No tienes que amarme

La posada y el general

Los carruajes tardaron casi dos horas en entrar al pequeño pueblo, la lluvia no se detuvo ni por un segundo, llenando zapatos, vestidos y capas de agua y lodo. Para cuando conseguimos una habitación Ratko y yo tiritabamos, el castañeo de nuestros dientes el unico sonido por encima del crepitar del fuego en la única chimenea. Nos sentamos ante el fuego despues de cambiarnos la ropa, yo me puse un cómodo camison, cubierto por mi capa más calida, mientras que Ratko llevaba una túnica azul marino, sus ojos fijos en las llamas que consumian poco a poco los trozos de madera.

 

La aparición del General nos tomó a todos por sorpresa, esperabamos encontrarlo en la frontera, no enmedio del camino a varios días de viaje. Mi tío siempre fue una persona impredecible, de temperamento fuerte y muy apasionado, aun así sabía cuando seguir ordenes. 

 

- ¿Puedo pasar?- Preguntó el General, entreabriendo la puerta con una mano.- Los reyes ya estan descansando, fue una suerte que los encontrara, el clima en esta región es terrible; tiene prolongadas sequías y luego unas horribles temporadas de tormentas, la mitad del año sufren por la falta de agua y la otra mitad por su exceso.

 

El príncipe señaló la pequeña mesita enmedio de la sala, acto seguido los tres nos sentamos alededor de la mesa redonda. Sabía que Ratko admiraba a mi tío, podía notar el parecio en su mirada, un gran respeto por el condecorado guerrero del Norte que no expresaba por nadie más. El General nos miró, sus ojos grises distantes, perdidos en alguna guerra del pasado, llenos de recuerdos de grandes victorias y desgarradoras derrotas, eran ojos que atestiguaron la muerte en el campo de batalla, un y otra vez.

 

- Sé que mi hermano es demasiado formal para decir esto, príncipe Ratko, pero si le causa cualquier sufrimiento a mi sobrina me encargaré de que la guerra le parezca un recuerdo placentero, ¿Me doy a entender?

 

- Perfectamente, señor.- Musitó Ratko, sorprendido por la amenaza. Yo, en cambio, sentí una extraña calidez en mi corazón, porque nadie de mi familia había aprecido preocupado por mi futuro más allá de la boda.- No es mi intención...

 

- No me importa cual sea su intención, si sus acciones no la respaldan. Soy su aliado en esta guerra y solo la palabra de Tharu puede cambiar eso, no vaya a olvidarlo.

 

Miré mis manos entrelazadas sobre mi regazo, era típico del General amenazar a un aliado en nombre de su familia, a pesar de sus largas campañas en la frontera y sus frecuentes viajes siempre se mantenía en contacto con nosotros, no era el hombre más expresivo, pero eso no impedía que sus sentimientos fueran fuertes y profundos. Su ira era algo digno de temer, tras su apariencia de seriedad se ocultaba una tormenta.

 

- General, si llegara a herir a mi esposa, yo mismo lo buscaré y me entregaré a su castigo.- Respondió Ratko, demostrando que tenía algo de sentido de preservación. La derrota era la unica posibilidad en una confrontación contra el General.- Sé lo que costaría perder su apoyo.

 

Eso pareció convencer a mi tío, su nombre llenaba a cualquiera de miedo, su participación ayudaría a nuestra causa. Esta guerra podía cambiar el destino de los cuatro reinos, el costo de la derrota era demasiado alto y lo sabíamos. Miré a Ratko, sus mente perdida en las oscuras posibilidades que el destino mostraba. Poco despues mi tío se fue, acostumbraba dormir temprano y despertarse antes del amanecer, así fue como mi esposo y yo nos quedamos solos en esa habitación, el aullido del viento fuerte y claro a pesar de las paredes que nos separaban del exterior. Las pesadas gotas se estrellaban contra las ventanas, en esas horas de incertidumbre sus suaves golpeteos recordaban a la arena de un reloj cayendo.

 

- Deberías descansar un poco.- Dijo Ratko, regresando a su lugar ante la chimenea.- Mis padres esperan acelerar la marcha mañana, no podemos atrasarnos más. Espero que me permitan adelantarme con un grupo de hombres, nuestro reino está desprotegido, temo por mi pueblo...

 

- Permite que te acompañe...

 

- Sólo me retrasarías...

 

- ¿No me darás la oportunidad? Dé que no quieres una esposa, al menos déjame ser tu amiga, déjame proteger nuestros reinos.

 

- Ya has hecho suficiente, además, si no recuerdo mal, ya no tienes tus poderes.

 

- Entonces enséñame...

 

- Bien, puedes ir, llegando al Oeste te conseguiré un instructor, pero no podrás ir al frente hasta que puedas pelear, ¿De acuerdo? Si dejo que algo te pase tu tío va a matarme.

 

- Gracias, no te arrepentirás.- Respondí, sintiendo al fin que mi presencia ahí tenía un propósito.- Deberíamos dormir.

 

- ¿Te molestarás si te robo las cobijas?

 




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