No tienes que amarme

Fuego y la despedida

  Despues de nuestra plática sobre la magia Ratko me pidió que lo acompañara sin decir a adónde. Caminamos apresuradamente por los corredores, evitando a los demás habitantes del castillo y en una memorable ocasión tuvimos que escondernos del señor Daven, quien seguía buscando su "invaluable" ejemplar sobre arquería,nos ocultamos detrás de un grupo de armaduras, sonriendo como niños incapaces de contener la risa al hacer alguna travesura . Era extraño ver ese lado del príncipe; risueño y travieso, descubrí que me agradaba, no podía apartar la mirada de su sonrisa, de sus ojos azules y la manera en que brillaban con alegría.

 

  Nos detuvimos ante una puerta en el segundo piso, cubierta por un enorme tapiz, él me miró con curiosidad antes de sacar una llave metálica y pesada de entre sus ropas, abrió el cerrojo y se detuvo por un segundo. ¿Qué buen castillo está libre de pasadizos secretos y salones ocultos?

 

- Antes de entrar debes prometerme que no le dirás a nadie sobre este lugar .- Dijo con toda la seriedad del mundo .- Es importante que nadie más lo conozca.

 

- Lo prometo...

 

- Excelente.

 

  Empujó la puerta, revelando una iluminada sala, sus paredes estaban casi totalmente hechas de vidrio y  cada superficie rebosaba de plantas en elegantes macetas. Entramos y él cerró la puerta desde adentro, el lugar era hermoso, un oasis con varias mecitas de trabajos y un cómodo diván pegado a un enorme ventanal. Me quedé helada al notar que la vista daba al Norte, alcanzaba a ver, muy, muy pequeñas las montañas de la frontera.

 

- Bienvenida a mi escondite secreto, eres la tercera persona en conocerlo.

 

- Vaya, harás que me sienta especial...

 

- Deberías, aparte de nosotros solo mi hermana lo conoce. Hay varias salas ocultas en el castillo, de niño me dí a la tarea de buscarlas todas.

 

- ¿Las encontraste?

 

- Te las mostraré todas cuando regrese de la guerra, aunque si eres demasiado impaciente puedes comenzar a buscarlas por tu cuenta, hay tres pasadizos secretos y ocho habitaciones ocultas.

 

- ¿De verdad crees que voy a quedarme a buscar habitaciones mientras todos los demás van a la guerra?

 

- No, espero que te nos unas en cuanto domines nuestra magia.

 

  Asentí, intentando digerir sus palabras, confiaba en que podía hacerlo, dijo "cuando domines nuestra magia", no "si algun día dominas nuestra magia". Él creía que con un poco de tiempo lo lograría... De alguna forma su fe en mi era más preocupante que sus dudas, ¿Y si no aprendía? ¿Se descepcionaría?

 

- Comencemos por lo básico .- Dijo sacando una vela blanca de una caja oculta trás varias macetas de exhuberante vegetación verde con flores amarillas .-  Encender una vela, es lo primero que aprenden a hacer los niños. Es difícil, a muchos les lleva años lograrlo, el truco está en visualizar el fuego, sentirlo en tus venas y controlarlo para que haga tu voluntad. Muchos asocian el fuego con la ira, ese es el primer error, la ira es incontrolable y créeme, no quieres comenzar un incendio que no puedes contener.

 

- No suena muy diferente a la forma de manipular el agua... 

 

- Vamos, intentalo .- Acercó la vela en mi dirección, sentí el nerviosismo asentarse en mi estómago, ¿Y si lo hacía mal? ¿Y si no pasaba nada? - No, no empieces a dudar, solo hazlo.

 

 Acerqué mi mano a la vela, imaginando la calidez de la llama, los colores danzantes... el pabilo humeo un poco antes de volver a apagarse.

 

- Vaya, tienes facilidad para esto.

 

- ¿Es una burla?

 

- Ya te dije que a la mayoría las toma años encender una vela, esto es progreso aunque no me creas. 

 

- ¿Tu manejas algun otro elemento?

 

- Se supone que no le diga a nadie...- Dijo él, aplastando el pabilo entre sus dedos antes de volver a guardar la vela .- Es algo que comenzó cuando era niño, por eso me costaba mucho trabajo dominar la magia del fuego...

 

  Levantó su mano derecha, donde flotaba una pequeña esfera de agua, brillante como una perla. Lo miré incrédula, se suponía que algo así era imposible, en especial con elementos tan opuestos. Nunca había escuchado nada semejante. ¿Acaso su madre era del reino Oeste? 

 

- Mis padres me dijeron que no debía hacerlo, así que no me quedó otra opción, aprendí solo, a espaldas de mis tutores. Me parecía imposible dejarlo.

 

- Pero tus padres son ambos de este reino...

 

- Lo sé, es algo que nunca he logrado explicarme.

 

  Me acerqué, era un verdadero misterio. Nos miramos a los ojos, sin apatía, sin resentimiento, solo dos personas que compartían un secreto y que lograban entenderse gracias a este. Sus ojos azules brillaban, reflejando el orbe de agua. Ratko, que a primera vista me había parecido tan directo y transparente ahora revelaba otro lado de su ser, un lado oculto incluso para las personas más cercanas a él. 

 

- Bueno, cuando... ahem... cuando logres encender la vela deberás buscar al señor Aiden, es el mejor profesor, vive en el castillo y dá lecciones todos los días en el jardin de la reina.

 

- Eso haré .- Le aseguré. Desapareció el pequeño orbe de su mano.

 

  Salimos de la habitación secreta, cuidando no ser vistos. Aún faltaban varias horas para la pequeña cena de bienvenida, lo cual nos daba un buen rato libre. Regresamos a nuestras habitaciones, donde Ratko empacó una valija en caso de partir apresuradamente y yo apagué una vela, incansable en mis esfuerzos de unirme a la guerra. No deseaba la gloria de la batalla, solo quería ver a los reinos restantes seguros. Había escuchado rumores inquietantes sobre el Sur, los invasores forzaban a sus presas a pelear por ellos, saqueaban las tierras y dejaban a los habitantes sin un solo trozo de pan o moneda de plata. 




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