No tienes que amarme

Juntos otra vez.

  El campamento del Oeste estaba tal y como lo dejamos, solo que no se veían personas en las carpas o corriendo entre ellas, caminabamos por un campamento fantasma, de seguro todos se unieron al combate en un último desesperado esfuerzo. Avanzamos cautelosamente hasta llegar al campo abierto hacia el Sur, ahí se veía un mar de actividad, sombras se alzaban y su neblina envolvía a los desafortunados soldados. Mi padre no tardó en actuar, en cuestión de segundos llovía, las gruesas gotas desaparecían la oscuridad. El rey Eagan nos miró, ojos claros llenos de agradecimiento. 

 

  Mi prioridad era encontrar a Ratko, nadie sabía dónde estaba o cómo se encontraba. Esa falta de noticias me impulsó a buscar con mayor urgencia, pelee con un par de oponentes en mi camino a través del campo, tenía una ligera idea de dónde podría estar. Cuando llegamos llovía del otro lado del ejercito, solo podía ser él, tenía que serlo...

 

  Corrí entre parejas de combatientes, esquivando sombras y evitando caera por el fangoso suelo, mi rostro lleno de gotas heladas. El instante en que nos vimos, sus ojos azules fijos en los míos corrimos el uno hacia el otro, nos abrazamos entre sollozos interrumpidos y besos desesperados. Él lucía bien, un poco cansado pero perfectamente sano.

 

- Vamos, debemos irnos.- Susurró mostrandome el libro, oculto en su túnica.- Hay que destruir el libro o todo esto será en vano.

 

- ¿Sabes como hacerlo?

 

- Algo se nos ocurrirá, ¿Servirá quemarlo?

 

- Solo hay una manera de averiguar.- Dije. Nos alejamos de la batalla, corriendo hacia el campo abierto, nadie nos seguía, necesitábamos salir de la lluvia y destruir el maldito libro.

 

  Llegamos a una zona bastante apartada, de la batalla solo se escuchaba el choque metálico de espadas y el bramido de la tormenta. Ratko lanzó una esfera de fuego al suelo, este crepitó, tomando fuerza. El príncipe intentó lanzar el libro, el oro de la portada brillaba formando extrañas sombras de fuego. Dudó por un segundo antes de arrojarlo. Chispas flotaron en el aire y un relámpago partió el cielo... El fuego lamía las hojas, destruyendolas lentamente, alrededor las sombras disminuían. 

 

  Comenzaba a recobrar la esperanza cuando Ratko tropezó y cayó, su rostro lleno de dolor, un agonico y silencioso grito en sus labios. Me arrodillé junto a él, tomé su mano, se sentía helada...

 

- Tharu... 

 

- Tharu, ¿Qué pasó?- Preguntó el señor Aiden acercándose.

 

- Destruyó el libro, luego... luego comenzó a sufrir un dolor espantoso ...

 

- Permiteme revisarlo, es posible que sea su magia. El libro es un artefacto antiguo, no debe ser usado a la ligera, al destruirlo Ratko pudo sufrir algun daño.- El señor Aiden se arrodilló a mi lado, tocando con su mano izquierda la frente del príncipe.- Su magia dual está en conflicto, afortunadamente no es letal, solo incómodo. Estará bien, el dolor debería pasar en unos minutos.

 

  Asentí aliviada, tal y como dijo el señor Aiden, Ratko se tranquilizó, su respiración se volvió más tranquila y dejó de aferrarse a mis manos como si su vida dependiera de ello. Sonreí, era imposible evitarlo, despues de todo lo que habíamos pasado, por fin el destino nos volvía a juntar. Él me devolvió la sonrisa, la guerra terminaría pronto, convirtiendose en un mal recuerdo, mientras que nosostros seguiríamos juntos. El señor Aiden se fue, dándonos un poco de privacidad.

 

- Ratko, cásate conmigo.- Dije, voz entrecortada por tantas emociones.- Ya sé que estamos casados, pero eso fue por obligación, no  queríamos hacerlo, ni siquiera nos conocíamos... Ahora sé que cada día a tu lado es un día que vale la pena vivir. Me gustaría caminar hacia el altar, mirarte a los ojos y saber que ese es el destino que nosotros elegimos.

 

- ¿Me estas pidiendo matrimonio?

 

- Así es. 

 

- Entonces acepto, admito que no empezamos bien, yo fui un idiota y no sé que hice para merecerte. Quiero casarme contigo, Tharu, la increíble princesa que encontro la forma de derretir mi corazón, me convenciste de quitarme la armadura que usaba alrededor de mi corazón y nunca me arrepentiré de hacerlo. Me haces feliz con tu sola presencia. Será un honor ser tu esposo.

 

- Vaya, ¿Siempre fuiste tan encantador?

 

- No voy a responder esó.- Bufó fingiendo estar ofendido.

 

- Bien, siempre y cuando no robes las cobijas...

 

- Y que tu no robes los libros...

 

  Reímos, el mundo y sus problemas habían quedado en el olvido por el momento, solo existíamos nosotros, dos corazones latiendo en perfecta sintonía, dos almas que tras una larga travesía al fin logran encontrarse. Encontrar el amor no era asunto sencillo, pero lo habíamos logrado, yo lo encontré oculto en unos ojos azules fríos como el hielo, que con una mirada podían convertirse en el cielo de verano. Si bien el principe no era muy expresivo, había descubierto que sus ojos no mentían, reflejaban sus verdaderos sentimientos con la fidelidad de un espejo de agua, claro y cristalino.




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