No tienes que amarme

Guerra o paz

  Al pasar la tarde noté que un grupo de mensajeros llegó al castillo, venían del frente, acompañados por el rey y noticias de los más recientes sucesos. No llevaban banderas o estandartes, las noticias no podían ser buenas. Me apresuré a descender las escaleras de caracol que llevaban al vestíbulo, era la ruta más directa que había encontrado, aun así me sentía lenta en mis trayectos por el castillo. La reina ya esperaba junto a la puerta, ambas manos entrelazadas, ojos fijos en el camino, su mirada llena de preocupación. No la culpaba, los dos principes estaban en el Sur, a varios días de distancia de su hogar , quizás enmedio de una zona de conflicto. 

 

- ¡Abran paso al rey!- Gritó un escudero, afuera se había reunido una gran multitud de curiosos, todos contenían la respiración, preguntandose si el regreso del rey significaba el inicio de la guerra o algo peor.

 

  El rey no perdió tiempo, apenas desmontó se encontraba en los brazos de su esposa, la cabeza cubierta de grisaceos cabellos no lucía la corona, dandole una sensación aun más lúgubre a la situación.

 

- ¿Qué ha pasado?- Inquirió la reina, acariciando la barba del recien llegado, un gesto tierno, cuidadoso.

 

- El Sur no se rendirá, el General dará la orden de avanzar a nuestras tropas si las pláticas no tienen éxito.

 

- ¿Y mi hija? ¿Qué averiguaron?

 

- Ella no está en el castillo ni en las prisiones, se crée que logró evadir la captura, pero está en territorio enemigo, no sabemos por cuanto tiempo seguirá así. El Sur solo esta dispuesto a negociar si cumplimos sus demandas .- El rey volteó a mirarme alejandose de su esposa, había algo extraño en esos profundos ojos azules grisáceos .- Sus principales demandas incluyen que mientras yo y el General asistimos a las pláticas, los príncipes Ratko, Tharu y Saoirse deberán quedarse ahí como muestra de nuestra buena voluntad.

 

- No podemos obligarte a hacerlo, Tharu...

 

- Quiero ir, si Ratko está dispuesto a ir yo tambien lo haré.

 

- Deberías empacar, el tiempo es vital en estos temas. 

 

  Hice una pequeña reverencia, mil distintas preocupaciones en mi mente. Básicamente nos convertaríamos en voluntarios rehenes para un enemigo desconocido, esperando que cumplieran su palabra y nos liberaran al final. La presencia de Saoirse no me tranquilizaba, más bien todo lo opuesto, era claro su odio y resentimiento. No la odiaba, tampoco confiaba en ella. Me alejaba cuando escuché a la reina decir algo que confirmaba mis teorías...

 

- He hecho mucho por tí, acepté como mío al hijo de otra, ahora te pido que traigas a mi hija de regreso...

 

  Avancé más rápido, no se suponía que escuchara eso, si bien le daba sentido a muchas cosas, tambien abría otras interrogantes, Ratko era mayor que su hermana, de acuerdo con las leyes del reino el rey podría haberse separado de su esposa y volver a contraer matrimonio con la madre de su hijo. Quizás su madre había fallecido o no estaba dispuesta a abandonar su reino. ¿Alguna vez llegaría a saberlo?

 

  Abrí la puerta de mis habitaciones, debía empacar, por segunda vez en los últimos días. Guardar toda la vida en una malerta comenzaba a parecerme rutinario, quizás en otra vida habría sido un ave migratoria, sin un hogar fijo, moviendose de acuerdo al clima. A diferencia de las aves yo no iba a un mejor lugar, iba al corazón de la tormenta, al frente de la guerra, a lo desconocido. De seguro mis padres no se imaginaron eso cuando me mandaron al Oeste...

 

  No tardé mucho en guardar mis cosas, no debía llevar mucho, solo acomodé un par de mudas de ropa y el libro de arquería, el cual pretendía tener como rehen hasta regresar a la biblioteca. Nadie extrañaría el libro, no en esos momentos cuando quienes no se iban a la guerra se quedaban intentando proteger el reino y mandar suministros al ejército, nadie tenía tiempo para leer o escribir. 

 

- Princesa Tharu, escuché que partirá al Sur .-Dijo el señor Aiden, asomandose por la puerta. No lo había escuchado llegar .- Espero no interrumpirla, ¿Puedo pasar?

 

- Claro, adelante .- Me acerqué a él, quería decirle que lo sabía, sabía que el príncipe no era hijo de la reina,  al mismo tiempo algo me dijo que un secreto como ese no podía manejarse a la ligera o decirse en un lugar tan lleno de rumores .

 

- Quería darle algo, debe prometer que solo lo usará en una situación de extrema necesidad, no quisiera tener problemas con el Norte, creo que su gente no sabe que la tengo... - Extendió su mano y dejó caes sobre la mesa una hermosa piedra azul,  la reconocí al instante, era una de las doce piedras capaces de otorgarle nuestros poderes a un estranjero .

 

- Creí que solo había doce, todas en la sala del tesoro.

 

- Me la dió alguien hace muchos años, alguien de la familia real... Debería regresarle sus poderes... - El profesor miró alrededor, quedándose en silencio absoluto .- No debe usarse a la ligera.

 

- Le agradezco, prometo que será un último recurso.- Juré, guardando la gema, cuyo tono de azul cambiaba de azul marino a azul verdoso en una perpetua espiral de colores .- ¿Puedo preguntar quién se la dio?

 

- El General, le contaré a mayor detalle cuando regrese.

 

  El señor Aiden se fue, sus pisadas inaudibles. Se movía como una sombra, sigiloso y ágil. Oculté la gema en lo más profundo de mi equipaje e intenté apartarla de mi mente. Solo la familia real tenía acceso a la sala del tesoro, solo el heredero tenía el privilegio de otorgar las gemas a un extranjero... Negué con la cabeza, necesitaba concentrarme en lo positivo, volvería a ver a Ratko, me reencontraría con mi tío, no podía distraerme con rumores e intrigas. 

 

  Al medio día me reuní con el rey y Saoirse en el enorme vestíbulo, para darnos la despedida solo estaba la reina y sus damas de compañía, no debía desperdiciarse el tiempo, partiríamos rápido, en silencio, confiando en encontrar una solución pacífica. Saoirse me miró con desprecio, algo a lo cual comenzaba a acostumbrarme, quizás no sabía que fue su reino el que pidio especificamente mi presencia. No entendía su desagrado, yo nunca había hecho algo  por lastimarla, al menos no de manera conciente. Decírselo no era sensato, cualquier cosa dicha en mi defensa la convencería más de mi culpa.




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