No todo el dinero lo compra ©

Capítulo 1

— ¿Por qué los papeles que pedí no están listos?— Gritó Sanders Nichols a su secretaria y a su asistente, quienes habían acudido de inmediato cuando este había ordenado que se presentaran de inmediato a su oficina.

— ¡Saben que no tolero la incompetencia! —. Los miró furioso — ¿Necesito pagarles más para que sean más útiles?

El asistente y la secretaria se miraron entre sí, nerviosos. Si había algo que tenían claro las personas que trabajaban para Sanders Nichols, era que este no toleraba los errores. Trataban a toda costa de no cometer el mínimo error, pues de lo contrario tenían que enfrentarse al temerario carácter de este. Su empresa, Products N’EFORE, era una de las que mejores pagaban a los empleados, aun los puestos de menos rango eran muy bien remunerados.

Sanders Nichols, era por varias razones, alguien quien daba de que hablar. Primero estaba el hecho de que solo tenía 25 años y ya era una leyenda a nivel nacional en el mundo empresarial. Estaba inmiscuido en el negocio familiar prácticamente desde la adolescencia. Otro aspecto que llamaba mucho la atención de él, era su increíble atractivo físico. Con su 1.90 m de músculos bien definidos, que aunque siempre llevaba traje no podía ocultar. Su rostro parecía esculpido a mano; de pómulos altos, una fuerte mandíbula, labios carnosos y bien definidos, y unos ojos azules de mirada profunda como el océano, los cuales hacían un increíble contraste con su pelo negro azabache. En vez de un empresario, parecía un modelo de revista.

Sanders era el único heredero de la familia Nichols, por lo que tuvo que tomar el control total de Products N’EFORE cuando apenas tenía 20 años y desde entonces la había expandido a niveles internacionales. En cinco años había duplicado su fortuna y se había hecho un nombre en el mundo de los negocios.

A Sanders le gustaba solo lo mejor de lo mejor. Vivía en una enorme y lujosa mansión con comodidades signa de la realeza. Estaba en la lista de los solteros más codiciados y pretendientes no le faltaban, aunque prefería que sus relaciones fueran de índole únicamente física, ya que pensaba que las mujeres a largo plazo eran un dolor de cabeza. Especialmente en los medios en que se movía.

Al terminar el día, y aunque había dejado a su asistente y a su secretaria temblando por el rapapolvo que les echó por el error que le costó el aplazamiento de un jugoso contrato, cuando llegó a su mansión aún estaba furioso.

—Buenas noches Sr. Nichols —saludó una joven cuando entró Sanders.

—Tráeme mi café, pero rápido —dijo sin siquiera mirar a la joven ni mucho menos, responderle el saludo.

—Sí… Sr. Nichols —dijo sorprendida por el tono de voz de Sanders.

La joven titubeó un poco antes de dirigirse a pasos apresurados a la cocina, cuando Sanders la llama:

—Oye tú… —Por fin la miró —. Así que, ¿tú eres la nueva? —le preguntó. Echó un vistazo al reloj de oro que llevaba puesto en la muñeca.

Se dispuso a hablar.

—Escucha, no sé si te han informado cómo funcionan las cosas aquí, voy a suponer que no. En todo caso te lo diré yo para que después no digas que nadie te lo dijo, y no te andes con excusas… —hizo una pausa para dar más énfasis en sus palabras.

Entornó los ojos como era propio de él cuando quería dejar bien claro quien estaba al mando, y antes de seguir repaso a la joven de arriba abajo con la mirada. «Que mujer más extraña», pensó. Llevaba el uniforme habitual para las empleadas, pero a pesar de que era una mujer muy joven, su postura recta y la manera en que fruncía el ceño y apretaba los labios, le recordó a una institutriz de esas que describían en los libros de historias. Llevaba unos lentes algo grandes para su rostro y un moño muy estirado, en el cual no sobresalía ni una hebra de pelo. Por la distancia que los separaban no pudo distinguir los detalles de su rostro, solo que se le estaba enrojeciendo, supuso que la había asustado o avergonzado, «Ella tiene que saber quién manda aquí» se dijo así mismo, satisfecho por la reacción de ella y prosiguió.

—Aquí se trabaja con precisión y a mi modo. Me gusta la perfección y por lo tanto soy intolerante a la ineficiencia y a las excusas. Si yo digo que es a las 8:00 PM, es a las 8:00 PM, ni un minuto más ni un minuto menos, ¿te queda claro… nueva?

Sanders clavó sus ojos azules en la joven, observó cómo se mordía el labio inferior con fuerza, en un gesto de nerviosismo, pensó Sanders. La vio exhalar y mirar hacia un florero que tenía a la izquierda sobre una repisa, antes de contestar.

—Sí, Sr. Nichols…no volverá a suceder —contestó finalmente, enrojeciéndosele más el rostro.

—Eso espero —concluyó este con arrogancia.

La joven hizo ademán de marcharse.

— ¿Nueva?… —llamó Sanders a la joven —Ya me puse de mal humor, así que puedes dejar lo del café. Mejor me largo a ver si me tomo unos tragos y me olvido de los ineptos que tengo por empleados.

Le dirigió una gélida mirada antes de girar sobre sus talones y dar un fuerte portazo al salir.

*****

Sanders aparcó su Ferrari negro del año frente a un bar que solía frecuentar cuando necesitada relajarse o simplemente buscar compañía femenina. Entró con paso firme y decidido, imponiendo con su presencia de macho alfa. Se saltó la larga fila que había frente a la entrada, ya que era miembro exclusivo.

Entró en la sala VIP, el cual era un salón cargado de lujos. Ofrecían un servicio de primera clase; bebidas de la mejor calidad, música al gusto y servicios de costosa y exóticas comidas.

Sanders observó a los allí presente. Algunos lo saludaron de lejos, otros estaban en plan de conquista, por lo que lo ignoraron. Allí iban hombres ricos, en su mayoría, a buscar con quien pasar la noche, o simplemente a llevar a sus amantes, sí, eso era muy normal en ese ambiente. Claro que a Sanders eso no le importaba, aunque conocía a algunas de las esposas de esos “caballeros” que, delante de la prensa eran hombres de familia ejemplares y pilares de la sociedad. No solo hombres, también mujeres frecuentaban esos lugares para encontrar algún affaire, y sin embargos, estas se jactaban de ser “damas” de las más respetables. Muchas casabas con hombres que le doblaban la edad, pero que la tenían rodeadas de lujos. Solo tenían que andar del brazo de sus amados “esposos” y lucir atractiva para que estos puedan lucirla como lo que eran, esposas trofeos.




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