No todo el dinero lo compra ©

Capítulo 13

¿Había escuchado bien?

—Espera, espera —dijo a la vez que sacudía la cabeza —. No sé si entendí bien… te estoy diciendo que voy a darte una comisión por tus servicios, la cual no será pequeña debido a que estamos hablando de mucho dinero; y tu condición es, ¿que pase más tiempo con mi hija?

—Sí, eso dije. —Helen se cruzó de brazos —. Y creo que bastante claro, pero en todo caso lo repito: acepto ayudarlo con la presentación y ser su asistente, si usted pasa más tiempo con su hija. ¿Qué es lo que no entendió?

«No entiendo que no prefieras el dinero», pensó.

—Es que no lo entiendo.

Sanders se quedó mirándola como si fuera de otro planeta. Con ella nunca nada era fácil.

—No importa si lo entiende o no, es mi condición y no acepto otra cosa.

— ¿Por qué? ¿Qué ganas tú con eso? —preguntó con incredulidad total.

Al parecer eso le molestó a su interlocutora. La vio enderezarse y levantar la barbilla en gesto desafiante. ¡Aquí va la réplica!

—La razón no importa, la cuestión es si acepta usted mi precio.

—Sabes que soy un hombre ocupado —intentó razonar —, por eso no creo poder hacer eso…

— ¿No puedes? —La desaprobación que había en su expresión y en su tono le molestó sobremanera.

¿Quién se creía que era ella? No podía obligarlo a asumir el rol de padre que no había pedido, además, ya se lo había dejado claro desde un principio.

—A ver, ¿por qué simplemente no aceptas el dinero y listo? —dijo, con los dientes apretados. Aunque estaba molesto, pensaba que su ayuda sería muy útil.

—Esa era mi condición, lo siento —dijo con firmeza —.Ya que dejamos todo claro, voy a retirarme.

Empezó a ir hacia a la puerta, pero no pudo quedarse callado.

— ¡No puedo creer que rechace esta oportunidad por una estupidez! —gritó.

Que mujer tan irracional.

—Le deseo éxito en su proyecto —empezó a decir deteniéndose en la puerta —. Y otra cosa, espero y su dinero tenga tiempo para usted en el futuro, porque cuando siga así, es lo único que tendrá.

Dichas estas palabras, salió azotando la puerta con fuerza, una contradicción en contraste con la calma que aparentaba.

— ¿Pero qué demonios pasará por su cabeza? —gritó hacia a la puerta, luego de quedarse solo —. Estas completamente loca… ¡mujer irascible!

Sintió ganas de golpear algo. ¿Qué le pasaba? Él no era así. Si algo lo hacía sentir orgulloso, era su habilidad para mantener el control. Aunque no era algo que pudiera presumir en cuando se trataba de la cabezota de Helen. Desde su llegada lo había hecho perder el control más veces de la que podía contar.

«Vamos Sanders, cálmate y empieza a pensar en otra solución. No necesitas a nadie, y menos si va a imponerte sus condiciones. No has llegado hasta aquí dejándote imponer, sino imponiendo», se dijo.

 

Por otro lado Helen se encerró en su cuarto y quiso romper algo, específicamente, la cara de su estúpido jefe. Se sentía frustrada e impotente, solo quería que ya niña a la que cada día le cogía más aprecio, tuviera un padre que la amara.

 

***

Sentado en su oficina, Sanders intentaba avanzar el diseño de la presentación, por lo que le había pedido a su secretaria que nadie lo molestara. Aunque era en vano, simplemente no podía plasmar una buena idea en papel. Enfadado, lanzó la hoja en la que escribía en el zafacón junto con las otras cinco.

« ¿Qué demonios me pasa? Esto no es propio de mí. Siempre sé que hacer», pensó. «Te sientes frustrado porque cierta mujer no se deja imponer por ti», dijo una odiosa vocecita en su inconsciente a la que no quería prestar atención.

Llamaron a la puerta sacándolo de su debate interno.

— ¿Sr. Nichols? —Era su asistente, Jorge.

—Adelante —dijo, dejando notar que no estaba de buen humor —. Espero y sea importante, dejé en claro que iba a estar muy ocupado.

—Es importante, Sr. Nichols.

Sanders miró a aquel joven de aspecto tímido. Los lentes permanentes, el pelo impecablemente peinado hacía atrás con la raya a un lado, la evidencia de acné en la adolescencia y la vestimenta en una talla más grande de la que necesitaba, le hacían parecer el típico Nerd que describían en las películas. Jorge solo tenía veintitrés años, pero no podía quejarse de su trabajo en general. Era como una maquina humana a la hora de calcular y sacar cuentas.

—Y, ¿bien? —demandó con impaciencia.

—Le traje el informe de la distribución de las mercancías que estaban sin salida, y le tengo excelentes noticas. Se ha vendido todo, señor.

— ¿Todo?




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