No todo el dinero lo compra ©

Capítulo 15

Sanders llamó a Tony para que busque el auto y al bajar, este se detuvo en seco al ver a Helen.

— ¿Helen? —Tony se acercó a ella olvidándose de su jefe —. Solo tengo una palabra para ti: deslumbrante.

—Gracias, Tony. No es nada especial.

—Sí lo es —afirmó, luego en un gesto muy caballeroso tomó una de sus manos y la besó.

—Tony, ¿ya terminaste de coquetear con ella? —Ambos giraron a ver a Sanders. Helen notó que de verdad parecía furioso.

—Me va a disculpar, Sr. Nichols, pero le aclaro algo... No podría ver a mi niña Helen como mujer —alegó Tony, en un tono entre ofendido y respetuoso — ¡Mi hija es mayor que ella!

—Como sea.

Acto seguido se subió en la parte trasera del auto y azotó la puerta. ¿Qué mierda acababa de pasar? No sabía si se estaba volviendo loca, pero lo que acababa de ver parecía una típica escena de ¿celos?

¡No! Eran imaginaciones suyas. Seguro su jefe estaba nervioso por la presentación y su naturaleza controladora salió a flote como un modo de sentir seguridad en sí mismo. Subió al auto y se sentó a su lado. Al verlo tan tenso decidió no decir nada. Intentó ignorarlo, pero olía riquísimo y como si fuera poco, se veía increíble. Tenía un traje hecho a medida en azul marino con una camisa blanca que le quedaba de infarto. Estuvieron sin mediar palabras por unos minutos. Fue Sanders quien rompió el silencio.

— ¿Estas lista? —le preguntó.       

—Sí. —Colocó un mechón de pelo detrás de la oreja —. Aunque para serle sincera, estoy algo nerviosa.

—Creo que es normal… —Ella levantó la mirada al él quedarse a media frase.

Se dio cuenta que los ojos de él estaban fijos en su cuello.

— ¿Pasa algo? —le preguntó, odió que su voz sonara tan nerviosa.

—Llevas el colgante que te regalé para tu cumpleaños —notó Sanders.

—Sí. —Llevó una mano al colgante, empuñando la medalla —. Pensé que iría bien con el atuendo.

La expresión del rostro masculino se tornó intensa. Sus azules ojos se clavaron en los de ella de tal manera que no aguantó y desvió la mirada. Como acto reflejo intentó recolocarse los lentes, los cuales no llevabas.

Cálmate corazón, cálmate. Es solo tu feje, recuerda.

—Te queda muy…bien —dijo por fin, después cambió de tema y empezó a repasar el plan, por lo que casi suspira de alivio.

 

Llegaron a la sede principal de Investments W&familie y entraron con paso firme. Ya en el ascensor Helen percibió algo.

—Lo hará bien, Sanders —dijo, viendo hacia a la puerta. Pudo sentir en el momento en que él clavó sus ojos en ella.

— ¿Piensas que dudo de mi capacidad? —preguntó, entre divertido y altanero.

—No lo pienso, lo sé —replicó, con seguridad —. Tienes las manos en sus bolsillos y hace eso con la mandíbula, entre otras cosas que he notado usted suele hacer solo al estar nervioso o la situación le supera.

Helen se giró para encontrárselo mirándola como si de una alienígena se tratara.

—Al parecer me observas…mucho. —El tono suave y misterioso en el que dijo aquellas palabras le provocaron una extraña sensación. Parecía como si él hubiese descubierto un íntimo secreto que guardaba con recelo.

El ascensor se detuvo donde se quedarían y ella se apresuró a salir. Agradeció la oportuna interrupción.

Cuando entraron a la sala de reunión, Sanders notó que todos pusieron sus miradas sobre ellos, especialmente en Helen, y para su gusto esta no se mostraba insegura ni nerviosa, solo avanzó hacia adelante diciendo:

— ¡Buenos días a todos! —sonrió cordial, mientras sin perder el tiempo, él hacía su presentación. Ella distribuyó las carpetas a cada uno de los presentes, lo cuales eran siete, incluyendo al Sr. Walker en la cabecera de la gran mesa.

Sanders empezó a hablar:

—En las carpetas que le está dejando mi existente, podrán ver lo planteado a continuación delante de ustedes. Aquí les presento una propuesta tentadora y sobre todo, que nos dejara grandes beneficios; tanto para ustedes como para mí.

Hubo un momento de silencio mientras los presente daban un breve repaso del proyecto. Sanders puso mayor atención en el presidente de aquella compañía, el Sr. Walker. Era un hombre de unos 65 años, rostro alargado, labios finos y nariz aristocrática. Medía algún 1.77 cm de estatura y su complexión era normal. Su mirada destacaba por parecer que siempre evaluaba todo y su peculiar color verde oliváceo. Sanders imaginaba que por esa parte era que había llegado tan lejos y hoy en día era tan reconocido a nivel mundial, al igual que su compañía era de las mejores en inversiones.

Sanders colocó una memoria USB en el proyector y empezó a explicar en qué consistía su propuesta y por qué sería tan ventajoso. Cuando terminó la presentación, Sanders observó que de los siete presentes, solo el Sr. Walker tenía una expresión indescifrable. Unos segundos que le parecieron eternos después, este cerró la carpeta y con sus peculiares ojos puestos en él, dijo:




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