.
―Lamento el golpe que te di― él estaba riendo a mi lado y me contagió.
―Bueno tenías que defender a tus abuelos― se quedó en silencio unos momentos. ― Extraño esos momentos, cuando escapábamos de tu padre.
La nostalgia me invadió. Suspiré viendo a Diego, en algún momento de mi vida lo había amado, había sido mi primer amor, pero él no era lo que yo quería que fuera. Cuando el tiempo pasó entendí que lo mejor para nosotros fue alejarnos. Yo lo supere rápidamente porque en realidad el siempre sería mi amigo, solo eso.
―Papá nos dio muchos problemas.
―Nadie quiere que su hija se case con un vándalo― inmediatamente mis ojos dieron con sus brazos llenos de tatuajes, él tenía toda una historia en ellos.
―No eres un vándalo, mi padre trata así a cualquiera que quiera acercarse a su pequeña hija, Kylan ya lo ha vivido― vi el momento exacto en el que Diego cambió. Su rostro estaba sereno un momento y al siguiente sus facciones se endurecieron y él estaba viéndome con algo de furia. Me encogí un poco.
― ¿Tu nuevo novio? ― me sentí muy ofendida por como lo dijo pero no lo dejé ver.
―Sí. Kylan y yo somos novios.
Él regresó su mirada al cielo y yo hice lo mismo. Suspiré sonoramente, me sorprendía lo incomoda que me sentía porque antes todo había sido fácil con él. Pero lo había herido, él había cambiado y yo también.
― ¿Qué nos pasó Gaby?
―Nos acostamos― respondí girando mi cabeza para verlo hacer una mueca.
―No necesitas ser tan cruda con las palabras.
―Es la verdad y sé que fue mi error. Todavía lo lamento.
―Yo debí detenerte, sabía que no estabas actuando como normalmente lo harías, me aproveché de eso y lo lamento.
―Entonces ambos estamos a mano― el viento comenzó a correr y disfruté del aire frío sobre mis mejillas.
― ¿Crees que algún día podamos tener lo que antes teníamos? ― tocó mi rostro, su mano parecía arder en comparación con mi piel fría.
―Creo que algún día lo lograremos.
―Y entonces escalaremos los arboles buscando privacidad para hablar e imaginaremos que sería de nuestras vidas si tú no tuvieras que partir cada vez que terminan las vacaciones― la emoción en su voz me llenó y me acerqué a él dándole un torpe abrazo.
―Te quiero Diego.
―Y yo te quiero Gaby. Ahora volvamos adentro antes de que te congeles― Diego pasó su brazo por mis hombros dándome calor.
Una vez que regresamos a la casa corrí a la cocina, me preparé unas quesadillas con una gran sonrisa en mi rostro mientras bailaba tarareando una canción que ni yo misma sabia de donde había salido. Escuché la risa de Diego detrás de mí y me giré aun bailando para verlo observarme.
― ¿Qué?
―Tranquila chica, solo me parece gracioso que ya estés comiendo otra vez― lo miré molesta.
―Una chica tiene derecho a comer cada vez que se le dé la gana, no puedes insultar a alguien con eso, además nadie en el mundo puede restringirme comer tortillas cuando vengo a México.
―Si las extrañas tanto deberías quedarte.
―Vuelvo a escuchar eso de tu boca y la partiré.
― ¿Cuándo te volviste tan violenta?
―Cada vez que vengo aquí y hablo contigo al parecer― me di vuelta comiendo mis quesadillas mientras fulminaba a Diego con la mirada.
―Me encanta hacerte rabiar― lo miré ceñuda, pero yo también me estaba divirtiendo.
―Ni que fuera perro.
―Ven aquí minino minino― él comenzó a hablarme con voz melosa y casi me atraganto con la tortilla. Comencé a toser pero él no se detuvo.