No tienes que amarme

¿Hogar?

 Llegar al castillo fue sorprendentemente sencillo, cada guardia en el camino parecía saber a la perfección quienes éramos y nos permitian pasar sin problemas. La capital era grande, con amplios caminos de tierra transitados tanto por amplios carruajes recubiertos de piedras preciosas como por modestas carretas , vimos casas de piedra con techos de tejas y personas reuniendose en la calle para recibir al príncipe en su regreso a casa. La principal diferencia con el Norte era el clima, el Sol brillaba en lo alto, el aire era templado y no se veía una sola nube en el cielo. No sabia si alguna vez lo llamaría hogar.

 

 El castillo era enorme, con cinco altas torres, sendas banderas rojas hondeando sobre cada una, gruesas murallas de tierra rojiza y una enorme puerta de madera oscura. Una vez, cuando era pequeña, vi una pintura del castillo, me había sorprendido lo distinto que era de mi hogar, siendo el rojo y el negro los colores predominantes en la estructura, tan diferentes al gris y azul a los que estaba acostumbrada.

 

- Bienvenida, princesa Tharu, a tu nuevo hogar. - Dijo Ratko ofreciendome su mano para bajar del caballo, la acepté y entrelazamos nuestros dedos mientras avanzabamos hacia la puerta.- Confío en que lo encontrarás agradable.

 

- Por supuesto, ya me siento como en casa.

 

- Espero que no, sería una lastima que te quedaras a vivir justo en el umbral de la puerta .-  Bromeó él, una encantadora sonrisa en su rostro.

 

- Jamás domiría en el umbral, a menos, claro está que cierto ladron de mantas reanude su vida de crimen.

 

- ¡Solo fue una vez!

 

- Una vez fue más que suficiente, ¿Continuamos?

 

 Ratko me miró entre sorprendido y entretenido antes de acercarse a los guardias e indicarles que abrieran las inmensas puertas. El interior era enorme, como las torres y muralla sugerían, con una amplia plaza llena de soldados corriendo de un lado para el otro, despues de todo nos encontrabamos en el amanecer de una nueva guerra, no había tiempo que perder, cada soldado se movía, nadie se detenía a descansar, desde los civiles enlistados por el ejército hasta los grandes generales, todos tenían su parte en los preparativos.

 

- Por lo general es más... tranquilo .- Comentó el príncipe esquivando apenas a un mozo de cuadra que llevaba dos caballos .- Nosotros intentamos evitar que la presencia de la familia real detenga las cosas, nadie se va a detener a saludarte o hará reverencias.

 

- No lo espero, en el Norte solo tenemos esas cortesías con los extranjeros. - Dije poniendo énfasis en la palabra extranjeros, no éramos muy dados a las grandes celebraciones o extremas demostraciones de poder, preferíamos una vida sencilla, ya que el reino pasaba por tiempos de grandes dificultades .- De hecho lo prefiero así, odiaría tener que seguir el protocolo a cada instante.

 

- Bien, eso facilitará las cosas.

 

 Aparente ese mismo protocolo no aplicaba a Generales condecorados con gran renombre en los cuatro reinos. Cuando voltée ví al General rodeado de decenas de soldados emocionados por trabajar con él, por seguirlo en combate y quizás avanzar en el ejército. Mi tío los saludaba, siempre educado, su escuadrón se volvía su familia, en cuaestión de días sería apreciado por todos, estaba segura.

 

 Varias horas despues y tras un exhaustivo recorrido del castillo entero hicimos una pausa para desempacar las escasas pertenencias que llevamos, la habitación que compartiría con el príncipe era amplia, con una enorme cama cubierta con suaves sábanas, las paredes estaban empapeladas con patrones florales y el lugar contaba con su propio baño, salita, un pequeño comedor y un balcón que daba a la plaza. 

 

 Era un cuarto hermoso, muebles de madera le daban un aspecto más hogareño, claramente el lugar no necesitaba nada, guardé mis escasas pertenencias en un cajón, el resto de mis cosas llegarían con la reina y su caravana en algunos días. Cuando terminé Ratko esperaba sentado en la salita, un grueso pergamino en sus manos, leía con gran atención, su ceño ligermante fruncido y ambos ojos fijos en el amarillento material. Desde que entramos al castillo sentí una distancia entre ambos, como si estar ahí le recordara su promesa de no amar a su nueva esposa. Apenas me dirigió la palabra en el recorrido y ahora... ahora se concentraba demasiado en un pergamino que ya había leído tres veces.

 

 Me senté del lado opuesto, invadida por una timidez que no era usual en mí. Tras varios minutos así decidí hacer algo más productivo con mi tiempo y salí de la habitación con toda la intención de encontrar a mi tío, debía aprovechar su presencia antes de que él tambien partiera a la guerra, ofreció entrenarme, quizás podríamos comenzar. La verdad quería hacer algo para no sentirme como una muñeca en una vitrina, frágil e inutil.

 

  Recorrer el castillo hizo poco para tranquilizarme, el lugar asemejaba un laberinto, con enormes corredores y salones que llevaban a delgados pasadizos e intrincadas escaleras. Estaba perdida, me encontraba a punto de pedir instrucciones cuando vi una sala diferente, con ambas puertas abiertas y decenas de libreros abarcando el espacio. Me acerqué, movida por ese amor que siempre había sentido por la lectura. Que el castillo tuviera una amplia biblioteca me hacía sentir un poco como en casa.




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